Capítulo 7 «Jaque...»

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Era una tarde fría, como usualmente eran las de otoño. Presionó el botón del elevador y al hacerlo lo sintió helado. Frunció el ceño por el repentino malestar que le ocasionó, y mientras las puertas del elevador se abrían, iba poniéndose sus guantes de cuero. Presionó el botón del primer piso, y esta vez no obtuvo esa sensación fría que le calaba hasta los huesos.


Las puertas se abrieron y escuchó el pitido que anunciaba que ya había llegado. Con pasos ligeros se acercó al Cadillac que se encontraba afuera del edificio donde vivía, y allí se encontró con Karl.

―Buen día, Srta. Novek― Le saludó, con ese tono jovial y galante que siempre empleaba cuando se dirigía a ella. Le abrió la puerta y Camille entró, sonriendo como manera de agradecimiento.

No tardaron mucho y emplearon camino a la mansión Novek. El camino transcurría tranquilo, con el tétrico sonido de la brisa acariciando el rostro de Camille. Karl siempre mantenía el silencio entre ambos. Llevaba 10 años siendo el chofer oficial de Caleb y sin embargo las únicas palabras con las que se dirigía a Camille era “Buen día” o “Buenas noches.”

A Camille tampoco le gustaba hablar. No se le daba mucho eso de ser sociable, y odiaba los típicos silencios incómodos que se forman cuando no conoces a una persona. Sin embargo con Karl era diferente. Tal vez era porque solamente era un empleado, y no sentía la necesidad de carraspear algunas veces con tal de acallar el silencio tan mortífero que generalmente se daba en esas situaciones.

Sus pensamientos se acallaron, y la brisa dejó de entrar por la ventanilla para dar de lleno cuando se abrió la puerta del auto. Uno de esos hombres increíblemente altos y vestidos de negro que custodiaban la entrada le ayudó a bajar del auto. Camille sonrió de nuevo, agradeciéndole. A veces decir la palabra “Gracias” parecía ser una verdadera odisea.

Se adentró en la casa que alguna vez fue suya. No cambiaba mucho, menos cuando el único que habitaba ahí era Caleb y sus empleados, todos en su mayoría varones. Cada esquina la traía un recuerdo diferente. Algunas cuando su padre le hacía un ataque de cosquillas en el sofá, otras cuando le robaba un habano y pretendía fumarlo sin siquiera encenderlo. También recordó el día que probó un poco del whisky que había dejado en la mesa de la sala de estar y por poco se vomita. Nunca había entendido porque se había sentido tan bien y tan mareada después de hacerlo, y ahora que ya casi cumplía sus 25 años, se daba cuenta del por qué.

Soltó una risilla simpática, y al escuchar su nombre se volteó abruptamente.

― Señorita Camille ― Dijo James haciendo una especie de reverencia. James era el mayordomo de Caleb, rondaba los 65 años y tenía el cabello blanco y lacio. Era muy alto y esbelto, y su porte de hombre elegante no desapareció con el pasar de los años como alguna vez Camille pensó, sino todo lo contrario ― Su padre la espera en su oficina.

Camille volvió a sonreír y se adentró en el pasillo que conducía a la puerta de la oficina de Caleb. Al abrirla el olor a habanos la inundó por completo, trayéndole más recuerdos de los que le gustaría. Sin embargo la nostalgia ya no formaba parte de ella, hacía muchos años había aprendido a luchar contra ese sentimiento.

La silla en la que se encontraba Caleb rechinó al voltearse. La miró allí, estática en el umbral de la puerta. Sus manos sostenían el diario de aquel día, con la foto de un Cadillac Escalade completamente deshecho en la carretera. Dejó el diario sobre su escritorio, y retiró sus anteojos reclinándose en su silla.

―Pasa― Le dijo como una orden. Camille lo tonó más arrogante de lo normal, y eso de cierto modo le preocupaba. Se sentó frente a su padre, carraspeando de vez en cuando, esperando a que él hablase.

― ¿Te divertiste anoche, eh? ― Le preguntó en un tono misterioso. Camille instintivamente pensó en lo que había sucedido con Tom, y tuvo que hacer un esfuerzo sobrehumano para no sonreír.

― ¿Crees que es gracioso? ― Cuestionó frunciendo el ceño. De repente escuchó el sonido ahogado del diario cayendo frente a ella. Lo miró confundida, preguntándole con solo su mirada de qué estaba hablando.

― Lee el diario ― Camille lo tomó entre sus manos y reconoció algo en el Cadillac del titular. Algo le decía que haber acribillado a muerte las camionetas del día anterior no fue una buena idea.

― Eran guardaespaldas― Habló Caleb dándole una calada al habano que acaba de encender― Diez jodidas vidas que mataste por puro gusto. ¿En qué demonios estabas pensando? ― A pesar de la pregunta y el significado obvio que tenía, su voz no sonaba molesta. Sino más bien…serena.

― Me estaban persiguiendo, Caleb ― Se justificó Camille, y de pronto el papel que tenía en las manos, terminó arrugado en sus piernas― ¿Por qué carajos no me dijiste que eran guardaespaldas? ― Preguntó exasperada. Si bien era una asesina, los tipos con los que Camille solía meterse eran tipos que –como ella decía- no merecían vivir. Las cosas tomaban un camino diferente cuando era gente inocente, que no tenía nada que ver con negocios sucios. De un momento a otro comenzó a sentirse irremediablemente culpable.

― ¿Por qué carajos no contestaste tu teléfono? ― Le devolvió la pregunta usando el mismo tono ― Te llamé cinco veces para decirte. He llamado hasta a Broke y no sabe nada de ti. Cuando me he dado cuenta todo mi dinero se va a la mierda por que a mi querida hija se le ocurrió matar a diez personas porque estaba aburrida. ¿¡Crees que esto es un juego!? ― La respuesta era obvia, y como pocas veces en su vida, Caleb está exaltado.

Exaltado porque la vida de su hija corrió peligro, y simplemente no puede evitar sentirse impotente ante ese hecho. No hizo bien el trabajo, había sido un simple impulso. Dejó evidencias y de no ser por la mente brillante de su padre, en ese momento estaría encarcelada y con cadena perpetua, probablemente.

― ¡Sabes que me tomo este trabajo muy en serio! ― Gritó Camille, y el escritorio amortiguó el golpe de su puño― ¡Sabes mejor que nadie cuan en serio me tomo este trabajo! ― Otra vez, ese sentimiento en su estómago. Siempre lo siente cuando discute con su padre, y esta vez no es la excepción ― ¡Además! ― Agregó volteándose para mirarlo ― ¡Sabes mejor que nadie no necesito ningún guardaespaldas!

Caleb miró hacia la ventana, ignorando los gritos que estaba dando su hija. Le dio una calada a su habano y dejó salir el humo cuando abrió su boca para dirigirse a Camille:

― Siéntate ― Le dijo con tranquilidad. La intensidad de la discusión no la causaba Camille, ni sus gritos. La causaba el silencio de Caleb, sus ojos, y la sonrisa que se dibujaba en sus labios cada vez que Camille tenía una rabieta. Camille odiaba que él sonriera cada vez que ella estaba apunto de perder sus cabales. Sentía como si se estuviese burlando de ella.

Pero contrario a lo que Camille pensaba, él no se burlaba de ella. La contemplaba, contemplaba cada detalle de su rostro, ese rostro que le recordaba a ella…a Sophía. Era increíble el parecido que había entre ambas, a diferencia que la mirada de Camille parecía ser la de una serpiente engulléndose a su presa, y la de Sophia daba una tranquilidad y paz incomparable. Cerró sus ojos, borrando la imagen que tenía mirando a Camille.

― No te he llamado para discutir ― Inquirió apagando su habano ― Así que cuando te calmes, podremos hablar.

Se sentó frente a ella, y el escritorio era el único obstáculo que se interponía entre ambos. Después de un largo silencio, en el que sólo la respiración agitada de Camille se escuchaba, ella finalmente asintió para que su padre hablase.

― ¿Recuerdas a Charlotte? ― Preguntó cruzando sus piernas. De nuevo encendió otro habano, y se reclinó en su silla.

― Aja ― Respondió Camille sin mucho entusiasmo ― ¿A qué viene la pregunta? ― Y por alguna razón, temió por su respuesta.

― Bueno, estuvo viviendo en Francia uno años. ¿Lo sabias, no? ― Camille asintió, intrigada ― Ha vuelto, y está muy entusiasmada por verte. A ti, y a Brokelle.

― Qué pena que yo no ― Bufó la pelirroja antipática. Caleb se echó una carcajada.

― Vamos, Cam. Solían ser muy unidas cuando niñas, y recuerdo que lloraste cuando ella se fue ― De pronto sintió sus mejillas arder, y no tardó mucho en defender su posición.

― Tenía 10 años, Caleb. En ese entonces lloraba hasta cuando no tenía galletas.

― Oh, por favor ― Dijo entre carcajadas ―Es una buena chica.

― Si tu lo dices ― Volcó sus ojos, desconfiando de lo que su padre podría llamar “Una buena chica”.

― En fin ― Retomó su conversación después de su risa ― No tiene dónde alojarse en estas semanas, y le he dicho que estarías deseosa de recibirla en tu departamento ― Camille abrió la boca para replicar algo, y pronto Caleb la acalló ―…No quiero que me hagas un desplante, Camille. Charlotte acaba de llegar y Patrick me ha pedido que la cuide mientras él está en Rusia. Sé que la chica no te agrada, pero tendrás que hacer un esfuerzo.

― ¿Y por qué carajos no se queda en un hotel? ― Preguntó reacia a la idea ― ¡No quiero tener a esa barbie viviente en MI casa! ― Dijo enfatizando la palabra “mí”.

― Resulta que esa barbie viviente como tu la llamas, fue tu mejor amiga toda tu infancia. Y me parece de mal gusto que no quieras verla ahora solo porque ha cambiado un poco.

― ¿¡Cambiado un poco!? ― Repitió como si se tratase de una ofensa ― ¿No la has visto, joder? ¡Parece…parece…! ¡Parece una barbie! ― Balbuceó tratando de encontrar un adjetivo diferente, pero no lo encontró.

― Pues vas a tener que volver a tu infancia, porque esa Barbie vivirá contigo durante las próximas tres semanas.

― ¿¡Y dónde carajos va a dormir!? ― Cuestionó Camille dando una última esperanza a su argumento ― Sólo hay dos habitaciones en ese apartamento de porquería, y definitivamente no dormirá conmigo.

― Mmm…Tienes razón ― Concedió Caleb, pero por su tono misterioso, Camille dedujo que su argumento en ese momento era completamente sin sentido ― Mira esto ― Sacó de uno de las gavetas de su escritorio un par de llaves que tintineaban. Y por último un control que parecía ser el de un portón eléctrico. Con una sonrisa maliciosa deslizo ambos objetos por el escritorio, hasta que llegó a las manos de Camille. ― ¿Viste? Tengo todo bajo control.

Camille bufó.

― ¿Y qué se supone que es eso?

― Las llaves de tu nueva casa― Respondió él ― ¿Lo recuerdas? ― Y volvió a mover las llaves haciendo que sonaran.

Camille le arrebató las llaves, al tiempo que le lanzaba una mirada envenenada a su padre. Finalmente se marchó de allí azotando la puerta. No podía creer lo que había hecho Caleb. Ya estaba muy grande para que le dijese lo que debía hacer y qué no. Era imposible soportar la idea de tener a Charlotte Benzner en su casa.

Rubia, de voz chillona, ojos azules y centelleantes, y una personalidad espontanea y simpática. Para Camille sin embargo era su peor pesadilla. A su criterio era más bien torpe, torpe, y torpe. Se habían conocido desde que tenían uso de memoria. La Organización en la que estaba su padre Caleb, también tenía otros dos colegas; Patrick y Paul.

De modo que de niñas, Brokelle, Camille y Charlotte eran inseparables. Al llevar un estilo de vida completamente diferente a la de los demás niños, y destinadas a seguir el camino de sus padres, no les quedaba de otra que llevarse bien. Hasta los diez años habían sido buenas amigas, hasta que Anette, la madre de Charlotte, decidió llevársela a vivir a Francia.

Después de unos años, Charlotte comenzó a cambiar. Camille pensaba que se contoneaba mucho al caminar, y que sus escotes no dejaban nada a la imaginación. En palabras de Camille, era una verdadera “perra.”

Después de aproximadamente 15 años de no verse, Camille pensó que sería un tanto incómodo volver a hablarse. Ambas tenían gustos y vidas diferentes, y Camille sabía que por mucho que tratase, no podría llevarse bien con ella.

En un momento dado del transcurso se dio cuenta de que no tenía idea de dónde estaban. Miró extrañada por la ventana, y lo único que encontró fue un par de árboles secos.

― ¿A dónde nos dirigimos, Karl? ― Preguntó frunciendo el ceño. Los ojos azules de Karl miraron el retrovisor, y con una sonrisa galante, respondió:

― A su nueva casa, señorita.




•••




Karl abrió la puerta del auto para que Camille saliese. Y cuando la pelirroja lo hubo hecho, no tuvo reparo en darle las gracias. Estaba completamente embelesada con la obra de arte que tenía frente a sus ojos: su nueva casa. Por la fachada se podía distinguir fácilmente que era una casa de arquitectura moderna. Tenía un balcón cuyas barandas eran de hierro negro mate, y las puertas corredizas eran de vidrio esmerilado. Por fuera el color gris hacía un contraste perfecto, y el portón eléctrico parecía ser del mismo material que las barandas.

Tenía un par de escalones antes de llegar a la entrada, y la puerta era del mismo color negro que lo demás. Introdujo la llave impaciente, y al abrir la puerta se dio cuenta de que estaba amueblada realmente bien. Los sillones se veían muy cómodos, eran de color gris y las paredes de color blanco, que con unas tenues luces parecían tener tonos ocres. Todo aquello se culminaba con pisos de madera fina y barandas de vidrio para los escalones.

De pronto escuchó a Karl carraspeando:

― Me temo que es hora de retirarme, Señorita ― Le hizo saber con ese tono típico de voz, como si le guardase un gran respeto a la pelirroja ― Pero su padre me ha dicho que mañana vendrán sus cosas junto con las de Brokelle. Por ahora, creo que ha de tener lo necesario para esta noche en su armario.

― Muchas gracias, Karl ― Camille sonrió ― Puedes retirarte ahora.

Y no tardó mucho en escuchar el motor del Cadillac alejándose cada vez más. Así siguió mirando su nueva adquisición, una que le había pedido a su padre hacía unos meses atrás. No pudo haber acertado mejor, aquel lugar era perfecto para ella.

Mientras miraba a través del gran ventanal que tenía vista a la ciudad, escuchó unos ruidos. Se quedó en silencio unos minutos tratando de escuchar de nuevo, y cuando así lo hizo, supo que todo el alboroto provenía del garaje. Sin pensarlo dos veces sacó de su bolso un pequeño revólver que siempre andaba con ella. Caminó sigilosa al lugar y lo inspeccionó antes de entrar.

Gran sorpresa se llevó cuando vio allí su Chevrolet Camaro Black, y un par de piernas bajo él.

― ¿Tom? ― Cuestionó extrañada. Y aún así no dejó de apuntarlo. Lo vio deslizarse hasta que su cuerpo hubo salido completamente, después se incorporó, y la miró sonriendo.

― Hola.

― ¿Qué demonios haces aquí? ― Preguntó ahora más extrañada ― ¿Y cómo carajos entraste?

― Dile a tu padre que tiene que mejorar la seguridad― Respondió él limpiando sus manos con un pañuelo que llevaba en el bolsillo de su pantalón. Por un momento Camille dejó de pensar en la osadía que él había cometido, para concentrarse únicamente en los abdominales que tenía frente a ella.

A pesar de que ya los había visto la noche anterior, ahora con la luz del garaje parecían estar más marcados. Tom tenía el perfecto balance entre delgado y musculoso, y eso a ella le fascinaba. Su piel estaba surcada de gotas de sudor que hacían que su piel bronceada se viese cristalizada, y pequeñas manchas de grasa de auto ayudaban con la labor de hacerlo ver irresistible.

Una vez más no pudo evitar fijar la mirada en la “V” se formaba en sus caderas, de la cuál no podía ver su punto de inflexión gracias a esos pantalones holgados. Cuando reparó en su rostro, se dio cuenta de que él estaba jugueteando una vez más con su piercing.

― Arreglé tu auto― Dijo él ― Como te lo prometí.

― Ojalá cumplieras todas tus promesas ― Refutó Camille dándole a entender algo que ya era más que obvio ― ¿Por qué sigues aquí? ¿Por qué si ya te di lo que querías? ― Tom justo iba a replicar algo, pero Camille continuó ― Sólo sería uno más en la lista, Kaulitz ― Le apuntó con su revolver.

― No es la mejor manera de agradecerme ― Replicó Tom con indiferencia ― Pero si quieres saber porqué estoy aquí, te diré que estoy haciendo mi trabajo.

― ¿Y cual es tu trabajo? ― Preguntó Camille.

― Arruinar tu trabajo ― Sonrió con picardía ― Ahora, si quieres agradecerme de verdad, podrías hacerme un café.

― ¿Café? ― Cuestionó Camille ― Está nueva, Tom. Dudo que tenga siquiera una refrigeradora.

― Oh, claro que tienes ― Inquirió él ― Ya la he revisado y está muy bien equipada― Le guiñó un ojo, y luego se adentró en la casa. Camille suspiro de una manera que más bien pareció un bufido, y siguió sus pasos hasta la cocina.

Ese día estaba cansada, y tomando en cuenta que pronto llegaría Charlotte, el día solo se pondría peor. De modo que discutir con Tom no era algo que estuviese dispuesta a hacer. Después de todo, una taza de café también sería buena para ella, y dado que Tom le había arreglado el auto, y se veía extremadamente sexy haciéndolo, supuso que un café para él tampoco haría daño.

Después de unos minutos ambos se encontraban en el desayunador tomando una reconfortante taza de café, y para desgracia de Camille, Tom ya se había puesto su camisa. El silencio era bueno en vez de abrumador e incómodo, y era tal vez porque con sus ojos se decían todo lo que necesitaban saber. Finalmente después de un sorbo de café, Camille preguntó:

― ¿Por qué simplemente no me matas?

Esa pregunta lo hizo despertar de lo que parecía ser un sueño. Había sido inoportuna, y a decir verdad, no tenía la respuesta a eso.

― Porque mi trabajo no es matarte ― Respondió él después de unos minutos.

― Lo que quiere decir que no puedes matarme ― Enfatizó la palabra “puedes” ― Y si no puedes, y yo sí puedo, es un poco injusto. ¿No crees?

― Tal vez― Inquirió despreocupado ― Pero sé que no vas a matarme.

― ¿Y cómo sabes eso? ― cuestionó Camille ― ¿Cómo sabes que no voy a matarte ahora mismo? ― Su mano tanteó debajo de la mesa dónde estaban, y como supuso que su padre lo haría, allí encontró el revolver que siempre, aún en sus antiguos departamento, estaba colocado estratégicamente bajo la mesa. Lo colocó entre ellos dos, y con un movimiento simple lo puso a girar cual ruleta. Tom lo siguió con la mirada, mientras éste giraba y no daba señales de detenerse. Después de unos segundos, finalmente dijo:

― Porque estás intrigada, y no te conviene hacerlo ―. Camille calló y le dio un sorbo a su café. Entonces Tom detuvo las vueltas del revolver, y la punta de mira quedó apuntando directamente a Camille. Odiaba y a la vez le gustaba que él tuviese la razón. Tomó el revolver y lo volvió a colocar bajo la mesa.

Tal vez era por eso que aún no lo mataba, y también era por eso que aún no podía acostarse con él. Sabía que si se acostaba con él, probablemente no volvería a verlo, por que después de eso terminaría matándolo. Sabía que si lo mataba no sabría por que la buscaba, y esa duda era mayor que cualquier otro deseo que tuviese con él. No había mejor opción que esperar, esperar aunque uno de sus mayores defectos fuese ser impaciente.

Cuando Tom hubo terminado, Camille tomó su taza y la de ella. Se levantó y se dirigió al lavabo, allí abrió el grifo y enjuagó una de las tazas.

De pronto sintió algo aprisionándola contra el mueble. Un beso sonoro en su cuello que la hizo erizarse, y el aliento tibio chocando justo en el lóbulo de su oído.

― Pero por otro lado, podemos hacer este juego…divertido― Le susurró él. Sintió sus manos posándose en su cintura, y una serie de besos que iban desde su oreja hasta su clavícula. Cerró sus ojos e inclinó su cabeza hacia atrás, descansando en el hombro de Tom.

Sí, Gordon le había prohibido tocarla, pero simplemente era imposible. Imposible resistirse a esos labios, imposible resistirse a ese cuerpo, a esos ojos, al deleitable sabor de su boca. Volver a tenerla entre sus brazos le hacía perder la cordura, perder toda fuerza de voluntad.

El porqué de la prohibición de Gordon era un misterio. Aquello iba más allá de una simple misión, Camille parecía ser intocable para su padrastro, y hasta no saber el porqué el recelo con ella, no iba a detenerse.

Camille se volteó buscando ansiosa sus labios. Sus manos pasaron por debajo de sus trenzas, afianzándose a su nuca, permitiéndole manejarlo a su antojo. El agua en las manos de Camille se escurría desde la nuca de Tom, bajando por su columna, hasta llegar a sus pantalones. En un rápido movimiento Camille entrelazó las piernas a la cintura de Tom, y éste la sintió ligera como una pluma.

Envueltos en sus besos, el equilibrio se volvió más dificultoso. Fue cuando Camille sintió su espalda chocar abruptamente contra la pared que dejo de besarlo.

Pero no iba a detenerse. Bajo sus manos hasta donde se encontraban sus piernas, y sin soltarse pudo deslizar la camisa de Tom hacia arriba. El pelinegro no iba a quedarse atrás, de modo que abrió sus ojos y se dio cuenta de que Camille también los tenía abiertos.

Clavó su mirada en la de ella, y mientras le daba un inofensivo mordisco a su labio inferior, bajó sus manos hasta la cremallera del pantalón de Camille. Ella echó su cabeza hacia atrás, y Tom inundó su cuello de besos, al tiempo que trataba de despojarla de su pantalón.

Y de pronto: el sonido de la puerta.

¿Quién demonios había interrumpido aquello? Camille no esperaba a nadie, y Brokelle no llegaría hasta dentro de dos horas. Sus piernas se soltaron de la cintura de Tom, y éste se quedó petrificado a causa de aquel movimiento. Los labios de Camille estaban rojos y con el labial corrido. Tom estaba semidesnudo y Camille…bueno, ella se encontraba en ese proceso.

Subió su cremallera y acomodó lo mejor que pudo su cabello.

― Solo veré quién es ― Le dijo Camille guiñando un ojo. Tom sonrió con picardía y se limpio el maquillaje que tenía en su boca. No se tomó la molestia de ponerse de nuevo la camisa. Después de todo, pronto comenzaría otra vez la acción. O al menos eso pensó, hasta que escucho a Camille exclamar:

― Mierda.

Y de repente, un par de brazos se afianzaban del cuello de Camille con euforia. Por su parte ella se veía incómoda, pero la misteriosa rubia que movía sus cabello con cada palabra estaba más que emocionada. Constantemente, y sin dejar de abrazar a Camille; decía frases como “¡Oh...tanto tiempo!” Y “¡Me alegra tanto volver a verte!”

Tom movió su cabeza hacia los lados para ver de quién se trataba. Luego sus ojos se desviaron al par de valijas color rosa que descansaban a cada lado de aquella misteriosa mujer. De pronto ambas se separaron y la rubia fijó su mirada en el torso desnudo de Tom.

Al percatarse de él y su presencia, acomodó su cabello de manera coqueta y sonrió tímida. Desde luego era atractiva, y Tom no era la persona más sensata del mundo; así que sin importar la presencia de Camille, la examinó de pies a cabeza, con una sonrisa pícara y con el deseo surcando en sus avellanadas pupilas.

Entonces Camille se tensó. No, no le gustaba el modo en el que Tom miraba a Charlotte, y definitivamente no le gustaba el modo en el que Charlotte lo miraba a él.

«Esto no puede estar pasándome» Se dijo a sí misma. Y sintió algo crecer dentro de ella…apretó sus dientes, y se negó a pensar en aquel sentimiento, cuyo nombre ni siquiera se atrevería a pronunciar.

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