Capítulo 53 «Círculo de fuego»

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No fue la primera en entrar, pero ciertamente no era la última. Ese lugar de enigma y honorabilidad le tocaba a su jefe, no Dirk, él era un payaso ingenuo, sino a él, Lars.

Tomó asiento en la gran mesa de forma rectangular en un fino material brilloso y negro, con las sillas a juego en metal. Los otros lugares fueron siendo ocupados conforme los pocos segundos de tiempo les permitieron ir pasando, no era una regla llegar temprano, era una desición que se tomaba si se era inteligente. De modo que en su mayoría eran hombres los empleados, y Harlem, sin embargo todos allí comenzaban a tomarle respeto. Era nueva en el trabajo, mas no en el negocio.

Lars entró con su costoso traje color negro, algo apurado, cerró la puerta y tomó el control remoto a la pantalla que estaba frente a la mesa. Se hizo a un lado mientras aparecía la foto de una mujer de mediana edad, justo sobre el fondo negro y la tipografía azul eléctrico que daba detalles sobre la mujer.

―Ambreal Trentini ―cuando el nombre salió de la boca de Lars, todos asintieron de forma que le hacía saber que su nombre era más que conocido―, cuarenta y seis años, esposa de Vincent Trentini. Supongo que no tengo que decir mucho más, ¿no? ―todos asintieron con media sonrisa―. Bien, ésta noche ésta es su misión. La queremos viva, ¿entendieron? Ni un sólo rasguño a esta mujer, y nuestro cliente fue enfático con ese pequeño pero importante requisito. Sean amables, en la medida de lo posible, claro…

Y con ello, Lars se refería al repentino susto que ocasionaba estar al tanto de que la estaban secuestrando, pero aparte de eso, la mujer debía estar en perfecto estado.

―Y saben cómo es la señora Trentini, está en un restaurante muy importante, así que…vayan bien vestidos ―Lars miró su reloj de pulsera―. Es todo, Renée los llevará al siguiente departamento.

La agente Ferch, o como solía decirle Lars ―quién tenía la confianza para hacerlo― Renée, se encargaba de la parte estética de las misiones, que, aunque parecía no tenía lugar importante, en realidad sí lo tenía.  Renée esperaba cerca de la puerta, y cuando finalmente Lars terminó, se abrieron las puertas y Renée meneó la cabeza hacia la derecha para que los agentes las siguieran.

Todos se levantaron y la siguieron por los pasillos con luces blancas y paredes grises. Renée abrió una puerta y se adentró en una habitación, entonces se detuvo y se volteó a los agentes. El primero en la fila era Russell.

―¿Qué talla eres? ―preguntó. Russel respondió de inmediato y ella sacó un traje completamente negro y lo puso sobre el pecho de él, girando un poco la cabeza para visualizarlo mejor―. Este es perfecto ―dijo para sí misma, mientras lo soltaba y Russel lo tomaba tan rápido como sus reflejos le permitiesen.

―Tomen todos uno. Harlem, tu vestido está al final.

Comenzó la marcha de nuevo, y mientras pasaba los percheros con ropa masculina, al final de la habitación, tomó su vestido bien guardado en un saco negro. Estaba ansiosa por saber qué ropa le habían elegido.

La caminata siguió hasta otra habitación, subiendo un par de escalones, donde guardaban las armas. Renée abrió lo que parecía ser una gran caja metálica con una luz que alumbraba desde adentro, allí aparecieron ocho pistolas negras calibre cuarenta sin cargador sobre una superficie de terciopelo negro. Bajo las armas parecía haber otro nivel, que salió junto con los respectivos cargadores de las armas de arriba. Renée tomó el primer cargador y lo insertó en el armazón de la pistola, después lo lanzó a Russell quién lo tomó en el aire con gran precisión.

―No necesitarán artillería pesada, ¿verdad, niños? ―cuestionó con sonrisa burlista, mientras seguía lanzando las pistolas con sus respectivos cargadores. Harlem tomó la última y la guardó entre sus pantalones y su cadera.

―Bien, sigamos.

Renée salió de la habitación y se introdujo en el elevador junto con los demás agentes. Bajaron hasta el estacionamiento subterráneo, donde guardaban los autos. Las puertas se abrieron, las luces ya estaban encendidas, los reflejos de las mismas sobre los capós brillantes.

―¿Quién quiere conducir? ―preguntó con sonrisa maliciosa, sosteniendo la llave de un lujoso Chevrolet Tahoe. Al ver los ojos de Russell brillando le lanzó las llaves―¿Estás seguro? Es un auto poderoso, un solo error y…no más Russell.

―Creo que acepto el reto ―dijo él con sonrisa coqueta.

―Bien ―accedió la rubia, sonriendo de vuelta―. Harlem, las llaves de tu auto.

Harlem extendió la mano, recibiendo las llaves de un Dodge charger en color negro.

―Los veo aquí a las ocho ―dijo, sin necesidad de advertirles la vitalidad de llegar temprano―. Cuiden sus trajes.

Eso fue lo último que escuchó Harlem, después salió del edificio con su vestido al hombro, abordando su auto de vida cotidiana, el precioso Nissan.

Su departamento en el centro no distaba de ser tan lujoso como su auto. El edificio en el que vivía tenía aires modernos, diferenciándolo del resto que tenía más bien influencias de arquitectura gótica. Lo rentaba ya amueblado, y aunque la elección de la tela de los sofás no era su preferida, seguía teniendo un encanto muy único.

Al llegar lo primero que hizo fue abrir el saco que contenía su vestido para echarle un vistazo; y Renée nunca fallaba con su gusto. La tela formaba unos elegantes pliegues en su busto, con tela satinada en un precioso color champagne, y bajo su pecho entallado, ceñido hasta la rodilla la tela en color negro opaco. Estaba segura de que esa noche haría frío, pero lucir ese vestido realmente lo valía, y usar un abrigo solamente lo opacaría.

Dejó entonces el vestuario sobre su cama, y se dirigió al baño para abrir el grifo de la bañera. Esperó a que se llenara de agua, y mientras se fue por un poco de vino y una copa para relajarse mejor. Finalmente estuvo en el baño, sumergida en el agua tibia y espumosa, tomando un poco de vino mientras una suave melodía la hacía cerrar los ojos involuntariamente. No se había percatado de lo cansada que estaba, hasta que, en algún momento de su placentero dormir, escuchó el timbre de su casa sonando. Y al despertar repentinamente el agua de la bañera se revolvía de forma brusca y se salía de los bordes. Gritó un rápido «Ya voy» desde el baño, salió de la bañera y se ató los extremos de la bata en la cintura, mientras con pasos rápidos se acercaba a la puerta se echaba un vistazo por la mirilla. Era Boyd.

―¿Qué sucede contigo? ¡He estado tocando durante la última media hora!

Harlem rió, cerrando la puerta tras él.

―Estaba dándome un baño, y me quedé dormida ―se excusó, para luego agregar―: ¿Y tú qué haces aquí?

―Traigo comida china, y algo de vino ―Luego la olfateó―. Pero por lo que veo ya empezaste.

Harlem solo volcó los ojos.

―Iré a ponerme algo de ropa, espérame aquí.

Tal vez sí había tomado más de la cuenta, cuando comenzó a caminar se tambaleó un poco a causa del mareo. Llegó su habitación y se puso su ropa interior, luego se paseó por su habitación de ese modo en busca de alguna blusa que había dejado en su cama antes de irse a bañar, pero que ahora simplemente no encontraba.

―Sabes, a veces me haces dudar de mi sexualidad ―escuchó a alguien decir, la voz de Boyd. No se apresuró en taparse.

―Cuando dices esas cosas me haces a mí dudar de tu sexualidad ―respondió, finalmente encontró su blusa. Escuchó a Boyd carcajearse, mientras se sentaba en la cama.

―Lindo vestido ―comentó―. ¿Irás a algún lado?

Harlem se forzó a sí misma a pensar en una respuesta rápida y creíble.

―Tengo una cita ―respondió. Bien, rápida sí, creíble…tal vez.

―¿Una cita? ―cuestionó Boyd, justo como Harlem había predicho en su mente.

―Sí, una cita.

―¿¡Harlem Vall dejará de trabajar por una noche y asistirá a una cita!? ―dijo ahora con más euforia―. Lo único que podría hacer este momento mejor es que me digas que es con un chico.

Harlem sólo asintió.

―Lo es.

―Vaya, ¿lo conozco?

―No ―respondió demasiado apresurada.

―Bueno, te agradará saber que yo también tengo una cita hoy.

―¿Ah, sí? ―Harlem se sentó a su lado, en la cama―. ¿Lo conozco?

―No ―respondió él―. Bien, en realidad sí, pero es del departamento, y no quiere que nadie sepa que estamos saliendo, al menos no hasta que sea serio.

Harlem hizo un sonido prolongado con la boca.

―¿Vamos a la sala?

Boyd se levantó y caminó junto a ella a la sala de estar. Allí abrieron los platos de comida china y destaparon el vino que Boyd trajo. Hablaron de banalidades durante toda la tarde, Harlem intentado adivinar con quién iba a salir Boyd y Boyd conociendo sobre el ficticio hombre que saldría con Harlem esa noche.

Boyd era muy cercano a ella, y algunas veces le afectaba seriamente tener que mentirle sobre su verdadero oficio. Era la primera vez que se relacionaba con alguien realmente que no estuviese en el mismo negocio que ella, y aunque sabía que era peligroso ―los mafiosos siempre dan en el punto débil cuando lo encuentran― sería más peligroso hacerle saber lo que hacía, aparte de claro, la cuestión moral que daría saber que su mejor amiga era una asesina a sueldo.

Finalmente fue hora de que Boyd se marchase, las citas comenzaban a una hora parecida y Boyd era bastante coqueto con su higiene, aunque no demasiado femenino, siempre procuraba oler bien y tener el cabello sedoso. Por su parte, Harlem ya tenía la mitad del trabajo hecho. Eran las siete de la noche, comenzaba a anochecer, y lo único que quedaba era maquillarse y peinarse.

Al terminar la noche, y cuando se dirigía al edificio de la Organización, su cabello iba recogido hacia el lado derecho de su cabeza completamente, cayendo sus rubias y exuberantes ondas por el hombro. Sus ojos celestes con maquillaje ahumado negro y sus labios rojos, al igual que el barniz en sus uñas. Todo aquello culminado con el vestido.

En el garaje todos estaban listos, recibiendo las últimas órdenes y colocándose los auriculares en el oído, al igual que los discretos micrófonos camuflados con la ropa. Russell dio las últimas palabras importantes a Harlem y Renée dio la señal para que partieran.

El recorrer de las calles fue rápido, en un par de minutos ya se encontraban en el lujoso restaurante. Lanzaron las llaves de sus autos al valet, y se adentraron al lugar.

Harlem echó un vistazo a todo, había suficiente gente como para que fuese dificultoso encontrar al objetivo, la imagen que tenía de Ambreal Trentini era de cabello color granate y ojos oscuros con prominentes arrugas.

―No puedo encontrarla ―escuchó a Russell decirle. Se ajustó el auricular y respondió:

―Yo tampoco.

Harlem se decidió por caminar por el lugar para localizarla, subió hasta el segundo piso y continuó buscándola allí. Cuando no pudo encontrarla le informó a sus compañeros de misión que iría a ver al tercer piso.

―Aguarden en el segundo y el primero en caso de que haya estado en el baño ―demandó. Los demás obedecieron y ella subió hasta el último nivel del lujoso restaurante.

Allí había tanta gente y mesas ocupadas como en los otros niveles. Los meseros correteaban de un lugar a otro dando una imagen completamente diferente a la que trataba de aminorar la música de piano que se escuchaba. Harlem se decidió por correr los bordes del salón, mirando hacia el centro.

Justo en ese momento, en que sus ojos bailaban de un lugar a otro, cuando se fijaron con fuerza en una persona en especial. Allí sentado, al centro del lugar, en una mesa para dos pero estando solo, se encontraba Tom.

Y no pudo haber sido peor la sensación cuando le vio.

―Joder…

―¿Sucedió algo? ¿La encontraste? ―preguntó Russell apresurado.

―Oh, no, no ―comprendió de repente que la habían escuchado―. Mmm, iré al baño ¿bien? Voy a desconectar esto un segundo.

―No, Harlem, ¡no puedes!, est…

La rubia lo hizo sin importarle mucho los reclamos de otros agentes que se sumaban a las suplicas de Russell. Se dirigió con paso seguro y rápido a la mesa de Tom, donde la silla frente a él se encontraba vacía. Se sentó con tanta fuerza que por un momento creó que había hecho un agujero al piso con las patas de la silla. Tom se mantuvo tranquilo, le dio un sorbo a su copa y dijo:

―Vaya, linda sorpresa.

Harlem alzó una ceja.

―¿Qué demonios haces aquí?

―Podría preguntarte lo mismo.

―Vamos, no estoy para bromas.

Tom solo sonrió.

―Bien, tengo una cita, a eso vine. ¿Algún problema?

―Tengo problemas en creer lo que dices.

―Tú lo has dicho, es tu problema.

Harlem tomó aire audiblemente, tratando de calmarse.

―Sé lo que haces, joder, y si intentas algo conmigo…no vas a tener suerte.

Tom se echó una carcajada.

―¿Podrías ser más específica? Realmente te estoy perdiendo.

―Te conozco, Kaulitz. Todos en este negocio te conocen. Y ¿sabes algo? Les agradas demasiado para ser verdad. Les agradas porque les quitaste un gran peso de encima. ¿Sabes de lo que hablo?

Tom se tornó serio, como si de alguna manera supiese a que se refería.

―Ser el causante de la muerte de Camille Novek fue un golpe de suerte que te hizo un nombre entre las mafias ―Tom se paralizó, y ella curveó sus labios―. No voy a dudar en deshacerme de ti en la primera oportunidad que tenga. No estoy dispuesta a correr el riesgo.

Tom miró a los lados y lanzó la servilleta contra la mesa.

―¿¡De dónde sacaste semejante mentira!?

Ahora era Harlem quien tenía el semblante impasible y cínico.

―Es el rumor que corre por toda Alemania. Nadie creería que Camille Novek caería por un rostro bonito, si lo hubiesen sabido, habrían mandado a muchos a hacer tu trabajo. Pero tú..tú fuiste único, y diferente. Tan calculador, joder, oí que los mafiosos tienen bajo llave a sus hijas con tal de que no se topen contigo. Te tienen miedo, ¿lo sabías? Completamente irreal.

―Es todo mentira ―masculló clavando su mirada en ella. Harlem se acercó por la mesa, con el rostro a pocos centímetros de él.

―Te he estado vigilando, Kaulitz. Y yo, no te tengo miedo. Un solo desvío en mis misiones por tu culpa y no tendrás ni tiempo de celebrarlo.

Harlem se levanto, y justo en ese momento, tras ella, se encontraba Ambreal. El rostro demacrado y amargado le hacía saber que no le había agradado estar allí de pie mientras ella se apoderaba de su silla. Harlem dio una media sonrisa e hizo amago de irse, pero parecería demasiado maleducado para el gusto de Tom, de modo que intervino antes de que diese un paso.

―Oh, Ambreal, déjame presentarte a un vieja amiga, ella es…

El momento se tornó incómodo cuando a Tom le fue imposible recordar su nombre. Después de varios segundos que parecieron horas, la rubia intervino.

―Harlem, mi nombre es Harlem.

Ambreal la miró de pies a cabeza.

―¿Harlem? ―dijo en tono despectivo y con marcado acento italiano―. ¿Harlem como la ciudad?

La rubia soltó una risilla.

―Sí, como la ciudad.

Ambreal solo alzó la ceja disgustada. Luego murmuró, lo suficientemente alto para que Harlem escuchara:

―Vaya amigas, querido.

Tom solo sonrió.

―Fue un gusto conocerla. Que tengan una buena noche, y…hasta luego, Tom.

Lo siguiente que debía hacer era cancelar la misión. Las cosas se complicaron mucho con la presencia de Tom, siendo la cita de Ambreal, podría intervenir y le harían daño, un riesgo que no estaba dispuesta a tomar, porque en sus planes, no estaba realmente lastimarlo ―aún cuando lo había amenazado―.

―¿A qué te refieres con “cancelar la misión”? ¿ESTÁS LOCA? ―fue lo primero que vociferó Russell, conforme ella bajaba.

―Espérame en la primera planta, con los demás. Les explicaré los detalles.

Finalmente se reunieron cerca de los baños, la gente comenzaba a irse por lo que comenzaban a tener más espacio. Estando allí, Harlem comenzó a explicarse:

―La cita de Trentini es alguien sumamente peligroso, ¿entienden? No podemos intervenir ahora.

―¿Tiene guardaespaldas?

―No.

―¿Quién es?

―El tipo que mató a Novek ―respondió. Todos tragaron con dificultad―. Probablemente alguien más quiere encargarse de Trentini aparte de nosotros.

―¿Está solo? ―preguntó uno de los agentes.

―No lo sé, por eso sería imprudente intentar hacer algo. No pudo ella, nosotros sólo podríamos soñar con intentarlo. Dejaremos esto para otro día, yo hablaré con Lars.

―Bien ―dijeron al unísono. Justo cuando iban a marcharse, Harlem llamó a Russell.

―Llévate mi auto ―ordenó―. Tomaré un taxi a casa.

El castaño asintió y se marchó con los demás agentes. Harlem salió del edificio, hacia la esquina, donde los autos pasaban y las luces de la luna y las estrellas alumbraban. Se sentó en una banca de metal adyacente al barandal que cubría el jardín del restaurante, se frotó los brazos por el frío y se quitó el auricular y el micrófono. Allí permaneció probablemente poco más de una hora, hasta que sintió que el frío no la dejaría permanecer allí por más tiempo.

Caminó un poco hacia la entrada del hotel, donde se detenían los taxis. Alzó la mano y la meneó de arriba abajo, pero ningún taxi se detenía. El viento comenzó a soplar más fuerte, comenzaba a temblar de frío.

En ese instante reparó en la presencia de Tom, a su lado.

―Va a ser difícil encontrar taxi a esta hora ―comentó, con las manos en los bolsillos. Harlem le ignoró y continuó con su brazo―. ¿No tienes frío?

Ella no respondió.

―Bien, iba a ofrecerte un aventón, pero parece que no quiere hablarme.

―Te he advertido que te mantengas lejos de mí ―sentenció.

―Oh, créeme que ahora más que nunca te va a costar deshacerte de mí.

―¿Me he convertido en tu misión? ¿Quién te ha mandado a matarme? ―Harlem finalmente desistió de sus intentos y se paró frente a él.

―Nadie, en realidad.

―¿Entonces?

Tom formó una sonrisa torcida con sus labios encantadores y dijo:

―Me gustas.

Fue tan directo al decirlo que ella tuvo que esperar unos segundos para asimilarlo. No dijo nada cuando finalmente se dio cuenta de lo que había dicho.

―No es recíproco ―sentenció después de unos minutos. Se volteó.

Tom se quitó su chaqueta y la colocó sobre los hombros de ella. Harlem pensó en un momento de orgullo en quitársela y devolvérsela, pero la realidad era que…definitivamente estaba haciendo demasiado frío. Y la chaqueta estaba tibia y tenía la fragancia de su perfume impregnada.

―Quédatela ―murmuró él. El valet se acercó y le dio las llaves del auto que esperaba frente a él. Harlem finalmente pudo detener un taxi. Tom la acompañó hasta la puerta y la abrió como todo un caballero, antes de sentarse en la parte trasera, se volteó a Tom, que sostenía la puerta con su brazo y la acorralaba, y le miró directo a los ojos.

―¿Por qué haces esto? ―preguntó ella, dejando de lado su faceta amenazante. Estaba confundida. Se sentía…extraño.

―Será mi excusa para volver a verte ―respondió él. Le guiñó un ojo, y se acercó para darle un cálido beso en la mejilla.

Harlem subió al taxi como sumergida en un trance, Tom cerró la puerta y se dirigió a su auto. Condujo un momento detrás de ella, y cuando se acercó al cruce en que tenía que tomar una curva, aceleró y se posicionó justo del lado de la ventana en que ella llevaba apoyada la cabeza. Tenía los ojos cerrados.

Tom sonrió y tomó la curva, marchándose con esa imagen en su cabeza. En ese mismo instante Harlem abrió los ojos, y le vio alejarse.


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2 Response to Capítulo 53 «Círculo de fuego»

the flacks
31 de enero de 2012, 4:19 p. m.

O.O,estoy empezando a amara a harlem, hahaha, es que....es tan parecida en algunas cosas, a camille, aunque claro, la extraño, pero tiene esa pequeña esencia de ella, con razón tom esta así. me sorprendió que tom este ahí, jamas pensé que eso iba pasar, y encima era amigo o su cita de la viejita XD. pero es manera de hablar con harlem fue tan parecida a como era antes con camille. tom siempre le fregaba o a estab ahi en las misiones de camille, esta vez es con harlem, es sorprendente, es comos i estuviera empezando de nuevo, con como dijo ella, una nueva victima. así que tom es conocido como el asesino de camille, pero, tal parece que en Alemania se ha dicho otra historia y no la verdadera, que tom y camille estuvieron enamorados de verdad, yq ue no fue una trampa como muchos lo piensan. Waooo, esto esta SUPER INTERESANTE, hace mucho no leí tu fics, y aun así me vuelve a encantar y vuelve a envolver, es fascinante,lo amo.

Anónimo
21 de febrero de 2013, 11:54 p. m.

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