Capítulo 57 «Red De Mentiras»



Al día siguiente le dolor de cabeza le mataba, podía jurar que nunca había tenido una resaca como esa. No podía recordar absolutamente nada.
Se levantó en el sofá de su casa, inmerso en la podredumbre en que se había convertido su departamento. Tenía una nota en la mesita de al lado, decía lo siguiente:
“Tuve que traerte a casa, tu auto quedó en el bar. Nos llevamos bien, hermano. Cuídate.
-Georg.”
De pronto recordó al castaño, otra vez la incertidumbre le inundaba. ¿De dónde le conocía? Pensarlo mucho ocasionó una ración extra de dolor, así que lo dejó para otro día. No le dio tiempo de levantarse cuando escuchó su puerta abrirse. Era Brokelle, acompañada de Bill.
―Joder, ¿qué clase de tiradero es este? ―espetó la rubia, haciendo un mohín de asco.
―Oh, genial. Visitas ―dijo en tono condescendiente. Bill le hizo mala cara, Brokelle le reprendió con la mirada.
―¿Podrías explicarnos qué sucede contigo?
Tom se levantó y se sintió mareado. Se restregó la cara, y se abrió paso pateando las cosas en el suelo.
―Bien, aparentemente Harlem quiso enseñarme una lección y destruyó mi departamento hace unos días, no he tenido tiempo de limpiar.
―¿Y eso explica que te levantes a las tres de la tarde? ―preguntó Brokelle.
Tom miró el reloj.
―Oh, eso… creo que ayer me sobrepasé de tragos. Me está matando la cabeza.
Brokelle se acercó a él, el sonar de sus tacones se detuvo al par de pasos.
―Tienes las pupilas diferentes ―le dijo, examinándolo―. Por eso tu dolor de cabeza, ¿mezclaste algún tipo de fármaco con licor, Tom?
―No, joder, ¿de qué hablas?
Brokelle miraba extrañada.
―Vaya, que…extraño ―Luego miró a la nota que reposaba en la mesa de Tom―.Oh, hiciste un nuevo amigo, al parecer.
―Sí, acerca de eso, tomaré una ducha, ¿me acompañarían a traer mi auto al bar?
―Seguro.
Tom se marchó mientras Bill esperaba en la sala con Brokelle. Miraron hacia los lados, no podían entender como Tom había sobrevivido en tan hostil ambiente.
―Esto es increíble. Camille se ha sobrepasado, Bill.
―Yo creo que se lo merece…―dijo él encogiéndose de hombros―. Mi hermano puede llegar a ser bastante terco.
Brokelle negó con su cabeza.
―Es realmente preocupante. Creo que deberé limpiarlo yo, tu hermano no se esforzara en lo más mínimo por limpiar este desastre.
―Cariño, sabes que te he dicho que estoy contigo en todo momento, pero en esto…
―Lo entiendo ―Brokelle dijo―. Lleva a tu hermano a traer su auto, yo me quedaré aquí.
―De acuerdo ―Bill le besó en la frente. Un par de minutos después se marchó con Tom rumbo al bar. Solo esperaba que su auto estuviese bien, luego se preocuparía del incesante dolor de cabeza, que solo parecía aumentar con el pasar de los segundos.

―•―

Evan le miraba con cautela. No sabía si proceder. No sabía cómo habían salido las cosas la noche anterior.
Su primo podía tener un carácter bastante volátil, y su rostro era imposible de descifrar. La curvatura de su boca se mantenía intacta ya sea que estuviese enojado, feliz o simplemente desanimado. Aquel día no era la excepción.
―Sabes que me di cuenta que estás parado allí hace más de cinco minutos, Evan ―dijo el castaño. Tenía reflejos increíbles. Evan notó su tono de voz, estaba peculiarmente calmado.
―¿Cómo salió todo ayer? ―preguntó.
―Mejor de lo que pensé ―respondió―. Pude sacarle algo de información, y probablemente no recuerde nada de ayer. Debe estar muriéndose del dolor de cabeza en este momento, sino es que me pasé con la dosis, claro ―Su risilla resonó con tinte malvado por la habitación. No podía matarlo, al menos no todavía, pero la tentación era cada día más creciente. Sin embargo, estaba seguro de que con cada día que esperase, sería más grande la satisfacción de matarlo con sus propias manos.
Todo salía como planeado. Georg era un hombre minucioso, detallista, pendiente de hasta aquellas cosas imprevistas. Podía contar con todas las letras del abecedario para hacer planes, y hasta podría inventar unas cuantas más si las cosas se complicaban. Su cabeza era una herramienta versátil y útil, pero alentada por maldad pura.

―•―

Llegaron al Bar. Justo antes de que Tom saliera, su hermano le habló:
―Oye…―Tom se volteó a verlo―, ¿crees que podrías acompañarme al centro comercial?
―Sí claro, podríamos probarnos el vestido que llevaremos a la disco en la noche ―dijo Tom con voz afeminada. Bill soltó una carcajada.
―Vamos, es en serio…necesito de tu ayuda.
―¿Ah, sí? ¿Sobre qué es?
―Te lo diré cuando lleguemos, ¿bien?
―Hecho ―Tom se bajó del auto. Caminó hasta donde se encontraba el impactante corvette, estaba intacto, se sintió aliviado. Subió y aceleró el auto, Bill le siguió el camino hasta el centro comercial.
Una vez allí se bajaron y subieron al elevador para llevarlos al segundo nivel. Bill caminaba dirigiéndose hasta casi el fondo del pasillo, donde se encontraba una joyería muy fina. Tom se quedaba extrañado conforme se dirigían hacia allí, si bien conocía el extraño gusto de su hermano por los anillos extravagantes, realmente aquel era un lugar más femenino. Justo antes de entrar, Bill respiró hondo. Y antes de que Tom pudiese preguntarle el porqué lo hacía, Bill le miró y dijo mirándole a él, pero dirigiéndose a la mujer que atendía:
―Quisiera ver…anillos de compromiso.
Tom sintió una punzada en el pecho.
De repente no quería ver hacia la vitrina. ¿Anillos de compromiso? Aquello no le traía buenos recuerdos, en lo absoluto…y Bill debía saberlo. Sintió la mano fría de su hermano posándose sobre su hombre.
―¿Estás bien?
Tom se tardó en contestar, a lo que Bill agregó:
―Podrías venir otro día.
Respiró muy profundo, como deseando que fuese la última inhalada de oxígeno de su vida. Luego contestó:
―Descuida, estoy bien ―dio una sonrisa―. Así que…Brokelle es la indicada.
Todo rastro de tensión se disipó. La sonrisa de Bill fue genuina y nerviosa, sus mejillas tomaron un color rojizo, como si estuviese acalorado.
―Lo es ―admitió―. No lo he pensado mucho, ¿sabes? …es la primera vez que vengo a ver anillos, a decir verdad estoy algo nervioso ―Lo último lo dijo dirigiéndose más a la mujer que les atendía, ella sostenía una sonrisa adorable.
―La colección de anillos de compromiso está por aquí ―dijo, mientras daba unos pasos a la derecha, cambiándose de vitrina. Eran joyas finas, de oro blanco, porque disgustaba del color del oro original. Se sintió un poco abrumado, de repente, como si ninguno fuese lo suficientemente bueno para Brokelle. Miró a Tom con ojos de auxilio, y su gemelo entendió a la perfección lo que sentía. Tom pidió a la mujer que les mostrase mejor los anillos, a lo que ella obedeció. Entonces dijo:
―Tienes que pensar en ese algo que te hizo pensar que ella era la chica correcta ―Tom tomó uno de los anillos y lo inspeccionó―. Como con Camille. ¿Ves este anillo? ―preguntó, asimilaba en algunas cosas al de Camille, como los tres pequeños diamantes incrustados al centro―. Cuando Camille estaba feliz su rostro brillaba en tres lugares diferentes; sus ojos y su sonrisa. El anillo reflejaba el destello de la luz en los tres diamantes, y me recordaba cuando las cosas salían bien, por un mínimo segundo, y tenía la oportunidad de verle feliz…de verle sonreír, tenía una sonrisa …simplemente hermosa.
Cuando se dio cuenta estaba absorto en el recuerdo de ella. Sintió una fuerte presión en el pecho, como un malestar. Sacudió la cabeza y tragó con dificultad, entonces devolvió el anillo al lugar donde correspondía.
―No debe ser tan difícil. Brokelle tiene grandes cualidades, solo necesitas algo que te lo recuerde.
Bill estaba embelesado. Tom se volteó, no podía seguir viendo hacia la vitrina.
De pronto el mundo alrededor se quedo callado. Se encontraba solo, dándole la espalda a su hermano, sosteniendo dentro de sí mismo la poca cordura que le quedaba. Se sintió debilitado, su mirada se quedó vaga y fija en algún punto del vidrio de la puerta del local.
Harlem pasó al frente, tomada de la mano de un chico alto y de cabello negro. Tom entendió, por primera vez en el tiempo que llevaba conociéndole, que, definitivamente, ella no era Camille.
Así que en lugar de ir a perseguirla y causarle problemas, dejó que el escozor en su pecho se fuera disipando poco a poco, mientras meditaba que lo que había hecho últimamente había sido tan egoísta que sentía que se había perdido a él mismo.

―•―

Georg era un hombre elegante. De esos que nunca verías en sandalias o pantalones intencionalmente rasgados. Desde que lo había conocido, Camille había amado ese lado de él, disfrutaba de verlo vestido como un importante empresario, y que al llegar a casa la faena de quitarle el nudo de la corbata mientras se inclinaban en la mesa para ponerse íntimos, hacia el momento aún más excitante.
Amaba vestirse así, se sentía seguro y poderoso. Y aunque en algún tiempo solía llevar el cabello largo y castaño, ahora se comprometía con corte lo bastante masculino como para solo tener que cepillarlo con un poco de fijador en la mañana, no debía tener más de dos centímetros de largo y le daba un aire más serio a su semblante.
Evan iba a su lado, con la mirada desviada hacia los lados, dentro del auto, mientras se dirigían a una ciudad fuera de Frankfurt, a un par de horas. Al llegar al lugar los dos bajaron, Georg se quitó sus lentes de sol.
―Me quedaré aquí un rato ―dijo Evan, con la voz vacilante. Georg solo le echó una mirada.
―Bien ―dijo sin mucho preámbulo, se adentró a lo que parecía un taller de autos.
Bajo la carrocería, se podía escuchar una llave ajustando la tuerca del motor de un viejo Pontiac en color blanco, Georg sonrió.
―Veo que disfrutas de tu nuevo juguete ―dijo en voz alta, un chico calvo y con grandes músculos salió de bajo del auto y limpió su mano llena de aceite en un paño con manchas negras.
―Georg, siempre puntual ―dijo el chico, no solo por su acento podría deducirse que no era alemán, los ojos rasgados y la piel bronceada le daban un aire español.
―Mario ―sonrió el castaño. Su pronunciación era perfecta.
―Debo decir que aunque tenía la carrocería intacta, el motor no hubiese aguantado un día más ―le comentó, Georg miró el auto con nostalgia.
―Sabes que no te lo hubiera dado a menos que estuviese completamente seguro de que lo traerías a la vida.
Mario sonrió, se quedó sin palabras por un momento. Luego negó con la cabeza, apenas perceptible.
―¿Qué haces aquí?
―Necesito de tu ayuda ―Georg musitó. Su sonrisa se anticipó a la respuesta de Mario.
―Sabes que ya no hago ese tipo de trabajos ―respondió el moreno.
Georg continuó con la comisura de los labios en alto, manteniendo esa leve sonrisa que podía confundirse con una amistosa. Luego de mirarle a los ojos, le replicó:
―Lo olvidaste ―Mario iba a intervenir, pero la voz de Georg fue imponente e inquebrantable―. Olvidaste que estás vivo por mí, y que podría quitarte ese privilegio antes de que si quiera te dieses cuenta. Olvidaste que tu vida, me pertenece desde el día en que decidí no quitártela.
Mario se sintió impotente. Las manos le temblaron, la respiración se le aceleró. Le miraba con ojos suplicantes, algo que en Georg, no tenía efecto alguno.
―Yo… no puedo. Tengo el juicio a un par de días, Georg, estoy en libertad condicional… sabes que no, lo siento, yo…
La risilla ronca de Georg le hizo detenerse.
―Estoy al tanto de todo. Y no hay problema alguno, sabes que puedo encargarme perfectamente de eso.
―No esta vez, Georg ―dijo en tono suplicante―. No estamos en Frankfurt, viejo, no es como si aún trabajaras para La Organización.
Georg se puso serio de repente.
―Si La Organización tuvo el poder que tuvo fue gracias a mí. ¿No crees que puedo volver a poner la soga sobre el cuello de la policía de Münich, como lo hice en Frankfurt?
―Entonces supongo que no tengo opción alguna.
―No.
El aire se tornó tenso. Mario respiro profundamente, hacía muchos años que no veía a Georg, y ahora, como siempre, simplemente se aparecía y ejercía su hegemonía sin importar nada. Y vaya que tenía poder, demasiado para ser cierto. Su mirada se resignó.
―Hablaremos de los detalles luego ―digo el castaño, se volteó y se dirigió al auto. Evan apagó su cigarrillo mientras rodeaba el auto para sentarse en el asiento del copiloto.
―¿Dijo que sí?
Georg bufó.
―Como si tuviese otra opción.
El auto salió del terreno arenoso en el que se encontraba el taller, Mario le vio marcharse, y pensó para sí mismo que no tenía escapatoria.

―•―

Finalmente le había encontrado una utilidad a Adrien. Sería su propio títere en la obra de su vida, o más bien, la vida de Harlem. Salir, coquetear, tener un trabajo estable, todo conllevaba a una mentira mucho más elaborada y por ende mucho más difícil de desenmarañar.
Comenzaba a acostumbrarse a su compañía, a su contacto y sobre todos a los sentimientos que la rondaban. Si bien la relación era oficial y estaba siendo consumada, no quería decir que tuviese algún tipo de afecto sobre él.
Adrien era lo que era, un adorno más en su vida falsa.
Cuando se marchó de su departamento después de ir juntos al centro comercial, Harlem sintió un gran alivio. Se quitó la peluca rubia y desenredó su cabello, le había crecido el flequillo en el último año, de modo que ya no lo usaba.
Se sintió angustiada. Llevaba un año escondida bajo ese montón de cabello falso. Tal vez era porque quitarse el cabello rojo significaba más que desarraigarse de un simple químico, sino de la idea de arrancarse muchos recuerdos. Luego se sintió estúpida, el color de su cabello era algo tan superficial como los lentes de contacto que también usaba, aquellos que le daban a sus ojos un color azul sumamente oscuro, diferente al usual gris claro natural.
Se despojó de todo ello y decidió no usarlo más, aunque desde luego, necesitaba un nuevo look para no levantar sospechas. Escuchó la puerta de su departamento abrirse, alzó la mirada y vislumbró a Brokelle. Venía radiante.
―Vaya, llevaba mucho tiempo sin verte así ―señaló la rubia.
―¿Cómo?
―Así… tan Camille. Menos Harlem.
La pelirroja amarró su cabello en una coleta alta, mientras se acercaba a la cocina.
―Adrien. Vaya, ¿las cosas van en serio?
Camille le miró.
―No lo creo. Sabes que no puedo cometer ese error de nuevo.
Bien, una cosa era haberse involucrado con Georg, y no fue grave, dado que en el momento ambos pertenecían al mismo mundo de asesinatos y corrupción. Con Tom fue la primera vez en que dejó llevarse por sus instintos. Cuando probó el peligro de cerca. Y las cosas no habían funcionado, de modo que no volvería a involucrarse de esa manera.  No con todo el desgaste emocional y físico al que se había sometido dándole cabida a esa relación prohibida.
Su propia manera de protegerse era seguir pensando en Tom, aunque le doliese, porque era la única manera en que se aseguraría no volver a tener sentimientos por alguna persona.
Al menos con Tom, de alguna manera, era seguro.
Le comentó entonces la idea de su cambio de look. Brokelle estaba emocionada.
―Desde luego, te verías como nueva. ¿Tienes mañana libre? Iré a hacerme el manicure, tal vez podamos hacer campo para que hagan algo con tu cabello.
Camille revisó la agenda en su celular, su día no tenía nada importante planeado.
―Seguro, ¿te quedarás hoy?
Brokelle asintió.
La noche transcurrió tranquila. Camille evitó hablar con Brokelle acerca de Adrien, y ambas se emocionaron al pensar en que el día siguiente sería de relajación total, fuera del caos y la red de mentiras que habían estado tejiendo el último año.
Muy contrario al estado de ánimo que manejaban las chicas, estaba Bill al borde de la locura, mientras era inútilmente bombardeado con intentos de cambiar su ánimo por parte de Tom.
―¿Y si dice que no? ―preguntó histérico por quinta vez―. ¿Y si lo estropeo todo?
―Dirá que sí ―le aseguró Tom―, estás siendo paranoico.
―¿No lo estuviste tu cuando…? ―Se quedó callado. Estaba tan absorto en la idea de pedirle matrimonio a Brokelle y planear todo con perfección, que se olvidó momentáneamente de que para su hermano no era precisamente la mejor situación. Tragó con dificultad―. Yo, lo siento…
Tom se echó una risilla amarga.
―¿Qué si no tuve miedo cuando iba a proponerle a Camille? ―terminó la pregunta―. Técnicamente, no iba a proponerle. Era más como un anillo de promesa. La promesa de que íbamos a estar juntos sin importar lo que viniese. Pero verás, el matrimonio es una idea que tiene la sociedad. Es más como una ley, ¿sabes? “debes amar a tu esposa a pesar de todo” “debes mantenerla” “debes serle fiel” “debes tener hijos”… si decidiese pasar el resto de mi vida con Camille, sería una decisión que tomaría día con día. No algo que prometería hoy, sin saber que en veinte años quizá me arrepienta.
―Vaya, hasta yo me casaría contigo si te hubiese escuchado decirme eso.
Tom rió.
―Siéntete libre de tomar mis palabras ―le dijo, casi en broma, quizás en serio.
―¿Estás seguro? ―Bill preguntó.
―Desde luego. No es como si yo las hubiese usado ya… ―Lo último dejó un tinte nostálgico en medio de las atmósfera. Bill meditó unos segundos.
―No, no podría…
Tom le puso la mano sobre el hombro.
―Bill, no importa lo que le digas, lo importante es que sea sincero. Si estás realmente seguro de querer hacer esto, en el momento en que lo hagas te sentirás…bien.
Bill respiró profundamente. Volvió a ver a sus manos, el anillo estaba mojado con su sudor. Lo limpió con su camiseta y volvió a meterlo en una cajilla de terciopelo. Luego se dejó caer en el sofá, exhausto. Tom miraba por la ventana, tenía una cerveza en la mano.
―¿Las chicas se encargan de planear toda la boda, no? ―preguntó.
Tom respondió:
―Desde luego. El único estrés al que vas a someterte es este proceso, pedirle matrimonio.
―Quisiera que pase ya ―bufó.
―¿Y ya tienes pensado cómo hacerlo?
―Estás de broma, lo único en lo que puedo pensar es en que probablemente, dirá que no y aún así tendré que pagar por una cena de mil euros.
Tom le miró divertido, debía admitir que ver a su hermano bajo ese tipo de estrés lo entretenía. Luego se le vino una duda a la cabeza.
―¿Y a quién crees que lleve Brokelle de Dama de Honor? Digo, nunca le conocí amigas muy cercanas.
Bill sabía a quién llevaría, lo sabía perfectamente. Ahora lo único que necesitaban, era agregar una nueva mentira a todo el caos que habían armado. Lo siguiente sería inventar una nueva amistad entre Brokelle, y Harlem. Bill respiró hondo.
―No tengo ni la menor idea.

 THE BLACK KEYS - LITTLE BLACK SUBMARINES

Capítulo 56 «En los detalles reside el demonio»



“Nada como un día libre” pensó Harlem con una sonrisa amplia, mirando los manchones que había en la pared. Luego miró a su alrededor, los sofás aruñados, con más pintura negra, todo aquello de vidrio ahora se reducía a pedazos sobre el suelo. El televisor de pantalla plana se encontraba con una enorme grieta justo en el centro, completamente inservible, los platos de cerámica hacían un lindo juego de colores en el lavabo del baño, y como si fuera poco, la bañera estaba llena de una sustancia amarillenta y mal oliente. Su trabajo estaba más que hecho, ahora un buen merecido café la esperaba en el centro.

Cruzó el pasillo hacia su departamento, al frente de donde se encontraba, su teléfono alumbraba una intermitente lucecilla roja, presionó un botón y escuchó los tres mensajes que tenía.

“Harl, soy Adrien, espero que me recuerdes, quería saber si podríamos salir hoy, espero que me devuelvas la llamada…”

“Harl, soy Adrien de nuevo, han pasado varias horas y aún no me respondes, si no quieres ir…sólo dímelo, ¿de acuerdo?”

“Harlem, lo siento muchísimo, debes pensar que te estoy acosando. Dejaré de llamarte ahora, ¿bien? Solo…olvídalo, que la pases bien.”

Harlem suspiró, mientras se quitaba los guantes de látex y los depositaba en la basura. Se rascó la cabeza, la peluca la estaba matando. Brokelle siempre le decía que era más fácil teñirse el cabello y seguir con la farsa, pero se negaba a la idea de arruinar su perfectamente sedoso cabello con químicos para hacerse rubia, el color rojo debía ser difícil de quitar y no estaba dispuesta a pasar por aquella faena.

Pero ahora tenía otro problema encima; y llevaba por nombre Adrien. Joder, ni siquiera se había esforzado en agradarle, ¿por qué de repente él se interesaba tanto en ella?. Por otro lado, no podía dejar de pensar en su increíble atractivo y lo bien que le vendría liberar un poco de…fermonas.

El teléfono sonó de nuevo.

“Harlem, lo siento, soy yo de nuevo, esta vez llamaba para…”

Harlem contestó al instante.

―¿Adrien? Lo siento muchísimo, no estaba en casa y acabo de recibir tus mensajes…

―Oh, claro, debí pensarlo…creí que me estabas ignorando.

―¿Cómo se te ocurre? Si la pasé genial…―Se llevó una uva a la boca, mientras saltaba y se sentaba en el mueble de cocina.

―Entonces, uh, ¿qué dices sobre la salida de hoy? Aún es temprano…

Harlem miró su reloj, eran las cuatro de la tarde.

―Seguro, ¿qué tienes pensado?

―Oh, será una sorpresa, ¿está bien si paso por ti a las cinco y treinta?

―Claro, no hay problema.

―Genial, te veré más tarde.

Harlem bajó del mueble y colgó el teléfono. Se dirigió al baño, sería una tarde…entretenida.

 

―•―

 

―Es ridículo, simplemente ridículo ―dijo Brokelle―, pagas una fortuna alquilando ese estúpido departamento y no pasas ni la mitad del tiempo allí.

―Ya te dije, es cuestión de independencia ―respondió Tom.

―Si “independencia” es el nombre de la rubia que vive frente a ti, tienes toda la razón.

Tom le miró directamente.

―¿La conoces?

―Vaya, y todavía lo preguntas. Claro que la conozco.

―¿Qué sabes de ella?

―Bueno, sé que no es Camille, así que deberías mantenerte alejado ―Tom sintió una punzada en el pecho, bajó la mirada―. Fue una de las pocas chicas que Caleb entrenó, aparte de Camille y yo, es un arma de triple filo, créeme, la Organización la tuvo escondida por mucho tiempo…hasta que murió Cam, decidieron hacerla conocer, Caleb no pierde tiempo por esas cosas, no puede mostrar vulnerabilidad.

―¿Eran muy cercanas? ―preguntó.

―Un poco más con Camille que conmigo, pero no del todo. ¿Sabes que quiero decir con esto?

―No realmente…

Brokelle dejó de picar las cebollas y se volteó.

―Que si tiene que matarte va a hacerlo, Tom. Sí, le guarda cierta lealtad a Camille, pero deberías saber que entre ella y tú, la decisión es bastante obvia. Si Caleb se da cuenta que vives frente a ella y no te ha matado, no durará en hacerlo él mismo, a ambos…Así que ahórrale el disgusto y mantente alejado.

―Sí, seguro…―Tom le dio un sorbo a su cerveza.

―Hablo en serio, Tom. Es hora de que lo dejes ir. Ha pasado un año desde su muerte y no has logrado absolutamente nada.

―No lo entenderías…

―¿Ah, sí?

―No puedo dejarlo ir, Brokelle. Ni aunque quisiera hacerlo, saber que ella existe y que me recuerde tanto a Camille…me hace sentir más culpable que nunca. Si alguna vez hubo chance de que me olvidara de todo esto y dejara de lado mi venganza, murió completamente el día que la vi. Ella…

―No es Camille ―terminó la frase Brokelle. Le miraba con compasión―. Será mejor que dejes esas cervezas y vayas a tu casa.

Tom asintió.

Se puso en pie, tomó sus llaves y se despidió de Brokelle con un beso en la mejilla. Justo cuando iba saliendo, Bill venía adentrándose.

―Wow, ¿manejarás en ese estado? ―preguntó al pasar al lado de Tom, cuyo hedor a alcohol era casi imposible de ocultar.

―Sí bueno, ¿qué se le va a hacer? Los veo por la noche…

Bill se le quedó mirando a Brokelle, quien solo se encogió de hombros. Tom bajó y se introdujo en su auto, el nuevo corvette. Decidió que era el mejor momento para probar su motor, de modo que pasó como un loco por las calles de Hamburgo, se saltó semáforos en rojo, se rió cuando los conductores le pitaron desaforados, y llegó a casa sano y salvo, aunque no del todo consciente.

Cuando descendía por el elevador iba hipando, y no fue hasta que abrió la puerta de su departamento, que sintió que el alcohol se disipaba por completo.

―¿Pero qué demonios?

Todo era un desastre, las paredes manchadas, había un asqueroso olor proveniente del baño, sus vasos y copas estaban hechas añicos en el suelo, el televisor tenía la pantalla quebrada, los sillones estaban rasguñados y manchados de pintura. Sobre la pared de enfrente, donde tenía un estante de libros, con brochazos de pintura se podía distinguir un par de palabras; “VETE”

Algo le decía que la rubia sexy de enfrente tenía algo que ver con aquello.

 

―•―

 

Aún estaba poniéndose los pendientes cuando escuchó la puerta del departamento. Se levantó, se miró efímeramente al espejo, y salió de su habitación a abrir la puerta, esperando ver a Adrien.

Era Tom.

―¿Qué haces aquí?

―Oh, no pretendas que no lo sabes ―Antes de siquiera darle espacio para entrar, Tom ya había caminado hasta la sala de estar, Harlem se le quedó mirando fijamente, sin expresión alguna, sosteniendo el pomo de la puerta en su mano―. Limpia mi departamento ―demandó―, ahora.

Harlem se echó una risilla que parecía más un bufido.

―Te dije que tendrías consecuencias, ¿no? Pues adivina qué…esta es la primera, y no será la única.

Tom sonrió de lado y arqueó una de sus cejas.

―Oh, ¿así quieres jugar, eh?

―Nadie dijo que esto fuera un juego.

―Pues lo tomaré así ―dijo Tom con frescura―, ¿sabes? No eres la única abriendo cerraduras por aquí.

Harlem apretó la mandíbula en una sonrisa fingida.

―Si tocas una sola cosa de mi apartamento…

―¿Y acaso solo los departamentos tiene cerraduras? Me especializo en autos, nena ―guiñó un ojo. A Harlem por poco le dieron arcadas.

―Atrévete a tocar mi auto y tomo tus bolas y las pongo en la puerta como adorno de tocador.

Tom sonrió.

―Tienes visita.

Al voltearse se encontró con Adrien, una sensación de calor la recorrió por completo, sintió sus mejillas sonrojarse. Lanzó un “Oh, dios” susurrado y sonrió forzadamente.

―Adrien, lo siento muchísimo. Pasa, por favor, el caballero ya se iba.

Tom se acercó a Adrien, se pusieron frente a frente, se miraron a los ojos con desafío. Aquello pareció un comportamiento casi salvaje a los ojos de Harlem. Se dieron un apretón de manos, amenazante.

―Adrien ―dijo él con voz ronca.

―Tom ―le respondió, sin soltarle la mano. Cuando lo hizo, agregó: ―¿Una cita?

―Así es.

Tom se volteó a Harlem.

―Vaya, nena, no sabía que estábamos viendo a otros ―La rubia abrió los ojos más de lo normal―. Aunque bueno, era de esperarse, no tenemos nada serio. Y no porque ella no quisiera, ¿sabes? Pero no soy un chico que pueda sentar cabeza. A decir verdad, ser amigos con beneficios ha sido lo mejor para ambos, ¿No, Harl?

La rubia no quiso ni responder. Mientras tanto, Adrien miraba a Harlem tratando de encontrar una respuesta.

―Creo que es hora de irme. Harl, te veo por la noche ―Lo último lo dijo con un tono demasiado cínico y desagradable. Conforme iba pasando al lado de la rubia, de pronto le dieron ganas de tomarlo del cuello y estrujarlo hasta que se tornarse morado. No lo hizo.

Cuando estuvieron finalmente solos, no supo qué decir.

―Joder, Adrien, él es…sólo es un vecino molesto.

―No creo que debas tomarte esas faltas de respeto como una broma, Harlem. Si realmente te molesta deberías hablar con la administración del edificio.

―Oh, créeme que lo he hecho, pero es imposible ―dijo ella. Adrien no le creyó mucho, sin embargo no insistió más.

―¿Nos vamos?

―En un minuto.

Harlem volvió a su habitación, mientras Adrien aguardaba en la sala y repasaba lo que acababa de suceder. Un par de minutos después, ella salió totalmente radiante, y pareció disipar por un instante lo bochornosa que había sido la situación con Tom. Adrien la tomó de la mano y la encaminó al auto, ella se sintió…ligeramente incómoda.

El pelinegro no falló en la elección del lugar. Era chic, tenía música bailable, pero algunos lugares escondidos para tomar algo y poder hablar sin necesidad de gritar. Un lugar ni demasiado formal, ni demasiado “quiero follarte”, perfecto para una segunda cita, si así se le podía llamar.

Tal vez fue allí mismo, cuando pensó tantas cosas en tan poco tiempo, cuando se dio cuenta que Adrien no despertaba ningún tipo de interés sentimental en ella. De cualquier otro modo le atraía, Adrien era ciertamente atractivo y como cualquier otra mujer, disfrutaba del ocasional olor de su colonia o el roce de sus manos varoniles, pero parecía quedar como un total objeto inerte en el momento en que abría la boca.

Y ella no ayudaba mucho, solo asentía o sonreía cuando él le preguntaba que porqué era tan callada. Adrien asumió que ella era tímida, lo cual, lo hacía estar irrevocablemente equivocada, pero siendo que Harlem era una persona totalmente ficticia, decidió dejar que tomase esa de ella. La rubia pensó en que le hubiese gustado conocerlo en otra circunstancia, como cuando no había conocido a Tom, o cuando conservaba su verdadero nombre; Camille.

No supo cómo, pero acabaron besándose. Un beso aburrido, pensaba, no era culpa de Adrien. Su lengua se movía bien, sus labios lo hacían al mismo ritmo, la tomaba con fuerza pero sin lastimarla, la tocaba en los lugares correctos y olía bien. Sin embargo, aún tenía los ojos abiertos, fijándose ceñidamente en la botella de vino que había frente a ella. Asumió que eso ayudaría un poco.

De modo que se separó de él y le pidió un vaso de vino mientras ella iba un segundo al baño. Cuando volvió la copa le esperaba rebosante con un color a cereza que se le apetecía casi como una botella de agua después de un maratón.

El resto de la noche fue un momento casi premeditado. No hizo falta decirle que se quedase en su departamento, Adrien asumió su rol muy bien esa noche y pensó debía ser recompensado, mientras tanto Harlem pensaba en que tal vez, sería la manera perfecta de quitárselo de encima. Una noche de sexo insignificante, probablemente le quitaría cualquier interés restante sobre ella, y dejaría de llamarla.

El sexo fue tan decepcionante como todo el resto de la noche. Y de nuevo, no fue culpa de él. Continuaba pensando en lo afortunada que se sentiría cualquier chica de estar con él, pero simplemente no era su caso. Lo peor de todo era que Adrien parecía ajeno a la situación, como si de alguna manera le gustase ser un ente puramente sexual a los ojos de Harlem, quien para evitarlo de que hablase lo besaba en cada oportunidad que se le diese. El momento culminante fue que al dormir, intentó abrazarla. Harlem no pudo descansar en lo que restó de la madrugada.

Por la mañana, cuando se levantó y no le vio en la cama, pensó por un momento ―y se sintió aliviada―, que Adrien se había marchado temprano. Hasta que el olor a café le inundó las fosas nasales.

Se levantó y se dirigió a la cocina, lo vio muy entretenido preparándole el desayuno acompañado de un viejo disco de Robben Ford, se quedó apoyada en el marco de la puerta hasta que él reparó en su presencia.

―¿Huevos? ―le preguntó con una sonrisa de medio lado, mientras vertía uno en un platillo con unas rodajas de pan. Harlem asintió.

Y así pensó en lo difícil que sería deshacerse de él. Sin darse cuenta, pronto estaría envuelta en una relación y no se sentía preparada para ello. No con Tom viviendo justo enfrente. De pronto se le quitaron las ganas de comer.

Se ducharon juntos, otros veinte minutos echados a la basura. Cuando estaba despidiéndose de él en la puerta, vio a Tom salir del elevador y dirigirse a su casa. Apenas abrió la puerta, pudo darse cuenta de que aún estaba hecho un desastre. Adrien la tomó de la cintura y le dio un beso prolongado, se dio cuenta de que lo hacía únicamente para restregárselo en la cara a Tom. Le pareció patético.

La soltó y miró a Tom amenazante, luego le dijo a Harl:

―Te llamaré apenas llegue.

Ella asintió con una sonrisa forzada, y pensó en desconectar el teléfono. Le esperó hasta que tomó el elevador, y justo cuando iba a cerrar la puerta, Tom le dirigió la palabra.

―Aún espero a que arregles mi departamento.

Harlem le lanzó una mirada fulminante y cerró la puerta con fuerza.

 

―•―

 

Por la tarde, Tom decidió que estar en su propio departamento era una mera expiación a la que se sometía sin sentido alguno. No tenía las fuerzas para arreglar un desastre de tal magnitud, pero tampoco podía ignorarlo. Ver el mensaje que Harlem había dejado en su pared solo le hacía dudar constantemente, dudar sobre si lo que estaba haciendo era lo más sano para él.

Pensó en Camille, sintió que el pecho se le estrujaba, así que decidió salir. El bar más cercano quedaba a un par de cuadras.

Se sentó en la barra, pidió un trago fuerte, no estaba dispuesto a esperar a que las cervezas le hicieran efecto. Dio dos grandes sorbos, estaban pasando videos de música en la pantalla.

Un par de minutos después, vio sentarse a un taburete de distancia a un hombre muy bien vestido para desahogar sus penas en un bar de no muy buen renombre. Llevaba traje, sin corbata, le daba un toque informal, el cabello castaño corto y probablemente la misma estatura de Tom. Pensó que verlo tanto podría hacerlo pasar por un acosador o algún tipo de persona sin espeluznante, pero trataba de descifrar porque su rostro se le hacía extrañamente familiar.

Cuando el chico se volteó y encontró a Tom viéndole ceñidamente, solo se echó una sonrisa. Tom se sintió ligeramente avergonzado.

―Tomaré lo que sea que él esté tomando ―respondió al bar tender, señalando la copa de Tom. Un tiempo después le dio un sorbo a su pedido y se dirigió a Tom:

―Es un poco fuerte, ¿no crees?

Tom le miró extrañado, parecía…amable.

―Fuerte es lo que necesitas para matar a tus viejos demonios.

El castaño sonrió, luego dijo en tono sugerente:

―¿Mujeres? ―Tom no respondió, así que agregó:―, al menos ese sí es el demonio del que me tengo que encargar yo.

Tom le volvió a mirar fijamente. Y asumió un rol un poco más protagónico, ya que haber sido completamente retorcido al verle como un acosador no le había hecho ser menos simpático, decidió que no haría nada mal hacer una nueva amistad.

―Mujeres, ¿quién las entiende? ―bufó Tom alzando su copa, lo último lo gritó justo cuando pasaba una chica a su lado, como si estuviese reclamándole―. Mi chica está muerta ―dijo de súbito, se volteó hacia él, y preguntó:― ¿Y tu problema, cual es?

―Yo estoy muerto para ella ―respondió el hombre, su sonrisa era distinta―. Es como si…no quisiera verme, ¿sabes?...le doy todas las pistas para que sepa que estoy a su lado, y ella simplemente las ignora. Pero pienso recuperarla ―dijo, dando un sorbo a su trago―. Creo que entenderías si te digo que si no es mía, no será de nadie.

Tom sintió un escalofrío. Recientemente caía en cuenta que ya no los separaba un taburete. Le veía más cercano, y sin embargo, aún no podía descifrar a quién le recordaba.

―¿Nos hemos visto antes? ―preguntó entonces, rendido ante la curiosidad. El chico sonrió.

―No lo creo ―respondió.

―Soy Tom…

―Un placer, George Listing ―dijo el castaño, y estrechó su mano.

 

 

Cage the Elephant - Back against the wall.