Capítulo 6 «Sublime tentación»

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Brokelle se encontraba sentada en el sofá de la sala de estar, leyendo un libro. La tenue luz del ocaso se colaba por el gran ventanal del departamento y alumbraba sutilmente su rostro.

Como si fuese poco, solo la presencia de Brokelle le daba una dosis de majestuosidad a la escena. Las ondas rubias caían perfectamente por su cuello, desprendiendo aroma a frutillas, tan distintivo de ella. La espalda enhiesta y unos coquetos anteojos apoyados en su nariz impregnada de sutiles pecas. Sus piernas juntas, se inclinaban después de la rodilla, hasta que sus tacones tocaban el piso.

Las pupilas verdes de sus ojos se movían de un lado a otro continuando la entretenida lectura de aquel libro, hasta que un estruendo la hizo dar un respingo por el susto.

El libro cayó al suelo y su corazón pareció tocar el techo al palpitar.

― ¡Camille! ― Gritó frunciendo el ceño. Allí estaba la causante de su casi muerte, sosteniendo con ambas manos un par de bolsas llenas de comida, golosinas, y demás cosas. ― ¿¡No puedes abrir la puerta como gente normal, joder!?

Camille se echó una carcajada― ¿Qué? ¿Te asusté? ― Preguntó, fingiendo inocencia. Brokelle la fulminó con la mirada ― Vamos, ayúdame a acomodar esto en la nevera ― Le dijo con una sonrisa de medio lado, tratando de disculparse.

Sin replicar nada, Broke tomó el libro que yacía en el piso y lo colocó en la mesa al lado del sofá. Caminó tras Camille hacia la cocina y abrió la puerta de la nevera. Camille le lanzó las cosas que sacaba de las bolsas.

― ¿Qué hora es? ― Preguntó la pelirroja al tiempo que lanzaba un pote de helados.

― Mmm…― Broke cerró la puerta de la nevera― Como las 5… ¿por qué?

― Mierda…― Bufó Camille cerrando los ojos.

― ¿Qué sucede? ¿Se te hizo tarde para dormir? ― Preguntó haciendo burla de lo mucho que dormía Camille.

― Muy graciosa, Zeller ― Masculló llamándola por su apellido. Siempre lo hacía cuando estaba ligeramente enfadada― Se me hizo tarde.

― ¿Tarde? ¿Para qué?

― Tengo una…cita― Lo último lo dijo casi en un susurro. Lo que causó que Broke se interesara aún más.

― ¿Cita, eh? ― Quiso saber Broke, y movió sus cejas animadamente― ¿Y quién es el afortunado galán?

Camille carraspeó, nerviosa―…Tom― Dijo casi inaudible, y sin embargo sí llegó a los oídos de Broke.

― ¡¿Tom?! ― Cuestionó sorprendida ― ¿No decías que era un idiota, inepto y que tenía pésima puntería?

― Y lo sigue siendo ― Replicó Camille sonriendo de lado― Pero nunca dije que no fuese atractivo.

― Oh… ― Musitó Broke ― Ya veo por donde va la cosa…

― Exacto― Camille guiño un ojo, y sonrió con picardía. ― Iré a alistarme.

Sin decir más, salió de la cocina y subió los escalones hasta llegar a su habitación. Sintió la tentación de tumbarse en su cama y cerrar los ojos, pero sabía que si lo hacía no podría abrirlos hasta el día siguiente. Sin más remedio que ignorar la invitación tan deleitable que le ofrecía la comodidad de unas nuevas sabanas en conjunto con un par de cómodas almohadas, caminó dando pasos ligeros hasta su armario.

Allí paseó su mirada por todas las prendas que tenía. Hacía frío, así que desde luego usaría algo cálido.

Tomó un lindo vestido negro, era completamente ajustado a su figura, y sin tirantes, llegando hasta arriba de sus rodillas. Lo había guardado para una ocasión especial y bueno, supuso que esta sería una de esas.

Lo lanzó a la cama y volvió a su armario. Ahora era hora de decidir su calzado. No era que Camille fuese muy femenina, pero si había algo que le gustase, eran los zapatos. Tenía de todas tallas, colores y diseños, de modo que la tarea de decidir cuales usar siempre era difícil. A excepción de aquel día…

Sus ojos se desviaron hacia un par de zapatos peep toe de gamuza negra que yacían apartados de los demás. No eran suyos, pero Brokelle no se enojaría si los tomaba prestados. Ya que los zapatos y el vestido estaban listos, lo demás era pan comido.

Peinó y alisó cabello. Luego lo amarró en una coleta alta y acomodó su flequillo recto justo arriba de sus perfectamente arqueadas cejas. Se maquilló un poco delineando sus ojos de negro, y a lo demás solo aplicó un poco de labial y de rubor.

Luego, sacó de uno de los gabinetes del baño un poco de rímel, y lo aplicó en sus pestañas. En medio del transcurso de aquel tedioso procedimiento, y de la concentración que conllevaba, escuchó a Brokelle gritándole desde abajo.

― ¡Cam! ¡Ha llegado Tom!

Mientras maldecía por lo bajo el hecho de que su cita estuviese allí 5 minutos antes de lo acordado, corrió hasta su cama y tomó el vestido. Se lo colocó a una velocidad record, mientras le pedía a gritos a Brokelle que le dijese a Tom que aguardase, se calzó los zapatos. Esparció un poco de perfume por su cuerpo y tomó la gabardina beige que estaba estirada en su cama. Por último tomó una coqueta cartera de mano, y un par de guantes de cuero. Después de un esfuerzo casi inhumano para ponerse los aretes y no caer en el intento, bajó finalmente los escalones.

Se miró en el espejo de la sala de estar, y ante los cumplidos de Brokelle, sonrió al ver su reflejo. Después de todo, haberse alistado en una hora había sido bueno. Ahora lucía espectacular, y con una sonrisa radiante dibujada en sus labios.

― Suerte, Cam ― Le dijo Broke al verla salir del departamento.

― La suerte no existe, querida― Replicó Camille guiñando un ojo. Se colocó sus lentes de sol, y las puertas del elevador se cerraron.

Cuando volvieron a abrirse, divisó a los lejos a la silueta de Tom apoyada en el capó del auto. Vestía una traje muy elegante, completamente negro. Sin embargo la camisa desabotonada y la falta de corbata le hacían ver casual. Camille se acercó a él con pasos largos y ansiosos. Y Tom la recibió con una gran sonrisa.

― Te ves espectacular― La halagó Tom, mirándola de pies a cabeza.

― Me atrevería a decir lo mismo de ti ― Dijo Camille. Tom jugueteó con su piercing mientras le abría la puerta del auto. Una vez que Camille hubo entrado, Tom rodeó el auto y se sentó en el asiento del piloto.

Miró a Camille, y le dijo todo a través de sus ojos. Presionó el embrague, movió la palanca, y emprendió camino hasta el restaurant. Sus ojos permanecieron contemplando el iris gris de los de Camille, hechizantes y hermosos. Camille tampoco dejó de ver los de él, aunque algunas veces sintiese la necesidad de ver la carretera y asegurarse de que no iban a morir por colisionar contra otro auto.

Cuando estacionó el auto, sonrió. Así mismo contagio a Camille, quién para ese momento se encontraba impresionada por la hazaña de Tom.

Él bajó del auto e inmediatamente se dirigió hacia la puerta del copiloto, la abrió como todo un caballero y le ofreció su mano para que bajase. Una vez que lo hizo, caminó hasta la entrada del hotel, con su mano posada en la espalda baja de Camille.

Lanzó sus llaves al chico del parqueo, y se adentró en el restaurant.

Camille no imaginó que el lugar iba a ser tan elegante. Apenas unas tenues luces iluminaban las mesas, y en una tarima una banda tocaba canciones en vivo. Había pocas parejas, y lo único que se escuchaba eran ligeros susurros. Los violines y el piano formaban una melodía relajante y armoniosa, y el olor a comida italiana se respiraba desde la entrada.

Es el restaurant de Franco Berneri…pensó Camille .Entonces se dio cuenta de que Tom lo había hecho adrede. Ambos se sentaron en una mesa cerca de la tarima, y rápidamente pidieron una botella de vino.

― Lo hiciste adrede ¿no? ― Cuestionó Camille arqueando una ceja. Se despojó de su gabardina, y Tom, antes de responder, miró su vestido.

― Me adjudico todas las culpas― Sonrió él. Camille le dio un sorbo a su copa de vino.

El mesero se acercó y ambos pidieron su orden. Camille amaba la pasta y se dio cuenta poco después de que Tom también lo hacía. Varios minutos después ambos disfrutaban de una deliciosa comida preparada por verdaderas manos italianas.

Rieron, hablaron y comieron. El tiempo pasó con rapidez, como siempre lo hacía cuando la situación era amena. Curiosamente, para ese momento de la cita, Camille no había mencionado una sola palabra sobre el trato que habían hecho. Pero no lo había olvidado del todo, simplemente le hacía creer eso. Después de unas cuantas copas de vino, parecía que la cordura de Tom comenzaba a desvanecerse. No estaba del todo ebrio, y sin embargo…no del todo sobrio.

Camille lo miró levantarse con una mirada tan seductora que sintió en ese momento que ya no podría contenerse más. Después de todo, Camille había tomado la misma cantidad de vino que Tom.

Él se acercó a la banda y le susurró algo al oído al pianista. Este asintió sin problema, y Tom devolvió su mirada a Camille. Allí, en el centro de lo que parecía ser una pista de baile, se encontraba Tom. Arqueando una ceja, sonriendo de lado. Chasqueó sus dedos y…

¿Tango? Se cuestionó Camille. ¿Cómo podía estar tocando tango en un restaurante italiano? Pronto aquella pregunta quedó impregnada en el aire y perdida en su mente. Cuando se dio cuenta, estaba en la pista de baile, bailando tango, acompañada de Tom.

«Oh, joder» Sabía que se arrepentiría al día siguiente, pero por ahora, decidió culpar al alcohol.

― Y… ¿Después de esto me dejaras en paz? ― Preguntó Camille. Giró en su propio eje y se volvió a encontrar con los brazos de Tom.

― Creí que lo habías olvidado― Respondió él. Colocó su mano en la espalda de Camille y ésta la arqueó inclinándose hacia abajo. Cuando se hubo colocado en la posición original, le susurró al oído:

― Creíste mal, entonces― Sus cabezas se voltearon de un lado a otro al mismo tiempo, y volvieron a mirarse.

― Bueno…tú también creíste mal― Dijo él. Camille apretó con más fuerza su hombro.

― ¿De qué hablas?

Él se echó una risilla malévola

― ¿De verdad creíste que sería tan fácil librarse de mí?

― Tengo otros métodos para hacerlo, Kaulitz ― Respondió ella, enfatizando su apellido. Tom sonrió.

― Bien por ti. Ya sabes mi nombre.

― Exacto ― Asintió Camille ― ¿Tienes idea de qué puedo hacer con tu nombre?

― Lo mismo que yo puedo hacer con el tuyo, Señorita Novek― Camille se paralizó. Tragó con dificultad, y volvió a retomar su baile.

― ¿Al menos me dirás para quién trabajas? ― Preguntó ella. Tom la giró varias veces, caminaron al mismo paso. Ella volvió a arquear su espalda, y volvió a inclinarse hacia el piso. Tom la sostuvo unos minutos con su mano en la espalda de Camille, y cuando finalmente ella volvió a erguirse, Tom le dijo:

― Ni lo sueñes, querida.

Una ola de aplausos escucharon a sus espaldas. Al parecer había sido un buen baile. Pero Camille estaba demasiado absorta en lo que Tom le había dicho. La había burlado vil y cruelmente. Y a ella…a ella le había gustado.

Joder. No podía dejarse de él y sus encantos de chico malo. Por mucho que le gustase…no podía. Por un instante se sintió impotente, y Camille odiaba sentirse así.

Tomó su gabardina y salió a paso rápido del lugar. Podía escuchar a Tom siguiéndola, y llamando su nombre mientras lo hacía. Después de caminar hasta la salida, Camille se detuvo en seco y se dio cuenta que estaba agitada.

Tom la tomó del hombro y la volteó.

― Cam, yo…

― Shhhh ― Musitó Camille acallándolo con su dedo índice. Tom frunció el ceño.

― ¿Qué sucede? ― Preguntó en un susurro. Camille miró por encima del hombro de Tom.

― ¿Ves esa camioneta de allá? ― Señaló con su barbilla lo más disimulado que pudo. Tom asintió echándole un vistazo.

― ¿Qué sucede con ellas?

― Sucede que nos vienen siguiendo ― Respondió Camille con frialdad ― Rápido, dame las llaves de tu auto.

― ¿Qué? ― Preguntó Tom alarmado― ¡Claro que no te daré las llaves de mi auto!

Camille le lanzó una mirada asesina. Y Tom simplemente no podía resistirse a ella. Sacó lo más sigilosamente posible sus llaves del bolsillo y se las dio. Cuando las hubo tomado, rápidamente subió al Audi de Tom. El pelinegro apenas tuvo tiempo de abrocharse el cinturón cuando sintió que la gravedad lo obligaba a mantenerse aferrado a su asiento.

El susto del momento lo obligó a cerrar los ojos cuando Camille pisó el acelerador. Después se dijo a sí mismo que no debía ser tan marica. Entonces los volvió a abrir, y deseo no haberlo hecho. Las luces se difuminaban en su ventana gracias a la velocidad a la que iban. No quiso ver el velocímetro, pero estaba seguro de que iban a más de 270 kmph.

Maldijo el hecho de vivir en Alemania y no tener límite de velocidad. Miró por el retrovisor y divisó dos camionetas detrás de ellos. Eran rápidas, pero no tanto como Camille. Llevó sus ojos hacia Camille, y miró como el viento revoloteaba sus cabellos rojizos, que si estuviesen sueltos y no en una coleta, probablemente no la dejarían ver.

Sus manos afianzadas al volante, y su rostro completamente inexpresivo y concentrado únicamente en la carretera. No pudo creer que en ese momento, se sintiera atraído por lo que ella hacía. Su vida corría peligro, y solo podía pensar en las cosas que le haría cuando la tuviese en su cama.

Comenzaron a aparecer autos en la carretera, los cuales Camille rebalsó sin problema alguno. Claro que después podía escuchar todos los cláxones al unísono dirigidos a ellos, pero en ese momento nada importaba.

Miró a Camille rebuscando entre su bolso quién sabe qué. Tom cerró sus ojos al ver el auto tambalearse en la carretera solo porque Camille no estaba viendo.

― ¡Joder! ¡Mira la carretera! ― Chilló Tom frunciendo todo lo que se podía…fruncir.

Entonces Camille pareció salir de su ensimismamiento, y recordó que Tom estaba con ella. Logró encontrar el arma que buscaba, y rápidamente se la lanzó a Tom.

― ¿¡Qué demonios!? ― Preguntó mirando la pistola que Camille le había dado.

― Dispárale ― La escuchó decir en un tono tan serio que lo hizo estremecerse.

― ¿¡Qué!? ¿¡Estás completamen…!?

― ¡¡Que le dispares!! ―Volvió a vociferar Camille. Tom, sin más opción, cargó el arma y en medio del sonido del viento y la velocidad, escuchó el chasquido. Tragó con dificultad y desabrochó su cinturón de seguridad. Se volteó de manera que quedase frente al respaldo del asiento, abrió la ventanilla, y sacó medio cuerpo hasta la cintura.

La camioneta se acercaba con velocidad, y conforme lo hacía, mejor podía distinguir una gran arma apuntándole a él. De pronto sintió que le inyectaban adrenalina y el miedo se desvanecía a la misma velocidad a la que iba su auto. Sonrió de manera maliciosa y jaló del gatillo…

Miró la camioneta derrapar en el asfalto, hasta que comenzó a arder en llamas tan vivas y grandes que podían sentir su calor. A lo lejos pudo divisar lo que quedaba de la camioneta envuelta en una gran cortina de humo negro. Se acomodó en su asiento nuevamente, y emitió un alarido victorioso.

― No cantes victoria aún, Kaulitz ― Escuchó la voz escéptica de Camille.

― ¿Ah? ― Pudo apenas pronunciar ante tal confusión. Entonces miró hacia atrás nuevamente y supo que aún les seguía otra camioneta.

De repente un estallido se escuchó dentro del auto. Cubrió su cabeza con sus manos y sintió una serie de particular frías cayendo en su nuca. Se volteó instintivamente hacia Camille. Por suerte ella estaba intacta. Miró hacia atrás nuevamente y descubrió que el vidrio de su auto estaba hecho añicos.

―Mierda― Masculló Camille. Miró por el retrovisor y sonrió con malicia. ― ¿Quieren jugar? Vamos a jugar― Susurró como si estuviese hablando con ella misma. Sin despegar la mirada de la carretera, metió su mano en uno de los compartimentos de la puerta del auto de Tom.

― ¿¡Qué buscas!? ― Preguntó en un grito Tom. A esa velocidad era casi imposible oír.

― ¡Esto!― Respondió Camille sosteniendo en sus manos un revólver.

Su mano izquierda se colocó en el respaldo del asiento de Tom, y con la mano derecha giró su volante todo lo que pudo. El auto giró varias veces en su propio eje, haciendo las llantas chillar en el asfalto, alzando una cortina de humo blanco alrededor de ellos. Todo pareció ir en cámara lenta, Camille volvió a colocar sus dos manos en el volante, movió la palanca hasta quedar en reversa. Hundió su tacón en el acelerador, y cuando Tom miró por la ventana, se dio cuenta de lo que sucedía. El auto estaba transitando en reversa.

Abrió su boca, totalmente atónito. Compartieron una mirada cómplice, asintieron, y sin poder evitarlo…sonrieron.

Tom sacó su mano izquierda por la ventanilla, y Camille hizo lo mismo pero con su derecha. Los destellos brillantes que desprendían sus armas cada vez que disparaban, hacían parecer aquello un juego de luces. La pólvora de podía oler por todo el auto de Tom, y la adrenalina los hacía sentir más vivos que nunca. Los disparos daban exactamente donde querían, y se escuchaban como múltiples estallidos a lo lejos.

La última camioneta que quedaba dio vueltas en el aire hasta caer y aplastarse por su propio peso. Las carcajadas victoriosas de Tom se unieron con las de Camille, y en un segundo el auto volvía a la normalidad y transitaba las calles de Frankfurt como cualquier otro auto…a excepción de que éste tenía la carrocería destrozada por impactos de bala.

Recorrieron toda la ciudad sin rumbo alguno, y cuando se dieron cuenta, se encontraban en uno de los callejones más desolados de Frankfurt.

Un silencio abrumador los envolvió por completo, y sólo sus respiraciones agitadas parecían hablar por sí solas. Camille lo miró, y entre tanta oscuridad, escudriñando pudo encontrar sus ojos centelleantes.

No pudo controlarse, sus instintos y la adrenalina eran más fuertes que ella en ese momento. El deseo de Tom por poseerla completamente era insaciable, y en la mirada de Camille supo que era algo mutuo.

Sus manos se enarcaron ahuecando su rostro entre ellas. Sus labios se unieron en un beso tan cargado de lujuria y pasión que era casi desgarrador. Sus lenguas se encontraron disfrutando plenamente de un beso que ansiaban de igual manera los dos. Y el sabor de la victoria no se comparaba con la dulce miel que emanaba de la boca de Camille.

Sintió cada partícula de su cuerpo estremecerse como nunca lo había hecho. Camille tenía algo diferente, encantador y excitante. Algo que nunca había encontrado en ninguna otra chica, algo completamente eléctrico.

Ella se abalanzó sobre él cual fiera hambrienta. El asiento del copiloto no resistió mucho, y cedió finalmente después de aquel beso tan desgarrador. El impacto había sido doloroso, pero no lo suficiente como para detenerse. Las uñas de la pelirroja lo habían rasguñado al tratar de despojarlo de su camisa, y al hacerlo, varios botones se dispararon y chocaron contra las ventanillas. Mientras tanto, el vestido de Camille se desgarró en un intento eufórico por bajar la cremallera.

Era tal el frenesí que las manos de Tom temblaban al tocarla, y la mirada de Camille desvariaba de un lado a otro, sin saber en qué lugar fijarla. Si en su rostro extasiado, en sus abdominales marcados, o la V que se formaba en su cadera, donde estaba segura, si seguía su camino, llegaría exactamente a la gloria.

En un giro tan peligroso y frenético que Camille golpeó su cabeza, ambos finalmente cambiaron de posición. Ahora Tom estaba sobre ella, y sentía que en cualquier momento estallaría.

Camille buscó con manos temblorosas el cinturón que aún sujetaba los pantalones de Tom. Lo desabrochó rápidamente y en una fracción de segundo, Tom se encontraba únicamente con su ropa interior. Su libido aumentó al ver su cuerpo a merced de él. Su piel tersa y blanca, sin una sola peca, sin un solo rasguño. Parecía ser más afrodisíaca de lo que ya aparentaba. Contrastando perfectamente con un sostén negro, que cubría el par de senos más encantadores que Tom había visto.

Sus besos se deslizaron con soltura desde su boca hasta su cuello, deteniéndose en su clavícula para aspirar su aroma. La espalda de Camille se arqueó, dándole la pauta para que su mano se introdujera entre el escaso espacio que había entre ella y el asiento. Mientras la besaba, y su lengua recorría cada rincón de la boca de Camille, su mano se escabulló y desabrochó el sostén de la pelirroja. En ese momento Camille pareció despertar de un sueño. Abrió sus ojos, y con sus manos empujó ligeramente los hombros de Tom, apartándolo de ella.

Joder, no podía detenerse allí. No podía ser tan cruel.

― ¿¡Qué!? ― Gruñó Tom aún con la mano en la espalda de Camille.

― No puedo ― Musitó ella jadeando ― No puedo…

― ¡Claro que…! ― Y justo antes de terminar su frase, Gordon arremató en su cabeza como un recuerdo:

“Escúchame bien, Tom. Si me doy cuenta de lo que tocaste un solo cabello a Camille, el que va a matarte, soy yo” Palabras de Gordon que Tom no podía desobedecer. Se dio cuenta que él tampoco podía hacerlo. No podía arruinar la misión, él no era tan egoísta.

― Joder, tienes razón― Bufó apartándose de ella. Así, semidesnudo, se sentó en el asiento del copiloto, y meditó sobre lo recién sucedido. Camille también lo hizo, mientras buscaba su gabardina y trataba de arreglar su preciado vestido, ahora disminuido a un montón de tela desgarrada.






•••




El auto de Tom se detuvo frente al edificio dónde vivía Camille. El caminó había transcurrido en silencio, y ahora era hora de romperlo. No era que se sintiesen avergonzados, sino más bien decepcionados, frustrados, y enojados.

― Fue una linda cita ― Dijo Camille con un poco de sarcasmo. Tom la miró y sonrió.

― Si quitamos la parte cuando destruyen mi auto, fue perfecta ― Ambos rieron un poco, hasta que Camille recordó algo.

― Hablando de autos destruidos. Debes venir mañana a arreglar el mío ― Guiñó su ojo, con picardía.

― Oh…te diste cuenta ― Rió él.

― Aja ― Exclamó ella ― Y déjame decirte que no fue nada gracioso.

― ¿Cómo lo supiste? ― Preguntó Tom.

― Yo tampoco creo en el destino ―Respondió ella, con simpleza. Tom sonrió de lado.

― Muy astuta ― Dijo él. Camille se acercó y le dio un prolongado beso, que justamente le recordaba lo que recién había sucedido.

― Te veo mañana, Kaulitz ― Le guiñó un ojo, y cerró la puerta del auto. Tom la miró perderse entre la bruma, y cuando ya no pudo divisar más su encantador trasero contoneándose con cada paso, emprendió camino a su casa.






•••




Camille subió los escalones con sus tacones en la mano. Brokelle estaba dormida, de modo que le contaría lo sucedido a la mañana siguiente. Cerró la puerta de su habitación con suavidad, tratando de no hacer ruido.

Se apoyó en ella cerrando sus ojos y sonriendo. Las yemas de sus dedos acariciaron sus labios, y un mínimo flashback de su encuentro con él se encendió en su cabeza. Había sido una buena cita. La mejor, a decir verdad. Más tarde se daría cuenta de quién la estuvo persiguiendo. Pero por ahora debía darle las gracias. De no ser por ellos, no habría disfrutado…tanto.

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