Capítulo 10 «Un as bajo la manga»

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Brokelle subió los escalones sigilosa, con los tacones en la mano y el maquillaje destrozado. El reloj marcaba las seis de la mañana, y apenas había llegado a casa. Abrió la puerta de la habitación, y encontró a Charlotte, Tom y Jared, acostados en la cama de la rubia. Algo faltaba allí, y si se daba cuenta que Camille había dormido en otra habitación, Tom iba a estar en verdaderos problemas.

Finalmente se volteó y dio un respingo al ver a la pelirroja frente a ella, con una mirada inquisitiva.

— Cam… yo… yo… —Balbuceó tratando de excusarse.

—… ¿Tú?

— Yo….

— Tú… acabas de llegar…

— No… claro que no — Farfulló la rubia, tratando de sonar normal.

— Broke, no fue una pregunta — Replicó Camille arqueando una ceja.

— Vale, vale, acabo de llegar— Bufó Brokelle y volcó los ojos — ¿Contenta?

Camille sonrió ampliamente

— No del todo, pero de eso hablaremos después…— La dio un trago a su café.

— ¿Dónde dormiste? — Preguntó Broke mirando su habitación.

— Allí — Camille señaló el espacio que había entre Jared y Tom — Pero estaba incómoda, y por eso me he levantado.

— Menos mal — Se alivió Brokelle, y suspiró — Creí que Charlotte y Tom…

— Oh no, claro que no — Se apresuró Camille a responder, y negó con la cabeza.

— Tampoco tú y Tom… ¿Verdad?

— ¡Broke! — Camille sonó ofendida— ¡Claro que no! ¡Allí estaba Charlotte… y Jared!

— Vale, vale… sólo quería asegurarme — Broke se echó una risa traviesa, y Camille volcó los ojos.

— Ve a dormir a mi habitación — Dijo Camille al verla bostezando — Tenemos que ir a donde Caleb por la tarde, y no irás trasnochada.

— ¿Nuevo trabajo? — Preguntó Brokelle mientras caminaba por el pasillo

— Probablemente — Respondió Camille — Ya se acabaron las vacaciones.

Brokelle terminó de adentrarse a la habitación de Camille, y cerró la puerta. La mirada de la pelirroja se dirigió por inercia hacia Tom, quién dormía plácidamente con Jared en su pecho.

Era una escena linda… y no pudo contener la sonrisa que se le dibujaba. Le dio otro sorbo a su café, y cerró la puerta con cautela.





•••




— ¡Apresúrate Brokelle! — Gritó Camille desde abajo, y miró su reloj de pulsera. Aquel día no era diferente a los demás, Brokelle retrasada, y Camille gritándole desde el primer piso. La rubia bajó los escalones finalmente, y ésta vez no iba haciendo alguna acrobacia para no caerse.

— ¿Iremos en tu auto? — Preguntó la rubia mientras bajaba con cuidado de no resbalar por sus tacones. Camille volcó los ojos.

— ¿Realmente preguntaste eso? — Cuestionó Camille, y movió sus llaves a la altura de su cabeza, haciéndolas tintinar. La respuesta era obvia, y Brokelle simplemente se limitó a seguirle los pasos.

Caminaron hasta el garaje, y Camille abrió el portón, al tiempo que se subía a su amado automóvil. Movió la palanca hasta quedar en reversa, acomodó su espejo retrovisor, y finalmente salió de su garaje. Se aseguró de que el portón terminase de cerrarse, y emprendió camino a la mansión Novek.

Cuando el trayecto terminó, Camille se detuvo abruptamente. El delineador con el que Brokelle se estaba maquillando, pinchó su ojo.

— ¡Camille! — Refutó fulminándola con la mirada. Sabía que lo había hecho adrede. Camille le respondió con una carcajada, ¿qué podía decir? Era su naturaleza un tanto… malévola.

— Baja ya, que Caleb es igual de impaciente que yo.

Brokelle guardó su maquillaje enrabietada. Realmente no le gustaba salir de casa hasta no verse del todo bien, y a veces Camille podía ser realmente insoportable.

Se puso sus lentes de sol para tratar de esconder sus ojos mal maquillados, y se adentró a la mansión, siendo guiada por James, el mayordomo.

Cuando ambas entraron, Caleb mantenía esa posición de siempre. Sentado en aquella gran silla de cuero color marrón, detrás del escritorio de color negro. Con un gran diario, que probablemente tenía como titular una de las hazañas de su organización, y un halo de humo alrededor de él. Humo de habanos.

— Tomen asiento — Ordenó, al tiempo que dejaba el diario en su escritorio. Dejó sus lentes a un lado, y las miró alternativamente.

Sin decir nada, abrió uno de los gabinetes de su escritorio. De allí sacó lo que parecían ser dos tiquetes de avión. Se los entregó a cada una, y Camille leyó en el suyo las palabras “Paris, Francia”

Sabía de qué se trataba.

— ¿Cuándo partimos? — Preguntó quitándole las palabras a Brokelle.

— La primera semana de noviembre — Respondió Caleb — Y estarán allí hasta final de mes.

— ¿Pasaré mi cumpleaños matando a unos mafiosos? — Cuestionó Camille arqueando una ceja. Caleb se echó una risa sarcástica.

— ¿Tienes planeado hacer algo?

— No realmente. Pero no quiero como obsequio un maldito revólver.

— Vamos Camille ¿Desde cuando te importan los cumpleaños?

— Desde que tengo que trabajar en ellos — Refutó la pelirroja.

— No tienes por qué. Estarás un mes allá, y puedes matar a los tres el mismo día.

Camille volcó los ojos, y Brokelle se tensó.

— Será más de una misión, entonces— Intervino la rubia, tratando de evitar otra de esas discusiones. Caleb asintió, y sacó un par de carpetas. Posiblemente las víctimas de las cuales se harán cargo.

— Son tres hombres en total, y todos extremadamente peligrosos. Necesito que sean…. — Se detuvo, y le dio una calada a su cigarrillo — Eficaces. Necesito información, no sólo el dinero. Recuerden que es una ciudad nueva, y no pueden tomar muchos riesgos — Camille y Brokelle asintieron. — Allá tendrán el equipo necesario, y en el aeropuerto las recibirá Evan.

Camille bufó nuevamente.

— ¿Evan? ¿No podías escoger a alguien más inútil?

— Me alegra escuchar que se llevan bien — Caleb sonrió al ver el mohín pre-rabieta de Camille. — Porque tendrán que trabajar juntos.

Camille tomó su bolso, y se levantó rápidamente. Nuevamente salía de allí azotando la puerta, deseando por una vez en su vida que Caleb no hiciese su existencia una completa mierda. Brokelle le seguía los pasos, a pesar de que la pelirroja iba bastante rápido.

Ambas entraron al auto, y Brokelle apenas pudo abrochar su cinturón de seguridad. Rápidamente, la gravedad la obligó a mantenerse aferrada a su asiento. Algo a lo que ya estaba acostumbrada, gracias a Camille.





•••




Los días pasaron rápido, y el día había llegado finalmente. Camille estaba en su habitación empacando sus últimas prendas de ropa. Brokelle por su parte, también hacía lo mismo.

Por un lado, Camille estaba emocionada sobre el viaje a Francia. Las semanas se pasarían rápidas, y cuando volviese, probablemente Charlotte ya estaría fuera de su casa. Terminó de cerrar su maleta, y miró a su alrededor verificando que nada la faltase.

— Estoy lista — Dijo una voz ajena a la de ella. Se volteó y miró a Brokelle, acercándose a ella.

— Genial — Camille paseó su mirada por toda la habitación — Llama a Karl para que nos ayude con el equipaje — Brokelle asintió y salió de la habitación de Camille. Más tarde volvió en compañía de su chofer, quién tomó dos de las 5 maletas y las llevó al maletero del Cadillac.

Camille tomó su bolso, y otra pequeña maleta, Brokelle hizo lo mismo, y ambas bajaron con el equipaje.

Finalmente entraron al auto, y miraron como Karl metía la última maleta al auto. Después de unos segundos, se dieron cuenta que Charlotte estaba tocando la ventanilla con insistencia.

Brokelle abrió la puerta.

— Charlie ¿qué sucede?

— ¡Chicas! — Chilló la rubia abrazándolas — ¡Iré a dejarlas al aeropuerto! — Camille volcó los ojos de manera antipática.

— Oh Charlie, no tienes que molestarte — Repuso Brokelle sonriendo.

— No es molestia, chicas. Las extrañaré, y quiero estar con ustedes hasta el último segundo que pueda.

— ¡Oh, por favor! — Se escuchó la voz sarcástica de Camille — Sólo estaremos allí tres semanas.

Brokelle le lanzó una mirada envenenada.

— Señoritas, disculpen la interrupción, pero estamos atrasados — Karl habló para calmar la tensión del ambiente. Charlotte terminó por entrar al auto, y Karl emprendió camino al aeropuerto con rapidez.





•••




Charlotte sostenía en sus manos un pañuelo color rosa, el cual amortiguaba las incesantes lágrimas que salían de sus ojos azules. Una escena completamente dramática, y un tanto vergonzosa para Camille.

La rubia las abrazaba eufóricamente, y lloraba mientras repetía hasta el cansancio que las iba a extrañar.

— Nosotras también lo haremos — Decía Brokelle dándole palmadas en la espalda. Aunque también se sentía incómoda ante el derroche de tristeza, ella sabía disiparlo mejor que Camille.

— Llámenme apenas lleguen ¿vale? — Las abrazó nuevamente — Y no se olviden que yo hablo francés, pueden llamarme a la hora que quieran.

— Lo tomaremos en cuenta — Brokelle limpió con su dedo índice las lagrimas — Ahora debemos irnos, pero prometo llamarte.

Cuando por fin se liberaron de la rubia, se alejaron de ella mientras con un ademán se despedían. Finalmente, dejaron atrás todo el ajetreo para viajar, el detector de metales, los pasaportes, y el número de asiento.

Camille miró por la ventanilla, y el sol comenzaba a esconderse por el oeste. Comenzó a sentir una sensación de vértigo, a medida que el avión ascendía hacia las nubes. Cuando finalmente se estabilizó, las nubes parecían algodón a sus pies, teñidos de colores ocres, naranja y rojizos. Un atardecer hermoso, desde una vista hermosa. Cerró la ventanilla, y así mismo hizo con sus ojos, conciliando el sueño.

Las horas pasaron, y finalmente el avión aterrizó en tierras francesas. El clima se sentía frío, aún el otoño se hacía presente, y probablemente estarían así hasta finales de diciembre, cuando comenzaría el invierno. Brokelle tomó su equipaje de la máquina giratoria, y esperaron un poco más para encontrar las maletas de Camille. Finalmente aparecieron, y se dirigieron hacia la salida del aeropuerto, donde probablemente las esperaría Evan.

Allí, entre una multitud de alemanes franco-hablantes, Camille se elevaba de puntillas para ver mejor, y encontrar los rizos castaños de su latente dolor de cabeza. Evan se acercó con la misma sonrisa socarrona de siempre, y el frío le hacía ver más pálido de lo que ya era, resaltando así sus múltiples pecas. Tal vez Evan no era necesariamente feo, pero para Camille no había otra palabra más que idiota. Tenía ese mismo aire arrogante y cínico que Tom, pero él… Tom era…simplemente era él. Sacudió su cabeza, tratando de sucumbir los pensamientos que inundaban su cabeza en ese momento.

— Has traído mucho equipaje — La voz ronca de Evan sonó muy cerca de su oído. Camille se volteó casi de inmediato, y cuando encontró su rostro, el castaño le guiñó un ojo.







•••




— Quítate de mi camino, Evan — Sentenció Camille, con ese tono de voz que sólo ella poseía. Evan se echó una carcajada casi inaudible, y tomó dos de las maletas de Brokelle y Camille, las demás las llevaron ellas mismas, hasta llegar a un lujoso auto que las esperaba.

Un ostentoso Bentley Mulsanne, Camille sabía que su padre nunca fallaba al comprar autos. Sonrió saboreando lo deleitable que era verse a sí misma dentro de un auto como ese, y recordó como su padre solía darle paseos en uno parecido a ese, cuando ella rondaba los 8 años.

— Listo. Podemos partir — Evan entró al auto y se sentó en el asiento del copiloto. No tardaron mucho en emprender camino hacia algún lugar de aquella hermosa ciudad. Camille se limitó a disfrutar del paisaje, de la pintoresca arquitectura, del brillo de los parisinos, y del clima que le ofrecía la ciudad. Abrió al ventanilla ligeramente, haciendo que el viendo despeinara un poco su melena lacia. La noche comenzaba a caer, y un par de estrellas se dejaban ver en la totalidad de lo majestuoso. Los minutos se hicieron segundos, y cuando salió de su ensimismamiento, estaban estacionados frente a un viejo galerón.

Parecía ser un portón eléctrico, que en algún momento fue de color gris, pero ahora sólo dejaba ver una superficie corroída por el tiempo. Cuando con lentitud comenzó a abrirse, ese aspecto descuidado comenzó a disiparse, dando paso a la elegancia y rapidez fusionándose, plasmados en unas increíbles máquinas, que los mortales llamaríamos “autos”

Camille se adentró cada vez más en aquel garaje, que a los ojos de ella era el paraíso. Logos de Mercedes Benz, Ferrari, Bentley, Aston Martin y BMW se dejaban iluminar por la luz fluorescente, pero la carrocería impecable de un Porsche Carrera GT en color platino, fue lo que llamó su atención.

Antes de que la pelirroja se transformase cual niña en una tienda de golosinas, la voz de Evan hizo eco en las cuatro paredes del lugar.

— Caleb — Comenzó a decir —…él quería que tuvieses las herramientas necesarias para el trabajo. Por este lado — Evan señaló a su derecha, unos estantes — Hay todo tipo de armas, pero debes tener cuidado — Ahora señaló a su izquierda — Aquí hay otros elementos, como cloroformo y demás. — Hizo un ademán restándole importancia al asunto — Las llaves están dentro de los mismo autos, y pueden tomar los que quieran, cuando quieran.

— ¿Eso es todo? — Cuestionó Brokelle, acercándose rápidamente a un BMW z4 en color negro.

— Es todo — Confirmó Evan — El GPS las llevará al hotel — Y sin decir nada más, salió de allí.

— Esto debería ser ilegal para ti — Se carcajeó Brokelle, quién para ese momento ya estaba sintiendo el cuero sintético de los asientos hacer contacto con su piel.

Camille le respondió con una risa prolongada. Entonces miró hacia el frente, y en la pantalla del velocímetro se encontraba una nota. Era la letra de su padre, cursiva como la de ella. Desdobló bien el papel amarillento, y leyó su contenido en voz baja:

“Sé que te gustan los Porsche. Feliz Cumpleaños adelantado
Caleb”


Camille sonrió, y encendió el auto.



•••




Tom entró a la mansión desesperado, en busca de su hermano. Llamó varias veces su nombre, pero no obtuvo respuesta. Siguió buscándole por toda la planta baja, hasta que subió y abrió la puerta de la habitación de su hermano de golpe.

— ¡Oye! — Chilló Bill dejando caer la revista que tenía en sus manos por el susto — ¿¡Qué pretendes!? ¿¡Matarme!?

— ¡No tenemos tiempo! — Rugió Tom lanzando un par de prendas a la cama de su hermano — ¡Alista tu equipaje! — Le ordenó, y sin darle tiempo de responder, salió dando grandes zancadas. Bill se quedó estupefacto en su habitación, tratando de descifrar lo que su hermano quería hacer.



Tom sacó de su armario una gran maleta, y apurado tomó todas sus camisas y las echó dentro de la valija sin siquiera doblarlas. Tomó un par de pantalones y los lanzó también, volvió a repetir el ciclo con unas cuantas zapatillas y bóxers.

— ¿Qué carajos sucede contigo? — Preguntó Bill entrando en la habitación. Tom no se detuvo, y mientras trataba de cerrar su maleta logró articular:

— Iremos a Francia.

— ¿A Francia? — Cuestionó Frunciendo el ceño — Tom… ¿Estás drogándote?

— ¡No seas idiota, Bill! — Masculló Tom. Nuevamente abrió su maleta, y sacó unas prendas de ropa para tratar de cerrarla.

— Explícame entonces ¿qué demonios sucede contigo?

— ¿¡Quieres ver a Brokelle!? — Gritó Tom eufórico, parecía estar demasiado extasiado como para poder controlarse. Bill frunció el entrecejo, sin entender el repentino cambio de tema.

— ¡Responde!

— ¡Sí! ¡Sí quiero verla! — Respondió a gritos el pelinegro — ¿¡Y eso qué demonios tiene que ver con lo que estás haciendo!?

— Que Brokelle está en Francia, y por eso iremos — Masculló de nuevo, lanzándole una mirada amenazante a su hermano.

— ¿¡Y por qué no lo dijiste antes!? —Bill se emocionó casi de inmediato — ¡¡Nos habríamos ahorrado muchas palabras!!

— ¡Ya cállate y ve a alistar tu equipaje! — Esta vez Tom sonrió, mientras le lanzaba un cojín a su gemelo. Bill corrió a su habitación y alistó todo lo que pudo. Grandes botes de laca, maquillaje, ropa, bóxers, zapatos y objetos para su aseo personal.

Ahora entendía el porqué del estado de frenesí en el que se encontraba su hermano, y es que saber que iba a estar con Brokelle, en la ciudad más romántica del mundo, le hacía por poco perder la cordura. Sus manos temblaban al doblar sus ropas, y se le hacía imposible relajar sus labios para borrar esa sonrisa embelesada que tenía.





•••




Después de varias horas escudriñando Paris, ambas decidieron que era hora de ir al hotel. Cuando hubieron llegado, Camille se dio cuenta que estaba realmente cerca del garaje de dónde habían sacado los autos. Brokelle se estacionó a su lado, y la pelirroja bajó la ventanilla.

― Será mejor que guardemos los autos en el garaje, y no aquí ― Propuso Camille. Sabía que si dejaban los autos allí, tendría que ser afuera.

― Tienes razón― Concedió Brokelle, e hizo rugir el motor de su auto ― Veremos quién llega primero ¿eh? ― Camille se echó una carcajada y pisó a fondo el acelerador. Le gustaba recordar viejos tiempos, cuando ambas hacían carreras con los autos de sus respectivos padres, a escondidas de ellos.

Ambas sabían que si sus padres se daban cuenta que sus hijas de 17 años, habían tomado su preciado Ford Mustang del año 67, estarían en verdaderos problemas. Pero omitían el miedo y se dejaban llevar por ese instinto salvaje que ambas compartían.

Finalmente llegaron al galerón, y abrieron el portón. Brokelle se bajó del auto apenas lo estacionó, y miró a Camille con un aire de arrogancia.

― Te gané ― Dijo con una sonrisa de lado. Camille bufó y volcó los ojos.

― La primera y la última.

Brokelle se carcajeó

― Vamos, déjame celebrar mi victoria ― Reclamó saliendo del garaje. Camille rió y volvió a volcar los ojos. Así caminaron hasta el hotel, discutiendo quién era mejor conductora, y riendo por sus estúpidas razones.

Ambas subieron los escalones del pórtico del hotel, encontrándose con una lujosa recepción. En un mueble de forma de semi-círculo, una chica de cabello negro atendía. Camille se acercó a ella y llamó su atención.

― Êtes-vous mademoiselle Novek? ― La joven del lobby se dirigió a Camille en francés. Por suerte para ella, su trabajo le ha permitido viajar a toda Europa, y los idiomas son su debilidad.

― Oui, je suis. ― Respondió. La joven le sonrió de manera amable, y sacó una tarjeta que le extendió rápidamente.

―Avoir un bon séjour. Bonne nuit.

― Merci beaucoup ― Camille le agradeció, y tomó la tarjeta. Caminó hasta el ascensor, y marcó el último piso, dónde estaba su número de habitación.

Una vez allí lo buscó con la mirada. Caminó lo largo del pasillo, y se dio cuenta de lo lujoso que era el hotel. No le extrañaba de su padre, él siempre se aseguraba que cuando Camille estuviese en otros países haciendo su trabajo, estuviese lo más cómoda que fuese posible.

Cuando lo hubo encontrado, abrió la puerta y buscó el interruptor de la luz. La luminiscencia era sutil, de varios bombillos apegados al cielorraso, dándole un aire cálido. La cama era grande, matrimonial. Caleb sabía que siempre que Brokelle y Camille viajaban dormían juntas en una misma habitación, dado que él estar en un país desconocido les daba cierto temor. La habitación estaba pintada de blanco, así como la cama con sabanas de color beige. Muchas almohadas, como le gustaba a Camille, pisos de mármol travertinos, y una lámpara a cada extremo de la cama.

Brokelle hizo amago de dar el primer paso para adentrarse, pero la mano de Camille la detuvo en seco.

― ¿Qué sucede?

― Shhh…― Camille apenas musitó. Con pasos sigilosos se adentró a la habitación, y sacó de su equipaje de mano una pequeña pistola.

― ¿Quién esta allí? ― Cuestionó audiblemente. De pronto los cuchicheos que había escuchado se acallaron de golpe. Elevó su brazo, y dio un primero disparo a la lámpara izquierda, la cual cayó el suelo.

― ¿Hay alguien aquí? ― Volvió a cuestionar sonriendo con malicia. El truco de la habitación del hotel le había pasado más de una vez, y ya se lo sabía de memoria.

― Vamos, sal de allí ― Su voz sonó serena y hasta cierto punto burlista. Después de eso se escucharon 3 disparos más. El primero a la puerta del baño, el segundo al armario, y el último a la otra lámpara. La habitación quedó en silencio total, el humo flotaba por el aire, y el eco de sus disparos aún resonaba en sus oídos. Camille se sorprendió al ver una cabeza asomándose por debajo de su cama.

Sonrió al ver sus perfectamente carriladas trenzas negras, apegadas a su cuero cabelludo. Camille estaba demasiado entretenida mirando a su trenzudo salir de la cama, y no reparo en que había otro chico saliendo de la puerta del baño, La diferencia era que este chico llevaba la cresta despeinada, y los ojos más delineados que la misma Brokelle.

― ¡Bill! ― La euforia inundó el alarido de Brokelle, y se abalanzó sobre él en un cálido abrazo que el pelinegro correspondió.

― ¿Están locos? ¡Por poco los mato! ― Dijo Camille, pero al mismo tiempo sonrió aliviada. Tom se acercó a ella y depositó un rápido beso en sus labios.

― No podrías matarme ni aunque quisieras ― Bromeó Tom guiñándole un ojo. Camille volcó los ojos, pero no contraatacó. La felicidad que de repente la había inundado era abrumadora, y no quería admitir el porqué de ella.

Su mirada se desvió hacia Brokelle, quién disfrutaba de una escena demasiado melosa para el gusto de Camille.

― Ya déjenlo ― Espetaron la pelirroja y Tom al unísono, y es que parecía que Bill iba a comerse a Brokelle a besos. Los aludidos se separaron, y Bill limpió su boca, ahora manchada de color rojo por el labial de Brokelle. Tom y Camille volvieron a reír.

― Será mejor que vayan a sus habitaciones ― Inquirió Camille dejando sus maletas en la cama ― Son las 2 de la mañana y ya bastante ruido hice con los disparos ― Todos soltaron una sonrisa.

― Tienen razón Cam ― Apoyó Brokelle y abrazó el brazo de Bill ― Cariño, ¿me ayudarías con mis maletas?

― Claro ― Bill se acercó a la maleta de Brokelle y la tomó del asa. ― Nos vemos mañana, chicos.

Camille frunció el ceño y miró a Brokelle.

― ¿Tú…? ¿Dormirás…con… Bill? ― Apenas pudo articular las palabras correctamente. Y es que la pregunta no era esa, sino más bien ¿Yo dormiré con Tom?

― Sí ― Brokelle respondió como si fuese obvio. Y Camille abrió los ojos más de lo normal.

― Oh…bueno…eso…está…bi-bien ― Tom sonrió de manera socarrona.

― Que tengan buena noche ― Se despidió Bill, y justo cuando Camille pensó que se habían ido, el pelinegro asomó la cabeza y guiñó su ojo.

Camille no quiso saber a que se refería con ese gesto, aunque ya lo sospechaba. Se dejó caer en la cama, con su bolso en sus piernas, mirando a un punto fijo en la pared. De pronto sintió la calidez de los labios de Tom besando su cuello.

― Ni lo pienses ― Refutó Camille levantándose rápidamente. Tom se quedó en la misma posición, y cuando ella se volteó y clavó su mirada en él, no tuvo más opción que sentarse.

― ¡Oh vamos! ― Tom bufó, sonriendo a la misma vez ― Ya me hiciste esperar mucho ¿no crees? ― Camille le lanzó su bolso, pero Tom lo esquivó.

― Y seguirás esperando, Kaulitz ― Sentenció Camille, y se acercó a la cama para abrir su maleta y buscar su pijama.

― No podrás resistirte a mis abdominales desnudos ― Presumió Tom ― No cuando voy a estar a tu lado, en la misma cama ―. Camille terminó de sacar su pijama y caminó hasta el baño.

― ¿Y quién dijo que dormirás en mi cama? ― Cuestionó Camille.

― ¿Dónde se supone que voy a dormir?

― En el diván ― La escuchó responder, y su sonrisa se difuminó casi de inmediato.

Camille salió del baño con una pequeña pijama de seda, que constaba de apenas un corto vestido. Tom tuvo que tragar rápidamente, o corría el riesgo de morir ahogado en su propia baba.

― No me harías eso ― Dijo Tom, pero sonó más bien como una pregunta. Camille solo arqueo una ceja, y se acercó a la cama. Allí tomó dos almohadas, un cojín pequeño, y los lanzó al sofá color café que yacía en una esquina del dormitorio.

― ¿Necesitaras algo más? ― Preguntó sonriendo suspicaz.

― Una cobija…supongo ― Respondió Tom resignado. Estiró sus manos para tomar la sabana que Camille le había lanzado. Se volteó y miró el escaso espacio que tenía para dormir esa noche. Entonces volvió a voltearse para tratar de adular a Camille, pero esta estaba ya estaba hecha un ovillo, envuelta en sus cobijas y con los ojos cerrados.

Sin más opción, acomodó los cojines y se despojó de su ropa hasta quedar solo en sus bóxers. Se metió entre las cobijas, y trató de conciliar el sueño.





•••




Las horas pasaron, y Tom aún estaba despierto. El diván era demasiado incómodo como para siquiera descansar un poco. Camille también lo estaba, pero ella no tenía escusa. Simplemente no quería dormirse. Miraba al techo cada vez que las luces de los autos lo iluminaban, y su posición de hacía unas horas había cambiado. Ahora estaba totalmente estirada, con las manos entrelazadas sobre su abdomen.

― ¿Cam? ― Escuchó susurrar a Tom.

― ¿Sí?

El pelinegro sonrió al escucharla murmurar.

― ¿Puedo dormir contigo? ― Cuestionó con timidez.

― No.

― Vamos, este lugar es muy incómodo ― Se quejó en otro murmullo.

― No uses excusas conmigo, Tom ― Sentenció Camille.

― Tengo una idea. ¿Por qué no duermes tú en el sofá, y yo en la cama? Así verás que lo que quiero es dormir y no follar contigo.

― Yo también tengo una idea. ¿Por qué no te callas y me dejas dormir?

― Si quisieras dormir hace rato lo hubieras hecho― Objetó Tom.

Camille se quedó en silencio un largo rato. Justo cuando pensó que el tema había terminado, Tom habló de nuevo.

― ¿Puedo?

― Te dije que no

― Por favor

― No

― ¿Sí?

― No

― Vamos Cam… ― Tom sonó un poco más desesperado esta vez. Y Camille sabía lo incómodo que podía llegar a ser un diván. Después de otro momento de silencio, finalmente accedió, no sin antes darle una sutil advertencia.

― Si te encuentro manoseándome vas a amanecer muerto.

― Tomaré eso como un sí ― Dijo Tom. Y Camille no tardó mucho en sentir el peso del pelinegro acostándose a su lado.

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2 Response to Capítulo 10 «Un as bajo la manga»

4 de noviembre de 2010, 10:58 a. m.

No sé si comenté este capi en el foro pero me encanta xD
y me encanta la canción =O como se llama ???
te adooooro, me paso al siguiente capi (:

4 de noviembre de 2010, 3:14 p. m.

Aww no habia visto xD
Se llama Hate to say i told you so- The Hives