Capítulo 2 «Trebejos [II/II]»

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La noche aún distaba mucho de llegar, sin embargo el día permanecía más oscuro de lo normal. Ella permanecía de pie, frente al ventanal de su habitación, que iba desde el techo hasta el porcelanato del piso, las cortinas abiertas de par en par, mirando hacia el horizonte. Dentro de poco tendría que ir a hacer su trabajo, que aunque no era su preferido, ya se había acostumbrado.

Cuando se nace en una familia donde matar a tu enemigo es lo más normal, cualquier vestigio de estigma moral desaparece antes de que se tenga uso de razón. Algunos eran abogados, que libraban de condenas a asesinos seriales, otros eran jueces que se dejaban sobornar, otros eran médicos que olvidaban sus herramientas dentro de cuerpos de pacientes, y ella…ella mataba por encargo.

Lo cual, también significaba, que así como había buenos médicos, abogados justos y jueces implacables, ella podía negarse a matar a alguien. Pero aquello no significaba que ese alguien iba a permanecer con vida, por el contrario…probablemente iba a morir a manos de otro.

La Organización de su padre era la prueba más irrefutable de que la muerte podría ser un negocio extrañamente rentable. ¿Cómo? Aún no lo sabía. Pero desde que fue concebida, supo que su destino no podría ser otro que trabajar para su padre como un agente. Y no había sido la única con esa suerte; Brokelle, su mejor amiga, resultó ser también hija de un socio de Caleb ―Paul Zeller―, así que ambas tuvieron la suerte de nacer en el mismo año, criarse juntas, y ambas convertirse en el dolor de cabeza de cualquier mafioso, convirtiéndose así en las asesinas a sueldo más cotizadas y temidas de Alemania.

―Camille…―escuchó la voz de Broke a lo lejos. Después de unos segundos, volteó su cabeza, y encontró a su amiga apoyada en el marco de la puerta.

―¿Sí?

―Debemos irnos ―le informó.

―Claro ―dijo―. Bajo en cinco minutos ―Brokelle asintió y salió de la habitación de Camille.

Cerró las cortinas de la ventana, se volteó y se dirigió al baño de su habitación. Tomó un poco de agua del lavabo y lavó con delicadeza su rostro. Luego, llevó sus ojos al espejo y contempló por un efímero momento su reflejo.



―•―



―Realmente vas a hacer esto ―dijo con un tinte de indignación, Bill―. Oh, joder, vamos a morir, ¡hoy vamos a morir!

Tom se carcajeó.

―Eres tan dramático que podría confundirte con una chica.

Bill golpeó el brazo de su hermano con el puño.

―¡No te rías! ¡Esto es algo serio! ¡Tú tienes pensamientos suicidas y yo tengo que pagar por ello!

―No sucederá nada ―aseguró su hermano, con tranquilidad―. Ellas creen que estamos muertos, ¿lo recuerdas?

―Claro que lo recuerdo, casi morimos ―dijo con obviedad―. Lo ves, si no pudieron la primera vez, debes estar seguro que no fallaran de nuevo.

―Escucha, Bill, estás demasiado nervioso para hacer esto. Puedo dejarte en casa de Gustav, si quieres…realmente serás un estorbo si no te calmas.

―No, de ningún modo ―demandó―. Si iniciamos esto juntos, lo terminaremos juntos. No importa si morimos.

―Bien, entonces cierra la boca y recupérate. Tenemos mucho qué hacer.

Detuvieron el auto y ambos bajaron. Subieron los escalones del pórtico y tocaron un botón que constituía una sutil pantalla adherida a la pared. La imagen de Gustav les habló al siguiente instante, su voz se escuchaba por los agujeros de los auriculares.

―¿Sí?

―Ábrenos ―demandó Tom.

―Estoy algo ocupado, chicos, ¿no podrían volver más tarde?

―Vamos Gustav, los videos porno tiene pausa ―dijo Tom.

―No es gracioso, ¿sabes? ―Gustav se defendió―. Voy en un segundo, joder.

La imagen se disolvió y se volvió negra. Al siguiente instante, la puerta se abría y Tom entraba sin siquiera pedir permiso. Gustav cerró la puerta tras ellos, y les miró expectante.

Su cabello era rubio, tal vez demasiado, la nariz sostenía unos bifocales con aros negros y sus ojos se mezclaban entre el color avellana y miel. No era demasiado alto, pero lo compensaba con un gran cerebro que respaldaba todos y cada uno de los movimientos de Bill y Tom. Por ello, era crucial su participación en el macabro plan de Tom.

―¿Y bien?

―Necesitamos tu ayuda ―dijo Tom.

―¿Sobre qué?

―Sobre la misión de hoy ―respondió.

―Uh, creo que Gordon dijo que se cancelaba. Creo que por tu brazo, ¿no?

―Oh, ya sabes cómo es Gordon. No es nada.

―Pero sabes que no puedo hacer nada sin su permiso…―Gustav entrecruzó sus brazos a la altura del pecho―. ¿Qué están planeando, eh?

―Solo…queremos llevar a cabo la misión de hoy para no retrasarnos. Gordon está de acuerdo con ello, relájate. ¿Crees que vendríamos aquí si Gordon dijese que no?

―En realidad, Tom, sí lo creo. Y lo que sea que estén planeando, no me incluyan.

Tom le miró directo a los ojos, mientras a lo lejos se escuchaba una voz femenina llamando a Gustav con demasiado entusiasmo. Tom arqueó una ceja.

―Si mal no recuerdo, la causa por la que esa chica está contigo soy yo. Me debes una ¿lo recuerdas?

Gustav tensó la mandíbula.

―Esto es diferente ―objetó.

―No veo en qué manera.

―Tom, realmente no puedo hacerlo. Si lago sucediese, Gordon me mataría. Sabes lo que peligroso que es esto.

―¿Y de cuando acá todos andan tan dramáticos? ―preguntó Tom, soltando sus brazos y haciendo ademanes mientras caminaba―. No sucederá nada, lo juro. Y si sucede, puedes enseñarle este video a Gordon ―Tom miró hacia arriba, la pequeña cámara intrincada en la pared. Dio un saludo con los dedos, sacudiendo uno después del otro.

Gustav respiró profundamente.

―No estoy seguro…―bufó.

―¿Por favor? ―Tom le miró con demasiada intensidad positiva en los ojos.

―Bien, bien. Lo haré, pero tienen que ser cuidadosos, ¿bien?

―Lo sabía, eres tan genial ―Tom caminó con Gustav hasta el sótano, palmeándole la espalda. Mientras Bill les seguía, con cara de reprobación a Gustav por dejarse sobornar, repitiendo una y otra vez «esta no es una buena idea»



―●―



Normalmente, una misión requería de mucho más planeamiento que aquella, pero esta vez sería diferente. El primer factor era que, el objetivo a matar, no era una persona demasiado importante o peligrosa, o siquiera protegida. Cuando su objetivo se trataba de algún importante narcotraficante, algún político, o hasta un mafioso, las medidas a tomar eran bastante estrictas. Pero las cosas se tornaban exageradamente fáciles cuando el objetivo era un simple chef que se había negado a pagarle a Caleb por un trabajo que aunque no salió como planeado, finalmente se había consumado. Franco Berneri era dueño de una cadena de restaurantes italianos, de modo que el dinero no era realmente el problema aquí. Y Caleb no era precisamente la persona más paciente, así que esperó los días que Berneri prometió pagarle, y cuando no se apareció, esa misma noche mandó eliminarlo.

Camille conducía su auto, transitando las calles de Frankfurt. Berneri estaba de visita en la ciudad, por lo que se hospedaba en un hotel. Definitivamente no el mejor escenario, pero dadas las circunstancias, se podría decir que no se iba a tardar mucho y que sería relativamente fácil.

Tomó una curva de la carretera, y después de unos cuantos metros se detuvo frente a un lujoso hotel. Divisó desde su auto los porteros que vigilaban la entrada.

―¿Lista? ―preguntó a Brokelle, quien sonrió asintiendo. Camille también asintió, y ambas abrieron las puertas del auto, e inmediatamente todas las miradas se posaron sobre ellas. De alguna manera aquello ayudaba; no estaban lo suficientemente concentrados como para darse cuenta que llevaban dos armas dentro de sus bolsos.

Camille y Broke entraron al hotel con facilidad. No había mucha gente fuera, únicamente los dos guardias de seguridad y una que otra persona irrelevante. Dentro del lobby se encontraba un chico algo joven para trabajar allí. No podía tener más de veinte años y se veía bastante ingenuo. De modo que engañarlo sería fácil.

Brokelle dio unos cuantos pasos y se acercó a él. Su mirada lasciva lo había incomodado un poco, y Brokelle no pudo evitar sonreír ante lo sonrojado que se encontraba.

No tardó en pronunciar más el escote de su blusa, mostrando un tentador lunar.

―Hola ―dijo en un tono seductor pero casual. No obtuvo respuesta, salvo por una sonrisa tímida―. ¿Podrías ayudarme?

―Cl-claro ―tartamudeó el jovenzuelo, quien no podría estar más nervioso.

―Me hospedo en la habitación dos-cero-tres ―dijo Brokelle jugando con un mechón de pelo―, y bueno, resulta que soy un poco tonta, y he perdido la llave ―sonrió mientras guiñaba un ojo.

―Uh, claro, yo…uh, solo necesito, su, eh, identificación.

Brokelle mordió su labio inferior y respondió:

―Verás, ese es el problema. He dejado todas mis cosas allí, pero cuando abra podría traer mi identificación para que estés seguro de que no sea una ladrona o algo por el estilo…

El tímido rubio buscó rápidamente la llave de la habitación y se la dio. Aquello había sido tan rápido que ni la misma Camille, quién divisaba la escena cerca del elevador, podía creerlo. Brokelle besó su mejilla y agradeció el gesto del chico, entonces se marchó hasta encontrarse con Camille.

―La tengo ―señaló con una amplia sonrisa. Camille volcó los ojos, recordando la ingenuidad del chiquillo. Ambas subieron al elevador y marcaron el sexto piso, una vez las puertas se abrieron, llegando a su destino, ambas agradecieron que el piso estuviese completamente desolado. Berneri era un viejo caprichoso, que gracias a su dinero, había apartado todo el nivel para él solo. Aunque aquello ahora le jugaba en contra.

Finalmente encontraron la habitación que buscaban, Camille sacó la llave, la introdujo en la cerradura, y abrió la puerta. Unas bisagras bien aceitadas ayudaron con la labor de no hacer ningún ruido.

Una vez adentro, ambas se dedicaron a buscar por la habitación. Era bastante espaciosa, toda una suite, con mini bar, sala de estar, varias habitaciones y baños con jacuzzis. Incluso hasta un balcón, el cual revisaron de primero.

―¿Escuchas eso? ―preguntó Brokelle.

Camille se mantuvo en silencio, tratando de escuchar lo que Brokelle le había dicho, entonces se acercó al baño y escucho lo que parecía ser agua del lavabo. Miró a Brokelle esperando su aprobación, la rubia asintió, contando en silencio hasta tres.

Tomó el arma y colocó su dedo en el gatillo.

Uno. Dos. Tres.

Abrió la puerta con rapidez y la escuchó rebotar en la pared. Justo antes de disparar, miró frente a ella, lo peor que pudo haber sucedido. Sintió como si fuese un déjà vu, pero sabía que no lo era. Su piel se erizó y sus sentidos parecieron desvanecerse. Estaba inmersa en sus propias explicaciones. ¿Quién pudo haber hecho esto? Se pregunto a sí misma. Según ella, los únicos que podrían haberlo hecho, estaban muertos. Ella los había matado, la noche anterior.

Pero, ¿estaban realmente muertos? No lo sabía, cabía la posibilidad de que fuesen otros esta vez, ya que no había nota. Pero…¿Quiénes podrían tener las mismas intenciones? ¿Y si habían más de los que ella había matado, y ahora tomaban venganza? Aún se mantenía en la misma posición, cuando sintió una brisa caliente muy cerca de sí.

No pudo voltearse. Sus ojos estaban más abiertos de lo normal, y no había pestañeado. El cuerpo de Franco Berneri estaba frente a ella. Desnudo, con dos heridas de bala en el pecho, inmerso en una tina con agua teñida de rojo sangre. Otra vez todo estaba sucediendo. Otra vez alguien arruinaba lo que se suponía era trabajo suyo. Aunque, a diferencia de la última vez, un aliento tibio continuaba rebotando en su nuca. Su piel se erizó nuevamente, y aún se encontraba inmóvil.

Cuando recuperó su aliento, bajó la vista y encontró a su lado la sombra de un brazo. No quería saber quién estaba detrás de ella, no quería saber de quién era esa respiración. La venda que tenía aquel brazo ajeno a su conocimiento, cubría unos bíceps pronunciados.

Entonces sintió algo frío hacer contacto con su piel, directamente en su cuello. Y antes de que pasara, ella ya sabía quién estaba tras ella. Y escuchó su voz en un tono burlista susurrándole directamente a su oído:

―Llegaste tarde otra vez.

Su corazón se sobresaltó. Tragó con dificultad, y supo de inmediato de donde venía la brisa tibia que sentía en su nuca. En cuestión de segundos su corazón volvió a su ritmo normal, y se dio cuenta de que además de la respiración, había un metal frío contra su nuca. Probablemente una pistola.

―Baja el arma ―ordenó con voz ronca.

Camille se puso de cuclillas, suavemente, y dejó la pistola sobre la superficie. Su mantuvo así, agachada, con las manos hacia arriba en señal de tregua. En ese instante se escucharon unos tacones entrar al baño. Camille miró el reflejo de los azulejos, era Brokelle.

―Ni se te ocurra moverte ―escuchó decir. Respiró casi aliviada.

En ese momento Tom se volteó, presa del pánico. Dejó de apuntar a Camille y se dirigió a Brokelle. Camille, con las rodillas flexionadas y de cuclillas, con ambas manos tomó con fuerza los pies de Tom y haló hacia arriba. El pelinegro perdió la partida contra la gravedad, yéndose de espalda, golpeándose la cabeza con el mueble del lavabo y su arma se disparó al techo. Camille y Brokelle se protegieron la cabeza con las manos al escuchar el estruendo. Segundos después, seguras de que no había impactado a nadie, dirigieron su mirada a Tom en el suelo.

Y algo en el pecho de Camille se sobresaltó de manera casi brutal. Su rostro le recordaba a…alguien.



―●―



―¡Bill! ¡Bill! ―los llamados de Gustav sobresalían del auricular―. ¡Bill, joder, responde!

Bill se encontraba afuera, en el auto de Tom. Debía aguardar allí hasta que Tom terminase, pero aún no sabía porque se tardaba tanto. Para él había pasado desapercibida la llegada de Camille y Brokelle, que estaba programa para una hora más tarde, por lo cual no estuvo demasiado alerta. Cuando finalmente respondió al llamado de Gustav, lo que le respondió el rubio fue lo siguiente:

―¡Sube ahora mismo! ¡Tom está inconsciente!

Bill dejó la hamburguesa que estaba engulléndose y salió en busca de su hermano en la habitación del hotel, en el sexto piso. Entre tanto, arriba, Camille recogía su arma y Brokelle aguardaba en la puerta del baño.

―¿Qué estás esperando? ¡Dispárale!

Pero Camille siquiera tenía el dedo en el gatillo. Simplemente apuntaba, a su cuerpo inerte, con la mirada fija en sus parpados cerrados.

―No es necesario ―respondió, sin apartar la mirada.

―¿De qué hablas? ¡Dispárale de una maldita vez para irnos de este lugar! ¡La policía llegará en cualquier momento!

―Está muerto ―dijo en voz baja.

―¿Qué? ¿De qué…?

Camille finalmente le miró a los ojos, y Brokelle sintió la necesidad de callarse en ese instante.

―Que está muerto ―repitió de nuevo, con mirada fulminante. Guardó el arma en su cadera y pasó al lado de Brokelle, marchándose. La rubia le siguió, y bajaron por el elevador, como si nada hubiese sucedido.

Totalmente y completamente imperturbables.



―●―



Bill finalmente llegó a la habitación, y para suerte de él, Brokelle y Camille ya recorrían el lobby en busca de la salida. Corrió al baño de la habitación, encontrándose con su hermano en el piso, totalmente desmayado. Se acercó a él, llamando su nombre con un tinte de pánico demasiado obvio. Lo primero que hizo fue tomarle el pulso; afortunadamente estaba vivo.

―¡Tom!

―¿Bill? ―dijo el aludido, abriendo un ojo.

―¡Tom! ―gritó ahora, con enojo―. ¿¡Qué demonios sucede contigo!?

―¿Se han ido? ―preguntó levantándose, y mirando hacia los lados.

―¡Claro que se han ido! ―respondió a gritos―. ¡Eres un idiota, creí que estabas muerto!

Tom se levantó y sacudió su ropa, sin prestarle mucha atención a su hermano.

―Joder, estuve tan cerca.

―¡¿De morir!? ―cuestionó Bill completamente irascible.

―Eres tan dramático, solo fingí estar desmayado para que creyese que estaba muerto y no me disparase.

La respiración de Bill estaba acelerada por dar tantos gritos, pero se mantuvo callado ante la última declaración de su hermano. Si aquello sirvió, fue un simple golpe de suerte.

―¿Realmente funcionó?

―Supongo que sí ―respondió Tom―. Estoy vivo…

Bill levantó su mano y le ofreció el dedo del medio.

―Es hora de irnos ―dijo.

Los dos se marcharon, ilesos.

Pero en el auto de Camille, el silencio era demasiado abrumador. Brokelle le miraba, sin apartar sus ojos, mientras Camille la esquivaba mirando hacia la carretera y pretendía no era con ella.

―¿Qué sucedió allá? ―preguntó rompiendo el silencio. Camille tragó con dificultad, incapaz de responder―. Sé que no estaba muerto y tú también lo sabías ―agregó la rubia―. ¿Por qué no le disparaste?

Camille se detuvo en un semáforo en rojo. Al tiempo que presionaba el embrague y el acelerador, sin avanzar, pero haciendo rugir el motor de su auto de manera estruendosa. Finalmente miró a Brokelle, ella notó algo. Su rostro no era el mismo de siempre.

―No lo sé ―respondió.








Devil in the details-Placebo

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1 Response to Capítulo 2 «Trebejos [II/II]»

Anónimo
4 de diciembre de 2012, 10:57 p. m.

Es increíble lo que has hecho con este fic, de verdad nunca había leído algo igual.¡ Espero que sigas escribiendo!