Capítulo 1 «Trebejos[I/II]»

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La luz del sol ya comenzaba a penetrar los pliegues de tela negros que caían sobre el vidrio de la ventana de la habitación de Camille. Podía dormir tantas horas como quisiese, no era de esas personas que gustaban de levantarse temprano, y su trabajo ayudaba en gran parte a la causa. Se abrieron sus ojos, uno después del otro, cual si fuese sorpresa el mirar de sus paredes color almendra pálido. La vista fue difusa al principio, y cuando logró despertar del todo, lo que encontró fue un tímido rayo de luz que atravesaba su habitación.
Se dispuso a salir de cama, despojándose de las almohadas y cobijas que aún tenía pegadas al cuerpo. Bostezó al tiempo que se levantaba, terminó de abrir sus cortinas, y tomó la bata que pendía del perchero cerca de la puerta, para bajar y tomar algo de desayuno.
Conforme sus pies descendían a cada paso por los peldaños del departamento, podía escuchar a Brokelle revolotear entre las ollas y gabinetes de la cocina. Su amiga siempre solía levantarse temprano, por lo que Camille pensó, no debían ser más de las 8:00 am. Al saber la hora, contrarío a lo usual, Camille no se amargó mucho. Por el contrario, aún mantenía la misma sonrisa que sus labios mostraban apenas despertó, y creería, iba a permanecer de ese modo, mientras nada interfiriese.
El olor a pan tostado y tocino llegó a su nariz casi de inmediato, y pronto se vio a ella misma adentrándose a la cocina guiada por el delicioso aroma. Brokelle estaba volteada a la estufa, probablemente haciendo huevos fritos. Se volteó cuando escuchó unos pasos acercándose.
—Vaya, vaya —canturreó, la rubia —. ¡Pero miren quién se ha levantado a las ocho de la mañana! —Camille volteó los ojos, al tiempo que se acercaba a la nevera y sacaba una jarra con jugo de naranja.
—Las mañanas no son el mejor momento para hacer bromas, Zeller —le  dijo  llamándole  por  el  apellido,  solía  hacerlo  cuando  se  irritaba ligeramente—. Ah, recuérdame comprar otras cortinas.
Brokelle dejó de cocinar y se volteó con sorpresa anticipada.
—¿Cortinas? —cuestionó—. Es imposible, debes estar loca —volvió a la estufa, aún en su negativa—. No encontrarás cortinas más oscuras de las que ya tienes, Cam. Si no quieres que la luz te “moleste”, deberías dormir en un ataúd, entonces.
—No es una mala idea —Se sonrió, mientras tomaba una rebanada de pan y se la llevaba a la boca. Brokelle sólo volcó los ojos—. ¿Qué haces de comer?
—Huevos y algo de tocino—respondió—. Pero no sabía que te levantarías temprano. ¿Quieres?
—Sí, no cené ayer por la noche…estoy hambrienta. Creo que desperté por eso.
Brokelle se limitó a seguir cocinando. Camille miró a un extremo de la mesa, se encontraba un papel mal doblado y desgastado, creyó saber, con sólo echarle un vistazo, de qué trataba. Extendió la mano y lo tomó, dentro del contenido decía algo con bolígrafo negro:
«Llegar tarde no es digno de las damas, no a menos que vayas al altar. Suerte la próxima»
Leyó su contenido, aquellas palabras ya no la atormentarían más. Aún recordaba las otras notas que él le había dejado, siempre sobre el cadáver inerte y sin vida, siempre con el mismo cinismo y la misma osadía. Tratando de burlarse de ella, de Caleb y de toda la Organización envuelta en los asesinatos. Aquel chico debió estar embriagado cuando pensó en meterse con ella.
—Tu sonrisa… —comentó Brokelle, sacándola de sus cabales—, te noto risueña, ¿qué estás leyendo?
—Nada que tenga importancia —respondió dejando de lado la nota.
—Claro que la tiene. Te ha hecho sonreír por la mañana —Brokelle apagó la estufa y se acercó a Camille—. Anda, dime qué te ha causado esa sonrisa tan… coqueta.
—Bien, sólo me siento bien —Le mostró la nota—. ¿Ves esto? Nunca más tendremos que preocuparnos por ese par de bastardos. Me deshice de ellos, y me siento orgullosa de mí misma. Les enseñé la lección, ¿no crees?
Brokelle pensó que era algo más interesante, de modo que el semblante le cambió.
—Bueno, están muertos… no creo que hayan “aprendido” precisamente.
—Estoy segura que me recordarán aún en el infierno —dijo, son cierta picardía.
—Pensé que sería algo más interesante, ¿sabes? —mencionó la rubia, mientras servía los huevos en el plato de Camille—. A veces pienso que necesitas un novio, querida. Algo con qué distraerte.
—Y yo a veces pienso que deberías cerrar la boca, querida —Brokelle le fulminó con la mirada, pero a la vez divertida. Camille curveó sus labios y levantó el dedo del medio.
—Y bueno, ya que hablamos de ese par, ¿ya le dijiste a Caleb?
—No aún —respondió—. Pero debemos ir hoy a su casa, ya sabes, a saldar últimos detalles. Le diremos cuando estemos allí.
Camille continuó comiendo, sin embargo Brokelle se desconcertó un poco. Ciertamente, estar entre Caleb y Camille mientras conversaban, no era de las situaciones más cómodas que podía manejar. Era demasiado tedioso para su gusto, sentir la evidente tensión que entre ellos existía. Era como chispas cerca de gasolina, se sabe que en algún momento va a hacer contacto y a estallar, pero no se sabe cuándo exactamente. Y presenciar discusiones no era algo que a Brokelle le gustase particularmente.
Pero no había más opción, el asunto era delicado como para no poder tratarlo con una llamada telefónica, y al ser también su trabajo, se veía obligada a ir. Eso no significaba que estuviese feliz de ir, y sabía asimismo, que Camille tampoco lo estaba.
—Estuvo delicioso, Broke. Gracias —Camille se levantó y dejó su plato en el lavabo —. Iré a alistarme, debemos estar en casa de Caleb a las 14:00. No te demores, ¿sí? —Se limitó a asentir, aún estaba masticando su desayuno—Bien —añadió entonces la pelirroja, y salió por la cocina directo a su habitación.

•••

Abrió la puerta que daba a su armario, más bien una pequeña habitación llena de estantes anexada a su dormitorio. Sus ojos le echaron un vistazo a todo, pero aquel día se vestiría sencilla, en realidad no le gustaba alistarse. Tomó unos pantalones rasgados de mezclilla, una blusa de cuello en color negro, la cual complementaría con una chaqueta de cuero que llegaba hasta la cintura. Unos zapatos negros y un bolso que combinara con su atuendo.
Salió de su armario, dejando su ropa estirada en la cama. Luego entró el baño, se desvistió, y abrió la canilla.
El agua le acarició la piel, haciendo lo que cualquier ducha a esa hora de la mañana le haría; Relajarla. Lo que tenía planeado como un rápido se baño, se había prolongado un poco más, y tras permanecer inmóvil en la bañera por cuarenta minutos, decidió que era hora de salir.
Ató su bata de baño a su cintura y buscó su secador de cabello. Camille solía llevar el cabello castaño, hasta cuando se mudó a Londres hacía algunos años atrás. Después de una experiencia no muy grata, decidió comenzar una nueva vida.  Y eso comprendía también, un cambio de look.  Probó varios colores hasta quedar completamente satisfecha con el rojo carmesí que llevaba ahora. Aquel color hacía que sus ojos grises destacasen en su rostro.
Peinó su flequillo recto, no necesitaba alaciarse el cabello cuando ya era lo bastante liso, bastaba sólo con darle una rápida secada, y en un par de minutos estuvo lista, muy diferente a Brokelle.
La rubia tardaba eternidades alistándose, o al menos así lo veía Camille. No le molestaba que fuese coqueta, —casi  en  exceso—,  le  molestaba  que  siempre  la  hiciese  llegar  tarde.  Y si había algo que Camille odiase, era la impuntualidad.
Ya por la tarde, como una rutina, Camille esperaba en la primera planta del pent-house, dando vertiginosos golpes al mármol blanco con sus zapatos, mirando su reloj de pulsera cada dos minutos, y vociferando a su amiga que debía apresurarse. Brokelle bajaba casi todas las tardes, después de alistarse en un tiempo récord, tratando de adornar sus orejas con coquetos aretes, mientras que con una mano sostenía un zapato, y con el otro pie intentaba mantener el equilibrio. Camille podía estar irritada por la tardanza, pero negar que verla en esa situación le hizo gracia, era una completa mentira.
—¿Iremos en tu auto? —preguntó Brokelle, ignorando la mirada burlista de la pelirroja. Camille volcó los ojos.
—¿Crees que llegaremos con el tuyo?—replicó, mientras seguía su camino hasta la puerta. Brokelle terminó de ponerse su zapato, guardando silencio, la verdad era que discutir con Camille era exhaustivo, más cuando sólo lo hacía para fastidiarla.
Siempre le renegaba por haberse comprando un lindo Volvo, a diferencia de un BMW o un Porsche. Camille, como cualquier amante de la velocidad, solía jactarse sobre su Chevrolet Camaro. A Brokelle le gustaban los autos rápidos, pero el Volvo satisfacía sus necesidades, y era una opción mucho más cómoda para su presupuesto. Claro que Camille no lo aceptaba ni en broma.
Alguna vez había elogiado su carrocería, el color plateado le sentaba al semblante de Brokelle, sofisticado y elegante, pero añadió más tarde que no servirían más que para un paseo. Y bueno, Brokelle no iba a contradecirle si tenía algo de razón, lo cierto era que era un auto lindo, pero nunca llenaría las expectativas que Camille esperaba de un auto.
Cuando las puertas del elevador se abrieron, Camille pudo vislumbrar a lo lejos un Cadillac, y supo de inmediato de quién se trataba. Karl, era el chofer de Caleb, y no lo mandaba a menos que fuese completamente necesario. Y aquello no era buena señal, Caleb odiaba tanto o más la impuntualidad que la misma Camille. Se limitó a lanzarle una mala mirada a Brokelle, mientras esta sólo se encogía de hombros como única respuesta. Apuró el paso hacia el auto.
—Srta. Novek, Srta. Zeller, buen día —Karl siempre era galante y educado, tenía unos cincuenta y cinco años, era alto y rubio como el sol, los azules y las arrugas alrededor de los párpados. Siempre mantenía una sonrisa que daba confianza.
—Hola, Karl —saludó Camille, con un ademán.
—Buen día para ti también —añadió luego Brokelle, complementando el saludo.
—El señor Novek me ha mandado a recogerlas —les hizo saber —. Está dentro del auto —Camille tragó con dificultad. Luego miró a Brokelle.
—Gracias, Karl —murmuró, ya luego con cierto desdén. Karl les abrió la puerta, y dentro del auto se encontraba él.
Era un milagro que no estuviese fumándose un habano. Caleb era un hombre robusto y alto, de ojos verdes azulados y mirada desgarradora. Algunos decían que la misma mirada de Camille. Tenía el cabello castaño dorado, aunque ya se hacían notar algunas canas, rondaba los cincuenta años y tenía el mismo carácter perturbador que heredó a su hija.
Le lanzó una mirada severa, en reprobación. Camille sólo le miraba.
—Llegas tarde —fue lo primero que dijo, con voz grave.
—Lo siento —se excusó Camille—. Ya íbamos saliendo.
Caleb miró su reloj. Eran las 14:03. No dijo nada más, no era un hombre que le gustase platicar. Dejaba que su mirada hablase por sí mismo, que entre la penumbra del silencio lograran descifrar sus pensamientos.
—A la casa, por favor Karl, y apresúrate. Ya perdimos demasiado tiempo —Camille supo que el último comentario iba dirigido a ella, pero se limitó a callarse.
Caleb vivía a las afueras de la ciudad, apartado del bullicio, en una gran mansión, custodiada por sus hombres de mayor confianza. Había comprado todas las propiedades aledañas, simplemente no quería que nadie lo molestase. No le gustaban los vecinos chismosos, o en realidad, simplemente no le gustaba socializar.
El camino se abría entre árboles sin hojas y caminos de grava. Era otoño, todo parecía tomar colores rojizos, y extrañamente no estaba lloviendo. Podía escuchar las hojas crujir bajo los neumáticos, todo permanecía en silencio, y ella simplemente se limitaba a disfrutar del paisaje. Luego sintió que el auto viraba, concentró la vista al frente, unos grandes portones se abrían dando paso al auto.
Aún debía recorrer un camino de cemento hasta la fachada de la gran mansión, la cual tenía una fuente que permanecía seca en ese momento del año. En los pinos de alrededor se podía escuchar a los ruiseñores cantando, y la brisa golpeando sus rostros. Caleb las encaminó hasta la oficina anexada a la biblioteca.
—Tomen asiento —les pidió, mientras él hacía lo mismo en un gran escritorio de caoba negro. Camille se sentó al igual que Brokelle, Caleb les ofreció algo de tomar, a lo que ambas se negaron.
—¿Se han preparado para hoy? —preguntó, alternando la mirada de una a otra, en espera de una respuesta afirmativa.
—No será necesario —dijo Camille—, me encargué de eso ayer.
Caleb le lanzó una mirada difícil de descifrar. Entre escéptica y suspicaz.
—¿Quieres decir que…?
—Sí, están muertos —se apresuró a asegurar.
—No lo me esperaba —inquirió Caleb—. ¿Cuándo sucedió?
—Ayer por la noche —respondió Brokelle—. Los vimos en la cafetería, se atrevieron a desafiarnos.
—Son bastante osados, ¿no? —Caleb sonrió, mientras sacaba de uno de sus gabinetes un habano—. Y bueno, desde luego es una buena noticia.
Pero algo en su sonrisa parecía demasiado irónico. Le vio encender el habano, en ese mismo instante, uno de los empleados de Caleb tocó a la puerta.
—Señor Novek —dijo al entrar—. Evan ha llegado, está todo preparado.
—Sí, sobre eso —Caleb se tomó la barbilla, pensativo—. No será necesario, dile a Evan que espere afuera, iré con él más tarde.
—¿Le doy alguna razón? —preguntó.
—No por ahora. Si pregunta, dile que yo hablaré con él luego.
—Desde luego, señor.
—Y James, por favor, prepara la mesa para tres —le ordenó.
—Tengo algunos asuntos que atender hoy —intervino Camille, respondiendo a la implícita invitación.
—¿No se quedarán a almorzar?
—No —respondió. Brokelle se mantenía callada, mientras Caleb inexpresivo.
—Bien, entonces…hablaré a Karl para que te lleve adónde necesites —Camille asintió y salió por la puerta, justo después James lo hizo.
A paso rápido llegó fuera de la casa, Karl le esperaba con la puerta del auto abierta, Camille iba callada, al igual que Brokelle. El chofer rodeó el auto y se sentó en el asiento del piloto, luego miró por el retrovisor esperando la orden de la pelirroja.
—A casa, por favor.
Karl asintió y encendió el auto. Rodeó la fuente y salió de la propiedad Novek.

•••

—No se ve nada bien tu herida —comentó Gordon, examinando el brazo de Tom—. ¿Quieres que llame a un médico?
Tom zarandeó el brazo.
—No quiero ningún médico —respondió irritado, de pronto se sentía sobreprotegido.
—No seas terco, necesitas a un médico, parece estarse infeccionando.
—Ya sacamos la bala, que era lo más importante ¿sí? Ahora dejen de comportarse como madres dramáticas —Bill y Gordon se miraron mutuamente.
—Lo sabía —murmuró Gordon—. Sabía que sería demasiado para ustedes. Será mejor que pausemos esto.
—Claro que no —replicó Tom —. De ninguna manera, los Kaulitz no nos rendimos.
—Los Kaulitz terminaran muertos si sigues así de terco —repuso Bill con voz desdeñosa.
—Bien, Bill, si quiere abandonar la misión, adelante. Puedo hacerlo yo solo.
—No hablaba de abandonar la misión —intervino Gordon—. De ninguna manera, si ya empezamos en esto, será mejor que lo terminemos. Además, ya te ha visto, en el momento que sepa que estás vivo, va a matarte —Gordon dio un par de vueltas caminando, mientras Tom trataba de aguantar el dolor de su brazo—.Se han metido en esto ustedes solos, por no seguir mis órdenes.
—Por favor, son sólo chicas con buena puntería —bufó—. Te apuesto a que sin pistola no son tan peligrosas como se creen.
Tom estaba demasiado intrigado por Camille. No quería admitirlo, pero realmente lo había sorprendido. La precisión de sus disparos, su velocidad, todo era demasiado bueno como para ser verdad. Pero no quería admitir que una mujer hacía mejor su trabajo que él mismo. No importaba qué tan bella fuese esa mujer.
—Te sorprenderías —dijo Gordon—. En especial Brokelle, a Camille no le gusta mucho lo físico, pero de igual manera podría partearte el trasero con las manos atadas.
—¡Ah! Por favor —Tom volcó los ojos.
—Están entrenadas desde los quince, Tom —le hizo saber Gordon—. Entrenadas de verdad, ¿comprendes? No son lo que son sólo por pura suerte, se han abierto camino en el mundo de los sicarios por algo, ¿no? Será mejor que dejemos esto por un tiempo…al menos hasta que puedas utilizar bien tu brazo. Aprovecharemos ese tiempo para entrenarlos mejor, aún no están preparados para enfrentar algún inconveniente.
—Bien, bien, esperaremos a que mi brazo esté mejor —finalmente aceptó—, pero por nada del mundo dejaremos esto, ahora es algo personal.
—¿De qué hablas?
—Alguien tiene que enseñarle a esa chica que no es la única asesina en Frankfurt —dijo Tom—. Nos adueñaremos de esta ciudad como lo hicimos con Magdeburg.
Las horas pasaron, y por la noche, la cúspide de sus pensamientos se vieron interrumpidos por un repentino ataque de ansiedad. Demasiada había sido la humillación de fallar ante ellas, como para quedarse allí sentado viendo televisión.  Si en algo tenía razón, era que se había convertido en algo personal. No debía herirla, según Gordon, quién se reservaba mucha información sobre su trabajo, la necesitaban viva. Aún no sabía para qué, Tom no lograba descifrar lo que su padrastro quería sacar de ello, pero ahora le importaba poco, tenía sus propias razones para hacerle frente a Novek.
Se levantó y con sumo cuidado trató de ponerse su chaqueta, nunca hubiese imagino que un disparo dolía tanto, pero supuso que el dolor se iría pronto. Después de un par de quejas logro meter el brazo dentro de la manga.
Desobedecería  a  Gordon,  de  todas  maneras  seguir  las  reglas  no  era  algo  que  acostumbraba  a  hacer.  Y necesitaba verla, hacerle saber que él estaba vivo y que ella había fallado. Porque es que tanta fama y arrogancia, algo tendría que hacerla ver la realidad, y la realidad era que debía alistarse, traer su mejor juego y estar dispuesta a perder.
Porque aquella ciudad la gobernaría un nuevo asesino, uno cínico, encantador, y atractivo. Tom sonrió al ver su reflejo en el espejo.
Bill mientras miraba entretenido alguna película que pasaban por televisión. De pronto sintió una presencia a sus espaldas y se volteó. Era Tom.
―¿Adónde vas? ―preguntó frunciendo el ceño. Sabía que su hermano era impetuoso, pero desconocía hasta qué punto.
―¿Cómo que adónde? ―dijo, con presuntuosa obviedad―. A trabajar, iré por Berneri.
―¿Estás loco? ―preguntó alzando notablemente el tono de su voz.
―Oh vamos, exageras las cosas. Es un simple rasguño.
Tom sabía que no era cierto, y que el dolor que sentía su brazo era realmente insoportable. Pero era muy orgulloso para admitirlo, y seguiría arruinándole el trabajo a Camille, ahora más que nunca.
―¿¡Un simple rasguño!? ―repitió Bill como si se tratase de una ofensa―¡Casi te matan! No, mejor dicho ¡CASI NOS MATAN! ¡Y todo por tu culpa!
―Me importa un carajo ―dijo con tanta frescura que Bill sintió la sangre hervirle―. Iré te guste o no, ¿entendiste?
Bill le miró, con una mezcla de enojo e incertidumbre asomándose por sus avellanados ojos. Pero conocía a su hermano, sabía que iría aunque lo amarrasen a un poste. No le quedó otra alternativa, lo miró con desdén, y luego dijo:
―Bien, pero iré contigo, con ese brazo así pueden matarte.
Tom sonrió, aunque lo último le había ofendido un poco. De igual manera, había logrado arrastrar a su hermano en su no tan elaborado plan.
―Y no me sonrías así, no me agrada mucho la idea ―reprendió Bill.
―Vamos hermanito―Ahora con su hermano a bordo, tomó un tono más meloso y le palmeó la espalda conforme caminaban hacia el garaje―. Nos divertiremos.
―Tu perspectiva de “diversión” está un poco distorsionada ―bufó Bill, visiblemente irritado.





Run This Town-Jay Z, Kanye West, Rihanna.

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2 Response to Capítulo 1 «Trebejos[I/II]»

22 de febrero de 2011, 7:17 p. m.

OMG! escribes muy bien! No sabes como he tenido q retroceder la pagina para llegar al cap 1! xD pero ha valido la pena! me gustó mucho, tendré q leer bastante para ponerme al día hahaha
te rolas por mi blog plz : www.tokio-angel-hotel.blogspot.com
bye bye

Anónimo
3 de julio de 2013, 10:49 a. m.

Oye genial tu Fic me fascino y eso que es el primer capítulo lo seguiré leyendo visita mi blog ficstokiohotelandrea.blogspot.com hasta ahora lo comencé pero hay vamos saludos me Fascinó!!!!!!!!!!:D