Capítulo 4 «Dulce Ironía»

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Allí estaba ella. La siempre impasible, imperturbable. Siempre tan fría, sin mostrar emoción alguna. Se conocía de ella que, cuando mataba, era como si no fuese con sus víctimas.  Como si realmente no le importase. «No es nada personal» solía decir, en sus inicios, cuando realizaba que estaba matando a personas que no había conocido nunca en su vida. Después dejó de hablar, y mataba sin siquiera mirar a los ojos. Realmente…no le importaba mucho.


Pero algo había cambiado. Alguien, por primera vez en mucho tiempo, la había hecho mirar. Y esa misma mirada, que recordaba de ayer en la noche, en Velvet, con su cinismo desbordando de su encantadora sonrisa…le había quitado las ganas de dormir. Conocerlo y hablarle había cambiado las reglas del juego “atrápame si puedes”. Y ella quería atraparlo, más que nada, pero él…se había rendido, de manera astuta y torcida, se había dado a conocer, demasiado seguro de que ella no lo mataría.


Y de hecho, no lo hizo. La curiosidad comenzaba a ganarle a la cordura, y, para ese momento, en su cabeza lo último que quedaba de sus ganas de matarlo era una ínfima parte de su raciocinio. Ahora, lo único que le interesaba saber, era porqué él hacía lo que estaba haciendo. Y tenía seguridad en pensar que todo era meramente con ella, y no con la Organización.


El reloj marcaba las diez de la mañana y ella estaba preparándose una taza de café. Podía escuchar los pasos suaves de Brokelle descendiendo sobre los escalones, y adentrándose en la cocina.


Se volteó y una sonrisa de medio lado surcó en sus labios.


―Por la manera en que vienes puedo deducir que tu noche fue…una gran noche ―dijo con un tono implícito de burla. Brokelle no estaba para bromas, de modo que le lanzó una mirada fulminante. Camille le miró detenidamente, con la taza de café en la mano y apoyándose en el mueble de la cocina; su cabello era un verdadero desastre, algo que la rubia no permitiría en otras circunstancias. Sus ojeras estaban más marcadas que de costumbre, y tenía el maquillaje de ojos en su…boca. Su piel normalmente bronceada, ahora parecía hasta más pálida de la de la misma Camille, pero no de aspecto sano.


La noche anterior, Camille procuró mantenerse sobria para manejar el auto. Y Brokelle procedió a disfrutar de su noche de manera casi exagerada, por lo que la terrible resaca era más que inminente.


―Con una ducha de agua fría te sentirás mejor ―comentó Camille.


―¿Quieres que muera hipotermia?


―Ayer no dijiste nada sobre el agua ―dijo Camille arqueando una ceja. Se refugió tras su taza de café, tratando de reprimir otra risilla. Con ello se refería a que tuvo que lanzarla a la ducha la noche anterior con tal de quitarle el olor a cigarrillo y sudor impregnados en su ropa.


―Ayer estaba inconsciente ―objetó la rubia, dando por terminada la conversación.


―Supongo que no irás al campo de tiro.


―¿Tú qué crees? ―cuestionó con hostilidad.


―Parece que alguien anda de mal humor ¿eh?


―No estás ayudando, Camille ―dijo recriminándola con la mirada.


―Lo siento ―repuso con una sonrisita―. Trataré de controlarme.


―Más te vale que lo hagas ―le advirtió. Tomó su cabeza entre sus manos y profirió un gemido lastimero―. Maldito dolor de cabeza ―agregó después.





—●—





―¿Crees que debería llamarla? ―preguntó Bill a su hermano. Sostenía entre sus manos su teléfono celular, la pantalla iluminaba el nombre “Brokelle” y su dedo permanecía indeciso, sobre la pantalla de su móvil.


―Pues, deberías esperar un par de días, como mínimo dos. Pero ya que estás tan impaciente…―Tom arqueó ambas cejas.


―Tienes razón ―admitió Bill―. No debería llamarla tan temprano, creerá que soy un acosador.


―Bill…―murmuró alargando las palabras―, ambos sabemos que no podrás llegar hasta el mediodía sin llamarla. Así que si vas a hacerlo, hazlo ahora. Solo…trata de sonar casual.


―¿Casual?


―Sí, Bill. C-a-s-u-a-l ―dijo enfatizando cada sílaba―. No puedes sonar desesperado. Haz que parezca…como cualquier otra chica. ¿Entiendes?


―Yo…creo que sí ―respondió Bill


―Bien, llámala. Yo estaré aquí en caso de que entres en pánico.


Bill no era en realidad un hombre de muchas citas, la mayoría de las veces era demasiado tímido, aunque gozaba de una belleza igual de desconcertante que su hermano, no solía hablar con muchas chicas. De modo que Tom, quien tenía tal vez demasiada experiencia en ello, se ofrecía a ayudarle cuando una chica realmente le gustase, aunque eso…nunca había pasado.


Tal vez no era la mejor idea pedir consejos a Tom ―cuya relación más larga duró poco más de una semana―, pero ello era mejor que no saber realmente nada.


Bill se quedó callado, y rogando porque pasara lo mejor, presionó el botón verde, y sintió que con cada tono su corazón se sobresaltaba más.


―No contesta ―repitió Bill impaciente―. No contesta, no contesta.


―Oh, por favor, solo han pasado dos segundos. Relájate.


En ese momento, en el rostro de Bill se plasmó el pánico y Tom escuchó la voz de Brokelle decir lo siguiente:


―¿Hola?


Bill se inmutó de inmediato. Sin decir palabra alguna. Tom intentó hacerle señas para que hablara, y cuando finalmente lo hizo, cometió probablemente el acto más ridículo que Tom había presenciado en su vida.


―Ehmm ¿Rose…Ma…ry? ―dijo Bill en un intento de sonar “casual”. Tom se llevó la palma de la mano a la frente. Aquello había sido lo más estúpido que había escuchado en su vida―¡Broke! Oh sí…yo…lo siento. Yo...me equivoqué…Sí, tienes razón…Bueno, debe ser el destino ¿no? Claro, sería genial…―Tom le hacía señas a su hermano para que colgara, y sin embargo Bill parecía demasiado cómodo en su conversación―¿Esta noche, entonces? Genial, paso por ti a las… ¿ocho? Bien, a las siete es genial…Te veré allí, entonces. Sí, adiós…―Bill terminó la conversación con una amplia sonrisa.


―¡Eres el ser más estúpido del planeta! ―vociferó Tom exaltado.


―¡Oye! ―replicó su hermano dándole un codazo.


―Si realmente crees que el truco de «me equivoqué» sirve, eres simplemente patético. ¡Y si lo ibas a hacer, debiste decir un nombre con «B»!


―¿Ah, sí? ¿Tan patético que aceptó salir conmigo esta noche?


―Claro, debió aceptar porque…―se detuvo al escuchar la última frase de Bill―, un momento… ¿aceptó? ―Bill asintió.


―¿Qué no escuchaste la conversación?


―A decir verdad, deje de escuchar cuando dijiste “Rose”


―Bueno, aceptó. Y la veré hoy a las siete ―Bill sonrió.


―¡Genial! ―exclamó Tom―. Ahora solo trata de no parecer afeminado…momento…eso es imposible ―bromeó.


―Eres un idiota ―replicó Bill, ofreciéndole una seña obscena.





—●—





―El viejo truco de fingir que se equivocó ¿eh? ―escuchó Brokelle la voz burlista de Camille. Dejó su móvil y trató de incorporarse mientras miraba a Camille.


―Algo así…


―Es un idiota, entonces ―dijo, y de inmediato Brokelle le lanzó una mirada envenenada―. Sabes que solo bromeo…aunque, eso de fingir que se equivocó es realmente patético. ¿Por qué los hombres siguen creyendo que es una buena idea?


Brokelle no respondió y se puso de pie para dirigirse al baño. Camille terminó por entrar y se sentó en el sofá color beige de la habitación de la rubia, desde allí podía escucharla, escrudiñando en todos los gabinetes, probablemente en busca de maquillaje.


―Entonces… ¿quién es el afortunado? ―preguntó Camille, desde el sofá.


―…alguien ―respondió Brokelle. Camille se interesó más en el susodicho, después de darse cuenta de que era más importante de lo que creía.


―¿Y el nombre de ese alguien es…?― Brokelle se tardó en responder. Y esos minutos de silencio solo hicieron que la curiosidad de Camille incrementase.


―Uh, Bill.


Camille tomó su nombre sin mucha importancia. Aún no sabía que no era cualquier Bill, sino Bill al que casi mató hace solo un par de días, y Bill el hermano del chico que se dio a conocer ayer en Velvet y que no la dejó dormir en toda la noche. Por el momento, era un simple Bill, y permanecería así el mayor tiempo que Brokelle pudiese contenerlo.


―Iré al campo de tiro ―le informó antes de salir de la habitación―.Te veo en la noche.


―¡Bien! ―pudo escuchar apenas la voz de Brokelle a lo lejos, antes de adentrarse en su baño por una ansiada ducha de agua fría. Tal vez podría olvidar la noche anterior. Tal vez podría morir de hipotermia. El asunto era simple, necesitaba despertar de sus pensamientos, y aquello lo lograría solo con una ducha de agua helada.





—●—





Las llantas del ostentoso Camaro hicieron crujir las hojas secas que se encontraban en el asfalto. Camille estacionó el auto frente al campo de tiro, y al bajar hizo que otras hojas también crujieran. Le gustaba el otoño, le gustaban las hojas secas y el frío. Entró con la comisura de sus labios curveada en una sonrisa. Aquel aparentaba a ser un buen día, y tenía pensamientos positivos acerca de lo que iba a suceder. Normalmente, los empleados de La Organización practicaban su puntería en las instalaciones subterráneas de lo que Caleb llamaba La Bóveda, un lugar seguro y bajo tierra donde las instalaciones guardaban todo lo concerniente a La Organización, y daba entrenamiento a los empleados. Pero a Camille le traía malos recuerdos, de modo que desde su llegada de Londres hacía diez meses, optó por ir a un Campo de Tiro alejado de la ciudad, donde el dueño y administrador, llamado Benjamin, ya era familiar con ella.


―Buen día, señorita Novek ―le saludó al entrar.


―Buen día, Ben ―correspondió el saludo Camille, con una sonrisa.


―¿La misma de siempre?


―La mismo ―asintió Camille―. No puedo manejar artillería pesada, usted lo sabe ―guiñó un ojo, y Benjamin le sonrió. Tomó la deserte Eagle calibre 50 que Benjamin le extendió, junto con unas gafas y tapones para los oídos.


Amarró su cabello en una coleta, se colocó los tapones y bajó con sus manos las gafas que tenía en su cabeza. Caminó hasta uno de los cubículos del Polígono, y dio una rápida mirada al lugar. Había un par de policías, únicamente.


Frente a ella, apareció un panel con la forma de un cuerpo humano, marcando los lugares exactos donde debía impactar la bala. Lo analizó, colocó su dedo en el gatillo y disparó. Un estruendo que no llegó a sus oídos gracias a los tapones que llevaba. Y aún cuando no lo escuchó pudo sentirlo, sus brazos vibraron ante el estruendo, y frente a ella el panel permanecía con un hueco justo en lado derecho del pecho.


Su tarde transcurrió entre disparos y pensamientos. Pensaba mucho en él, en el lío en el que se estaba metiendo por encubrirlo. Pero sentía sed de curiosidad, y mientras él fuese la única fuente que podría calmarla, lo necesitaba vivo. Lo quería vivo, y quizás no era lo más inteligente de parte de ella. Pero no podría vivir sabiendo que mató a alguien que tenía algo potencialmente importante para ella. Lo sabía porque nadie podía arriesgar su vida como lo hacía él, sino tuviese algo importante.


Por otro lado…le atraía, de cierta manera. Una excitante y hasta cierto punto torcida manera. Terminó entonces su tarde de disparos, se dirigió a su auto, desactivó la alarma y subió en él. Encendió la radio y dejó que la música la transportara de nuevo a sus pensamientos, o más bien, a su único pensamiento; él. Era tan ridículo que ni siquiera sabía su nombre, pero de alguna manera podía recordar exactamente todo de él. Sus ojos, su sonrisa, la manera en que le hablaba sin temerle, hacía mucho tiempo que nadie le hablaba sin que las rodillas le temblasen.


De repente su camino se vio interrumpido al realizar que su auto se había detenido en el medio de la nada.


―Joder ―fue lo que salió de su boca. Intentó encender su auto de nuevo, pero no tuvo suerte―. Vamos Chevy, ayúdame un poco.


Estaba consciente de que hablarle a su auto no ayudaría en mucho. Pero de todos modos prefirió eso antes de perder el control totalmente, y comenzar a maldecir a cuanta cosa se encontrara con ella en ese momento.


Sus ojos se desviaron a la ventanilla, surcada de gotas de lluvia. Podía escuchar el agua caer con rapidez sobre su auto, y haciendo que su vista fuese casi nula. Su auto no respondía, las escobilla estaban paralizadas y la lluvia se apoderaba de su parabrisas.


Ahora que lo pensaba mejor, tal vez su día no sería tan bueno como tenía planeado. Buscó en su bolso su celular y rápidamente marcó a Brokelle. Esperó entre tono y tono escuchar la voz de la rubia, pero ésta no contestó.


―Vamos Broke, contesta ―dijo cuando hubo llamado por tercera vez. Comenzaba a impacientarse―. Joder, maldita contestadora.


Bien, ahora estaba perdiendo la cordura. Suspiró tratando de calmarse, sabía que hablarle a los objetos inertes no serviría de mucho.


Supo lo que debía hacer, y aunque por mucho que le doliese por sus nuevos zapatos, no tenía más opción. Tragó con dificultad y le echó un vistazo al aguacero que se formaba frente a ella. Volcó sus ojos y salió con rapidez de su auto, tratando de aplacar las incesantes gotas de lluvia con la delicada tela de su abrigo. Cuando abrió la tapa de su auto, se encontró con un montón de cables, ductos, y cosas que no tenía idea de para que servían. Claro, Camille amaba los autos, pero no tenía ni la menor idea de cómo funcionaba uno. Su entrecejo se mantuvo fruncido todo el tiempo que paseó su mirada por el motor del auto.


Mientras tanto, en la misma carretera pero en la dirección contraria, se acercaba un audi r8 que podría resultar demasiado familiar para el gusto de Camille. Dentro de él, Tom vislumbró entre la llovía un par de piernas saliendo de un auto. Conocía esas piernas, sonrió por esas piernas, y fijó su mirada en esas piernas. ¿Podrían salir mejor las cosas?


Mientras disminuía la velocidad de su auto, y le bajaba el volumen a su canción, se detuvo al lado de ella.


―Mala suerte ¿eh? ―escuchó Camille, su voz, de nuevo. Cerró la tapa del auto, haciéndola resonar y por poco mal formarse. Lo miró sonriendo, dentro de su auto.


―¿Qué haces aquí? ―preguntó en un voz alta, la lluvia caía sin detenerse y cada vez con más fuerza.


―Solo daba una vuelta por el vecindario ―dijo en tono casual. Camille blanqueó los ojos.


―Eres totalmente irritante. ¿Podrías irte?


―Lo haría, pero no sería prudente dejarte aquí, bajo la lluvia ―Tom guiño un ojo.


Camille miró a su alrededor. La lluvia aún no cesaba, y no daba señales de hacerlo pronto. Su auto no respondía, y Brokelle no contestaba sus llamadas. Tenía otras opciones, como llamar a Caleb, pero de repente le interesaba más averiguar sobre él y… se encontraba pensando en la posibilidad de recibir su ayuda.


― Vamos, súbete ―le escuchó decir con avidez.


Camille le echó un último vistazo a su auto y tomó la imprudente desición de ir con Tom. Al sentarse, sintió algo incomodándole su trasero. Frunció el ceño, se hizo a un lado, y con su dedo pulgar e índice simulando unas tenazas, tomó las bragas rojas que yacían bajo ella.


Después, su rostro se transformó en un mohín de desagrado. Aclaró su garganta, llamando la atención de Tom, y arqueó una ceja, acompañado de una mirada inquisitiva.


―Oh, vaya. Olvidé deshacerme de esos ―farfulló Tom, arrebatando las bragas de las manos de Camille. Las escondió en un compartimento de la puerta de su auto, y sonrió como si nada hubiese sucedido. Camille volcó los ojos, restándole importancia al asunto, y luego preguntó:


―Y…¿Adónde iremos?


―Tú decides ―le respondió Tom, guiñando un ojo. Camille pretendió seguirle el juego. Algo bueno podría salir de aquello. De modo que se relamió los labios, arqueó una ceja, y esbozó una sonrisa. Luego, con su mejor tono seductor, sugirió:


―Se me ocurre que conocer tu casa será interesante.





—●—





La lluvia cesó, y Camille dio su primer paso fuera del auto de Tom. Su primera impresión de la mansión en la que vivía fue muy buena.


Camille tenía una cierta debilidad por la arquitectura. Encontraba en aquel arte cierta satisfacción. Reconoció rápidamente el minimalismo desbordando desde sus paredes blancas hasta sus pisos de madera fina. Los sofás estaban acomodados en una esquina del lugar. Eran de formas cuadradas y de terciopelo negro. Entre ambos sofás una mesita de vidrio esmerilado, con una lámpara de color gris, muy moderno.


Una de las paredes estaba reemplazada por un gran muro de vidrio, tan limpio que hasta podría colisionar con él si no estuviese embelesada viendo cada detalle de la casa. Por último, echó un vistazo a lo que pudo ver de la cocina. Tenía un gran mueble al centro de la misma, todo de color plateado y gris. La superficie parecía ser de mármol negro, y unos taburetes acomodados frente a una mesa que parecía ser parte del mismo material, eran el punto culminante.


Camille sonrió de lado. Luego reparó en ella misma y en sus ropas. No ayudaba que su blusa fuese blanca y de tela casi transparente. Gracias al agua, Tom pudo apreciar perfectamente su sostén blanco a través de su ―ahora empapada― blusa.


―¿Podrías prestarme algo de ropa? ―preguntó Camille.


―Seguro, mi habitación está arriba.


La pelirroja decidió ignorar su mirada estancada en su pecho y subir los escalones. Tom mientras la miraba desde abajo, embelesado.


Una vez arriba, Camille se adentró en lo que ―supuso ella― era la habitación de Tom. Pudo ver la camisa que él llevó la noche anterior extendida en su cama, junto con una guitarra y golosinas. Era una habitación espaciosa. Pintada de blanco con una pared negra que contrastaba perfectamente con su cama del mismo color.


Dejó de pensar en la decoración de la habitación de Tom para buscar algo de ropa seca. El frío comenzaba a hacerla titiritar.





—●—





―Ya se ha tardado mucho ―dijo Tom mirando su reloj. Dejó su cerveza en la cocina y se dispuso a subir los escalones de su casa. La puerta de su habitación estaba abierta, y sin embargo Camille no estaba allí. O al menos eso parecía.


Entró llamando su nombre sin obtener respuesta, hasta que se acercó a la puerta de su baño y pudo escuchar el sonido del agua cayendo. Parecía ser la ducha, de pronto escuchó como el agua dejaba de caer.


―¿Camille? ¿Estás allí? ―preguntó dándole unos leves golpes a la puerta.


―Salgo en un minuto ―respondió ella.


Tom se encogió de hombros y decidió recostarse en su cama, mientras esperaba por Camille. Tomó una de las revistas sobre autos que guardaba en uno de los gabinetes de su buró. Vislumbró con sus ojos una rubia despampanante, sobre un auto con pintura extravagante.


Se divirtió unos minutos echándoles un vistazo a los autos ―y a las chicas―, hasta que la puerta del baño lo hizo apartar la mirada de la revista. Ni siquiera tuvo el pudor de guardarla, cuando la vio allí, frente a él.


Estaba demasiado ocupado mirando cada detalle del monumento al cuerpo femenino que se encontraba allí mismo, en su baño. Y pensó en ese momento, que ya no necesitaría más de esa revista, no cuando ella estaba allí, frente a él. Por poco su mandíbula cayó al suelo.


Ella permanecía con un brazo apoyado en el marco de la puerta. Su cabeza estaba ligeramente inclinada al lado del brazo, y mantenía una ceja arqueada, como si estuviese provocándolo.


…Vaya que lo estaba haciendo.


Llevaba puesta una de las camisas a cuadros de Tom, con las mangas dobladas hasta sus codos. Un par de botones y dejaba ver perfectamente su escote y los muslos de sus esbeltas piernas, el cabello rojizo y mojado, que caía como cascadas por ambos lados de su cuello.


―Esto fue lo que encontré, espero que no te moleste.


Y a Tom no le molestó en lo más mínimo.


―Oh… no hay problema.


Podía jurar que estaba balbuceando las palabras, y es que concentrarse en hablar bien quedaba en segundo plano cuando la tenía así frente a él. Sí, demasiado tentativa para su gusto, y en ese momento solo podía pensar en que su jefe, Gordon, lo mataría si se daba cuenta que se acostó con ella.


Debía alejarse de la tentación que representaba su cuerpo en ese momento. Necesitaba una ducha lo antes posible, y ya que en su baño y su habitación estaba impregnado el olor de Camille, debió tomar una ducha en el baño de Bill. Se encerró lo antes posible, tratando de escapar de ella y lo que significaba en ese momento.





—●—





Camille se dio a la tarea de buscarlo después de que salió casi corriendo de la habitación donde ella se encontraba. Había dado en el blanco, el golpe perfecto para él, el impacto deseado con una simple camisa mal abotonada. Y quien sabe, tal vez en ropa interior podría lograr sacarle algo, aún si no sucedía nada…iba a ser divertido verle el rostro cuando la viese semidesnuda solo para él. Le encontró en el baño de otra habitación, probablemente duchándose. Así que se despojó de la camisa de Tom, se dejó caer suavemente en la cama, y aguardó por él en su mejor posición.


De pronto, desde los escalones, escuchó voces ascendiendo.


¿Voces? Se cuestionó frunciendo el ceño. Ya era muy tarde para pensar, muy tarde hasta para reaccionar. La puerta se abrió de golpe y en su umbral estaba Brokelle tomada de la mano con un hombre, probablemente ese Bill. Y pensó en reclamarle el porqué de su salida con el supuesto enemigo, pero luego reparó en que su posición sobre el asunto, no era la mejor.


No pudo articular palabra, siquiera para excusarse. Justo cuando pensó que las cosas no podían ser peor, o más bochornosas, escuchó la puerta del baño abrirse, y con ella la silueta de Tom desnudo.


―¿Qué demonios es esto? ―acató a preguntar Bill. Las miradas se los cuatro se encontraron, todas con asombro. Cuando Camille pudo reaccionar, Tom también lo hizo. Y entonces ella gritó, en un intento estúpido por remediar la situación:


―¡No es lo que parece!


Tom miró a Bill en el umbral, y luego a Camille semidesnuda sobre la cama. Entonces sonrió y dijo:


―¿Ah, sí? Porque para mí parece que intentabas seducirme.


Y Camille lo fulminó con la mirada.


¿Qué podía agregar ante tal situación? Ya era bastante bochornoso que la hubiesen encontrado en ropa interior, con Tom desnudo y completamente erecto. ¿Podría ser peor? Ciertamente, la expresión de Brokelle lo decía…todo.




Seven nation army -The White Stripes.

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