Capítulo 38 «Elixir de mentiras»

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          Una brisa primaveral le azotó el rostro. Respiró hondo.
         De cierta manera, le gustaba la primavera. Aunque claro, después vendría el verano y…bueno, decir que no era su estación del año preferida, estaba demás.
         El sol le dio directo en el rostro, al bajar del auto, por suerte llevaba unos lentes de sol. Activó la alarma de su auto y caminó hasta la entrada principal, un par de guardias le ayudaron a abrir la puerta, con una sonrisa galante. El sol alumbró de nuevo, esta vez en las grandes letras color platino que descansaban sobre el techo del edificio de la policía federal de Frankfurt.
         Tomó el ascensor, junto con alguno de los empleados de allí que llevaba su almuerzo entre manos. La música era amena, pero la mirada inquisitiva de hombre aquel hombre la estaba volviendo loca. Carraspeó, y las puertas se abrieron en el piso deseado, finalmente.
         Ya caminando por el pasillo, aunque todavía había miradas en ella, ya no eran tan molestas como la anterior. Se oían algunos murmullos entre la larga fila de cubículos, algunos se preguntaba quién era ella, otros qué hacía allí, algunas qué hacía para mantener el cabello tan sedoso. Lo cierto era que nadie tenía respuesta a ninguna de las incógnitas, y ella, en lugar de dar respuestas, se paseaba por el edificio fresca como lechuga, dejando como rastro la efímera esencia de su perfume.
         Al final del pasillo se encontraba la oficina de la teniente Aggynes Köhler, lo leyó en la puerta mientras se apartaba los lentes del rostro, y los acomodaba arriba de su cabeza. Tomó el pomo y abrió la puerta, no se tomó la molestia de tocar. La castaña tenía la vista fija en el monitor de su computadora, no tenía un aspecto muy halagador, más bien se veía demasiado delgada y las ojeras más marcadas de lo normal. Al escuchar la puerta abrirse, estaba preparada para reprimirle severamente a quién fuese que hubiese entrado sin tocar, pero al verla frente suyo, con la comisura de los labios curveada en una sonrisa maliciosa, el pánico le inundó las facciones del rostro vertiginosamente.
         — Teniente Köhler, qué gusto verla.





•••

         Bill entró a la cocina, justo a tiempo para presenciar el espectáculo que su novia estaba presentando en la cocina, demasiado entretenida cantando Rod Stewart mientras ponía unos trozos de carne al fuego. Y bueno, le era gracioso escucharla cantar, y en otras circunstancias hasta se hubiese burlado inofensivamente de ella… de no ser porque también se sabía la canción. Cuando Brokelle dejó de cantar, se asombró al escuchar la voz de su novio continuando la misma canción.

         —… I know I keep you amused, but I feel I’m being abused. Oh, Maggie I couldnt have tried…any more.
         Brokelle sonrió.
         —Cariño, cantas…sensacional.
         — ¿De veras? Tom siempre amenaza con cortarme la lengua mientras duermo.
         — Ah, no le hagas caso. Tienes una voz excepcional.
         Bill se alzó por el hombro de la rubia y olfateó lo que estaba cocinando.
         — Uh, carne. —dijo. — ¿algo especial?
         — No es nada. — respondió ella. — Papá está cumpliendo años hoy, pasaré el resto de la tarde con él y con Jared. Y bueno, papá hace mucho que no come algo cocinado por mí, y ya que le gusta, pensé en llevarle. ¿Harías el favor de sacar los bocadillos del horno?
         Bill hizo caso, mientras se llevaba a la boca un dulce.
         — Mandale saludos a tu padre de mi parte.
         — Lo haré. — dijo Brokelle. — Aunque estoy segura de que querrá escucharlo personalmente.
         Bill reparó en el implícito significado de aquella frase, y por poco se atraganta con el dulce que tenía en la boca.
         — Oh, bueno…yo…
         Brokelle se carcajeó.
         — ¿Por qué los hombres tienen tanto miedo de conocer a sus suegros? — preguntó. — No es como si fuesen a matarlos.
         — Oh, disculpa, no es como si mi suegro fuese un mafioso. — dijo sarcásticamente. Brokelle sonrió divertida.
         — Mi padre no va a matarte solo porque eres mi novio, de no ser que le debas una cantidad de dinero exagerada, o bueno, piense que eres una amenaza, pero eso lo dudo…
         — No estoy seguro de lo que quieras, Broke, pero realmente no siento ganas de conocer a mi suegro.
         — ¿Ah, no? ¿Y por qué no?
         — Quizás le tenga miedo. — dijo Tom, haciendo acto de presencia en la cocina. — Digo, tu padre no es la persona más inofensiva de este mundo, ¿no?
         — Mantente fuera, de esto, Thomas. —Refutó Brokelle, sin despegar la mirada de Bill.
         — Joder, con ustedes las mujeres no hay caso. — bufó, para sí mismo. — ¿Algún día comprenderán que mi nombre es Tom y no Thomas?
         — Y, entonces, Bill. ¿Lo nuestro es algo pasajero, y por ende, conocer a mi padre, no importa nada para ti?
         — Vamos, Broke, sabes que no es eso.
         — ¿Entonces, qué es Bill? — preguntó, acusadora.
         — Primero, si lo nuestro fuese pasajero no llevaríamos seis meses. Y segundo, creo que es más que obvio que tu padre me intimida, y por ende, conocerlo no está entre mis prioridades.
         — Si yo estoy entre tus prioridades, entonces irás conmigo donde papá hoy, y te presentaras formalmente como mi novio.
         Bill guardó silencio, y después de unos segundos, finalmente accedió.
         — Bien… lo haré.
         La rubia dio dos aplausos al aire, y le besó la mejilla.
         — Te amo, ¿lo sabías?
         — Y así, querido público, es como se manipula a un pobre enamorado. — Tom completó la mímica dando un par de aplausos.
         — Cállate, si no quieres que manipule tu culo pendenciero para que conozcas a Caleb. — Brokelle le dijo, pero con sonrisa angelical. Tom chasqueó la lengua en señal de negación.
         — Eso no fue nada gracioso, Brokelle. — replicó, arqueando una ceja. — Y gracias por la invitación, pero a diferencia de mi hermano, yo no me dejo manipular por las mujeres.
         — ¿Ah, sí? Ya veremos qué dice Camille sobre eso.
         Tom no tuvo respuesta a aquello, de modo que se limitó a darle un trago de leche al frasco de la nevera y luego partió. Brokelle continuó tarareando la misma canción, al tiempo que volteaba los trozos de carne al fuego. Bill se quedó absorto en sus pensamientos, o más bien en el único pensamiento que tenía en ese momento…





•••


         — ¿¡Pero qué demonios haces aquí!? — Susurró Aggynes, al tiempo que se lanzaba a la puerta para cerrarla. Obtuvo como respuesta una carcajada.
         — Así que… así es como recibes a las viejas amigas. — dijo Camille. — Eso no está bien.
         Ya fuera de peligro, Aggynes se relajó un poco y le devolvió el gesto.
         — Camille Novek. —murmuró, como si estuviese recordándola. — Tanto tiempo.
         — Lo suficiente. — replicó la pelirroja. — ¿Cómo va tu nueva vida como teniente de la policía federal de Frankfurt?
         — Excelente. — una sonrisa maliciosa se le dibujó en el rostro.
         — Espero que no olvides a quién le debes ese pequeño favor. — Camille tomó asiento en el sofá que permanecía frente al escritorio.
         — No lo olvido, querida, y prueba de ello es la última semana. — Encendió un cigarrillo y le dio una calada. — Perdí la cuenta de las últimas salvadas de culo que le di a tu padre.
         — Oh, los novatos. Siempre dejando cabos sueltos.
         — Deberías hablar con tu padre. — sugirió la castaña. — O no sé, poner tu culo a trabajar más seguido. Contigo es más fácil.
         — Será porque conmigo no tienes trabajo qué hacer.
         Aggynes se echó una carcajada.
         — Siempre soberbia, ¿no? — le ofreció un cigarrillo.
         — Pero no más fumadora. — dijo, mientras rechazaba la oferta.
         — Vaya, quién diría que los intentos de Brokelle funcionarían.
         — Bueno, ya sabes lo persuasiva que es…
         — Y vaya que es buena. — convino, la mirada se tornó vacía por unos segundos. —Zeller, Zeller…— canturreó. — ¿Sigue viva? Hace mucho no sé de ella.
         — Más viva que nunca. — respondió Camille.
         — Me alegra, es una chica agradable. — liberó el humo en su boca, y apagó lo último que quedaba de su cigarrillo. — Me gusta tu cabello. — comentó. — Es rojo… como la sangre.
         — No me gusta la similitud que le das. — repuso Camille. — Yo diría más bien… rojo como una rosa.
         Aggynes se echó una risa, típica de fumadora.
         — Me gusta lo que hicieron con Alaric. — dijo. — El muy hijo de puta tenía a la familia de Kleiman. Merecía morir quemado.
         — ¿Kleiman, el juez?
         — El mismo. — respondió. — Es que una cosa es sobornar, ¿sabes? Lo haces por puro gusto, no te da miedo ser un poquitín corrupto, además de que es más seguro que los mafiosos estén muertos que en una cárcel, y sabes que eso nunca sucederá. Pero, ¿raptar a la familia porque no accedes a sus caprichos? Eso es bajo, Camille. Muy bajo.
         » El tipo es bueno, ¿sabes? Bien por él que no quisiera dejarse someter por el crimen organizado en esta ciudad. Pero no era como si fuese a delatarlo, nunca lo haría, no tendría las bolas para hacerlo. Pero Alaric era caprichoso, y cuando quería algo, no descansaba hasta tenerlo. Claramente sabía que se avecinaba un juicio donde tenía todas las de ganar, y sin embargo quería asegurarse de que no le jugaran sucio. El pobre de Kleiman estaba dispuesto a no decir nada sobre el soborno, pero Alaric no estaba satisfecho, y raptó a su familia. Era una manera de decir «yo soy quién manda aquí, y nadie va a cuestionarme.» Pero joder, como le odio. O bueno, le odiaba. Sí, bueno, Caleb es un hijo de puta, y tú también, y todos en su Organización, pero estoy segura de que no harían algo tan bajo. ¿Tienen algún tipo de código del que no estoy avisada? Porque si es así, dejame felicitarlos. Me atrevo a decir que Caleb es un hombre honorable, mafioso, pero honorable.
         — Yo diría que Caleb es más bien del tipo que sabe qué le conviene o qué no. —Aggynes le lanzó una mirada confusa, y Camille procedió a explicarse: — Verás, Caleb antes de cometer algo tan serio como un soborno, se asegura bien de la persona con la que quiere hacer el trato, no es como si lo escogiese al azar. Sabe lo mal que le funcionaría tener raptada a una familia entera, no es seguro. La mayoría de ellos resultan útiles, pero en caso de algo extremo, no creo que le viese mayor problema a tomar medidas como las de Alaric. Aunque claro, si algo le rescato a Caleb, es que no les haría daño.
         — ¡Ah! Diste en el clavo. Caleb es un hombre inteligente.
         — Lo es.
         — Hacen falta más mafiosos así.
         Camille se sonrió.
         — Estás diferente, veo que Londres te hizo bien. — Aggynes tomó otro cigarrillo, y lo encendió. — Y como es que después de 10 meses de haber llegado, hasta ahora te dignas a venir.
         — Oh, había estado ocupada, pero aquí me tienes.
         — Ocupada, ¿eh? Ya había escuchado eso, ¿Cuál es su nombre?
         Camille no respondió, únicamente sonrió de lado.
         — Oh, vamos, no me hagas adivinar.
         — Aggynes, querida, las mujeres ya tenemos bastante fama por ser chismosas, no la acredites más.
         — ¡Jódeme! — dijo, abriendo la boca ofendida. — Anda, no seas tan rogada y dime.
         —Pierdes tu tiempo.
         — Si me dices puede que busque si tiene antecedentes criminales.
         A Camille le sonó la idea, y la curiosidad se le encendió.
         — ¿Puedes hacer eso? Sería interesante.
         — Claro que puedo. Nada más dime el nombre.
         — Busca por Tom Kaulitz.
         Aggynes se sentó en la silla del escritorio, Camille le siguió y se posicionó a su lado. Tecleó el nombre de Tom y tras unos segundos de búsqueda, finalmente le encontraron. Los cargos eran por delitos menores, nada realmente grave. Pero era adorable verlo como un adolescente problemático, en la fotografía sosteniendo una placa con números, y el cabello peinado en dreadlocks. A Camille se le escapó una sonrisa que no pudo evitar.

         — Pero si te tiene loca. — dijo Aggynes. — Mira nada más que sonrisa, y yo que creí que sólo te lo follabas. Hasta iba a proponerte un trío.
         — Eres desagradable.
         — Oh vamos, si así era cuando tenía 16 años, imagina como debe estar ahora.

         Camille volvió a sentarse en el sofá, complacida, después de sacarle una fotografía con su celular al monitor de la computadora de Aggynes. La teniente cerró el programa y posicionó sus piernas en el escritorio, cruzándolas en los tobillos.
         Camille miró su reloj de pulsera.
         — Me parece que debo irme. — anunció, poniéndose de pie.
         — ¿Tan rápido? — cuestionó la castaña. — Ah, no me digas que este Tom no es más que otro Georg. Siempre dejando de lado a tus buenas amigas por patanes.
         Camille se quedó estática, frente a ella, sin mostrar expresión alguna en su rostro. Luego sonrió levemente…
         — Te agradecería infinitamente que no lo compares con Georg. — dijo.
         — ¿O qué, vas a matarme bonita?
         —Con gusto lo haría.
         — ¿Estás armada?
         — ¿Necesito estarlo?
         Aggynes amplió aún más su sonrisa maliciosa.
         — Ya te extrañaba. — dijo.
         — Me encantaría poder decir lo mismo…

         Ahora era Camille quién se carcajeaba. La teniente le sacó el dedo del medio, mientras la pelirroja le guiñaba un ojo y partía. Cuando hubo salido, se acomodó de nuevos sus lentes de sol en el rostro, mientras tomada del asa del bolso a la altura del hombro, atravesaba los pasillos de un enemigo que, inadvertido de su presencia, la miraban y contemplaban. Y ella, como león por la noche, escondida en los arbustos del territorio de su propio enemigo, aguardaba con ojos de águila a su próxima presa.
         …Y ya sabía quién era.
         Había sido bastante ingenuo de parte del oficial Lehmann haber creído que Camille no le había visto husmear su conversación con la teniente Köhler, y descubrir que no era la respetada oficial que todos creían. Pero Camille no tenía tiempo de hacer callar a Aggynes y su gran boca, y ya que era peligroso dejar viva a una persona que supiese la cantidad de información que había escuchado Lahm… bueno, sólo había una opción. Camille subió a su auto y siguió a Lehmann a una distancia prudente, hasta que él se detuvo en una farmacia. Dejó el auto estacionado a unos cien metros del lugar, cerca de un callejón.





•••


         El oficial dejó el dinero en el mostrador de la farmacia, tomó la bolsa con el contenido que recién había adquirido, y comenzó la caminata hacia su auto. Sufría de fuertes dolores de cabeza, de modo que estaba constantemente tomando píldoras. Su auto no era muy moderno, pero le gustaba, pensaba que así era menos probable sufrir un asalto. Introdujo la llave dificultosamente, para poder quitar el seguro a la puerta del piloto, se adentró al auto y colocó el paquete en el asiento de al lado. Abrió un poco la ventana para que le entrara brisa, y miró al espejo retrovisor para asegurarse de no colisionar con ningún otro auto, antes de montarse a la vía. Lo que vio en el espejo le hizo paralizarse momentáneamente.

         —Entonces, ¿quiere esto de la manera fácil, o difícil?
         Le fue imposible responder, la frente se llenó de una capa de sudor frío.
         — Supongo que de la fácil. — respondió ella. — Lléveme a su casa, y no intente nada estúpido.
         El hizo caso, atemorizado, y puso el auto en marcha.

         — ¿Nunca le enseñaron que no se espía a una señorita, Oficial Lehmann? — cuestionó ella, que iba retocándose el labial. — Es de mala educación…o en su caso, le va a costar algo más interesante.
         — Yo… yo no…
         — ¿Usted no quería? — se echó una carcajada débil. — Dígame, oficial, si estaba espiando a Aggynes ha de ser porque tenía alguna razón válida. ¿Le ha consultado a alguien sus sospechas?
         — N-no aún.
         — ¿Pensaba hacerlo?—preguntó. Él miró al retrovisor, encontró sus ojos grises clavados en él. Los labios estaban relajados, pero podía jurar que sonreía. De pronto se puso pálido, y Camille no insistió más.

         Bajaron del auto. Ella le tomó del brazo, le besó la mejilla, y durante el corto recorrido de los escalones al descuidado apartamento, fingió ser una simple amante, sólo en caso de algún vecino indeseado. Lehmann abrió la puerta despacio, como queriendo retrasar lo inminente, pero cuando estuvo dentro de su propio departamento, supo que no había vuelta atrás.
         En el momento en que su pie pisó el piso de alfombra del lugar, las manos de Camille lo tomaron del cabello, en su cintura, la otra mano de Camille le arrebata el revólver que llevaba. Al costado derecho de su cabeza, el frío contacto de la pistola lo hizo estremecerse. Un segundo después ella ya había disparado.
         Estaba cerca del sofá, por lo que le dio un empujón a su cuerpo inerte, acomodó un poco su cuerpo para hacerle parecer sentado, luego tomó el arma y lo colocó en la mano del oficial. Tomó una gran bocanada de aire al terminar.
         Nadie allí se atrevería a siquiera sospechar de un asesinato, no cuando todo señalaba que había sido un suicidio. Y Camille no había dejado pruebas, había tomado la pistola con unos guantes puestos, de modo que no habría huellas dactilares aparte de las de Lehmann. Tampoco había familia o amigos cercanos que pudiesen decir que Lehmann era un hombre feliz, o que no tenía razón para haberse quitado la vida. Solo era un hombre solo, amargado, y realmente entrometido. Camille sacudió sus manos.
         Le echó un vistazo a su alrededor, sólo verificando que nada de sus pertenencias hubiesen caído. Después de estar segura de que no habría pruebas para incriminarla a ella, salió de allí tan rápido como pudo.





•••


         Tom era un hombre tan curioso que no tuvo más remedio que tomar a escondidas el relicario que su padrastro guardaba con tanto recelo. Y ahora que sabía la verdad sobre Camille y Gordon, suponía que aquello debía tener algo relacionado, aparte de que la joya en sí era realmente hermosa, y nunca lo había dejado contemplarla por mucho tiempo. Abrió el corazón de plata, dentro de él la sonrisa de una bebé adorable le hizo curvear sus labios, definitivamente aquellos ojos grises eran únicos. No era que sintiese ternura por los bebés, en realidad casi nunca le sucedía, pero con Camille era diferente, le costaba imaginar que ella, ahora soberbia y peligrosa, alguna vez pudo ser una criatura tan adorable como la de aquella fotografía. Era simplemente embelesadora. Aunque Tom sabía que Camille podía tener un lado sensible y vulnerable, le costaba imaginarla como una indefensa bebé.
         El timbre de casa sonó, y él se encontraba completamente solo. Estaba muy entretenido viendo la fotografía de Camille, pero debía atender y así lo hizo, dejó el relicario y bajó los escalones.

         — Pero miren quién se dignó a venir a ver a su novio. — dijo apenas abrió la puerta, y la vio a ella allí de pie. Camille le sonrió de lado, para después concederle un beso.
         — Lo siento, lo siento — replicó apenada. — He estado en otro mundo esta semana, pero he venido a recompensarte.
         — Uh, eso suena bien.
         — Y será aún mejor. — repuso, con picardía.
         — Si es así, deberías desaparecerte más seguido. — Camille volcó los ojos. Se despojó de su suéter y Tom lo tomó para guindarlo del perchero.
         —Ah, estoy muerta. — se quejó, moviendo la cabeza en círculos y tomándose el cuello con ambas manos. — ¿Qué dices si mejor me haces un masaje?
         Camille lo decía bromeando, pero a Tom pareció agradarle la idea más de la cuenta.
         — No sería mala idea. — dijo. — Me gustan los masajes…— Tom movió sus cejas animadamente, y Camille amplió su sonrisa.
         — Te esperaré arriba. — le hizo saber. — Lleva algo de vino.

         Tom asintió, y cuando Camille se dispuso a subir los escalones, le dio una inofensiva nalgada, ella se carcajeó y se volteó sólo para guiñarle un ojo. Tom se relamió los labios sin poder ocultar la sonrisa pícara que tenía plasmada en el rostro, mientras la veía subir.
         Camille se dejó caer cual pluma en la suavidad de los edredones de Tom, se dijo a sí misma que debía averiguar dónde los compraba. Pero a pesar de todo, algo le molestaba en la espalda, de modo que introdujo su mano y sacó el responsable de su anterior malestar.
         «Un relicario» dijo para sus adentros. Pero no era cualquier relicario, era uno innegablemente parecido al de su tía, y por ende, al extraviado de su madre. El corazón comenzó a latirle de manera vertiginosa y con furia, cual animal enjaulado. Lo abrió lentamente, y en su contenido se encontraba la fotografía de un bebé… pero sabía que aquel bebé no era cualquier bebé, aquella fotografía era de ella.
         Y entonces el mundo pareció venirse abajo.
         La garganta comenzó a escocerle, podía jurar que estaba hiperventilando. Pero se encontraba estática, con la respiración agitada y el corazón galopando dentro del pecho. La piel comenzó a tomar un tinte más pálido de lo normal.
         Tom hizo acto de presencia, sosteniendo dos copas de vino en la mano. Ella le clavó la mirada penetrante en los ojos, y el pelinegro supo que algo no andaba bien. Entonces descendió la mirada hasta la mano de ella, presionando con tanta fuerza el relicario que se le resaltaban las venas. Antes de poder decir algo, ella ya le había mascullado la pregunta con una urgencia inexorable:

         — ¿De dónde demonios sacaste esto?



 



Canción: Meet me on the quinox- Death cab for cutie.

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2 Response to Capítulo 38 «Elixir de mentiras»

27 de mayo de 2011, 8:53 p. m.

:o oooowww!!!
Están jodidos, ambos Bill y Tom!!!
Bill por ir a conocer al papá de Broke!!! Jajajajaja eso va a estar dem bno, cagada de risa!
Y Tom con Cam, eso si va a ser una cagadota u.u
Jajaja y amé esa poli, jaja
En fin muy bno, gracias a Dios otra vez capítulo!!!!!!!!!!!!!
Ya espero el otro...

BrendaV.E
30 de mayo de 2011, 5:22 p. m.

La cagadaaaa... mas le vale a Tom que se lo explique bien a Camille.
la cagadaaaaaaaa xd