Capítulo 34 «El arte del engaño.[I/II]»

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          No podía evitarlo.

         Se sentía culpable, sí, de alguna manera. Tom continuaba diciéndole que no era su culpa, y que tampoco era tan grave. Pero Camille sólo podía pensar en una cosa, ¿y si hubiese sido grave? No quería ni imaginarlo, le bastaba lo suficiente, y tal vez un poco más, ver su brazo siendo enyesado.

         — Listo. — escuchó decir del médico. Bien, esta vez no había sido Gustav. De ninguna manera permitiría que alguien que no tuviese siquiera un título, tratara a su mejor amiga y la salud de sus huesos.

         Tenían suerte, el doctor Ahrens había sido comprensivo y no había preguntado nada sobre lo que había sucedido. Se limitó a tratar a Brokelle, las leves heridas que tenía, y quedarse callado. No había reparado en que estaba agotada, se había tomado el café que Tom le trajo tan rápido que cuando se quemó la lengua siquiera se quejó. Bill continuaba dando vueltas en círculos alrededor de la habitación.

         — Gracias, doctor, de verdad. — le dijo la pelirroja, encaminándolo a la salida. — ¿Cree que sane bien? — preguntó, estando en la puerta principal.

         — Oh, desde luego. — se volteó, antes de bajar las escaleras del pórtico. — Es una chica fuerte, además, se ve que se alimenta bien. En un par de meses su brazo estará completamente recuperado, se lo garantizo. Aunque claro, debe procurar no meterse en otra de esas peleas, ¿no? — Camille lo vio echarse una carcajada. Ella también fingió una. — Debo marcharme, puede llamar de nuevo si lo necesita…

         — Lo haré. — murmuró ella. — Gracias, doctor.

         — No me lo agradezca— le replicó, en tono aterciopelado. —, es mi deber. — Ella le lanzó una última sonrisa en agradecimiento, y después cerró la puerta.

         Tras tomar una gran bocanada de aire, se dispuso a subir los escalones. Al pasar por la habitación de Brokelle, pudo ver a Bill acurrucándose en la cama junto a la rubia. Decidió seguir su paso, no interrumpiría aquella escena. Al llegar a su habitación, reparó en el sonido del grifo del baño, y segundos después, Tom asomó la cabeza, mientras se cepillaba los dientes.

         — ¿Te quedarás? — Preguntó ella, más bien afirmándolo. Se sacó la gabardina que Tom le había prestado antes, al tiempo que se adentraba en su armario.

         — ¿Puedo? — le dijo él, mirándolo expectante a su respuesta.

         — Claro que puedes… de hecho…— le daba pena decirlo, pero de alguna manera, simplemente salió de su boca. —…iba a pedírtelo.

         — Oh, genial. — Y escuchó su voz más cerca de lo que esperaba. Dentro de la pequeña habitación que conformaba su armario, Tom había entrado, posicionándose tras ella, mientras la contemplaba en aquel atuendo de hada buscando un pijama. — Cam, ¿estás bien?

         Ella se había volteado. Tenía el rostro tan inexpresivo que hasta podía confundirse con amargura.

         — Me atormenta pensar que la pudieron haber matado. — confesó, dejando salir aire ruidosamente.

         — No hubiese sido tu culpa. — murmuró él, acercándose. — Hubiese sido mía. — Camille clavó su mirada en él. —No te atormentes, no pasó nada, un brazo roto es...eso, simplemente un brazo roto. Estará bien. — Tom la atrajo a su pecho, abrazándola. Camille sintió la necesidad de cerrar los ojos, y rodearlo con sus brazos, aspirando su varonil y delicioso aroma.

         — Lo sé. — la voz le salió ahogada. Tom besó su cabeza con suavidad.

         — Necesitas descansar. — le sugirió. — Y, aunque me duela decirlo, estoy tan cansado que dejaremos ese atuendo para otro día. — Camille sonrió y se separó de él.

         — Bien, voy a quitarme el maquillaje. — Le hizo saber. Se encaminó al baño, con la pijama pendiendo de su ante brazo. Tom se apresuró a llegar a la cama, con los pies de puntillas, la madera estaba tan fría que no estaba tan seguro sobre dormir sin camisa, y únicamente con un pantalón de lino en color gris. Pero al llegar, la suavidad de las cobijas friccionado su piel, le hizo saber que no serían necesarias más prendas.

         Camille salió del baño, por su parte, también llevaba un pantalón de lino, con una blusa de tirantes. Tom la miró y sintió que el pecho se le oprimía. No sabía porqué.

         Ella llegó hasta la cama, después de apagar la luz. A tientas encontró la suavidad de su cama, se acostó, y se arropó. En ese instante, y aunque cerró los ojos, no quedó dormida. Se puso a hacer un recuento de todo lo que había pasados en los últimos meses. ¿Por qué lo quería tanto? ¿Por qué de pronto dejaba de compararlo con Georg? ¿Por qué de pronto ni siquiera recordaba que alguna vez existió? Si alguna vez creyó estar enamorada de Georg, entonces lo que sentía por Tom simplemente no tenía nombre.

         Brokelle una vez le había dicho que en realidad nunca había amado a Georg, sino que la culpabilidad de haberlo matado la había hecho creer eso. ¿Y si tenía razón? Se cuestionó a sí misma, tanto sus sentimientos, como su habilidad para manejarlos. No importaba, las manos escurridizas de Tom, bajo las cobijas, la abrazaron por la cintura y la acercaron a él. Su calor, de pronto, la hizo inundarse de una apacibilidad inexorable. Volvería a hacerlo, sí, pondría en peligro su vida, solo porque simplemente no imaginaba una razón más sublime para morir.

         Algún día lo haría, lo único inevitable en la vida era la muerte, y si algún día llegaba, no podría pensar en otra manera más honorable que esa, dando su vida por la persona que amaba.




•••




         Aquella casa la conocía de toda su vida. Los pisos de mármol, los cuadros en las paredes, el cuero marrón de los sillones, aquel vaso de whisky a la deriva de una mesa. Estaba flotando, sus pies no dejaban huella, no hacían contacto con lo frío.


         Una voz dulce y maternal resonó en sus oídos, acompañado de una sonrisa infantil y hasta cierto punto chillona. Le causó cierta ternura, sonrió para sí misma, y se dispuso a buscar la causante de lo que sentía en ese momento.


         En aquel momento todo se tornó como un laberinto, las puertas que conocía desde su nacimiento, ahora daban a otros lugares, lugares desconocidos, bosques, carreteras inundadas de nieve. La nieve. Tenía frío. ¿Qué hacía allí? La voz seguía resonando en su cabeza, incesante, maternal…dulce. Sabía que la había escuchado, sin embargo no recordaba de quién era. En ese momento todo estaba muy confuso, no sabía dónde estaba, nadie reparaba en su presencia, ni siquiera ella misma.


         Decidió correr, no supo porqué. Simplemente sintió la necesidad de hacerlo, de escapar de la nostalgia, de emerger de la melancolía, correr y nunca dejarse atrapar por la tristeza que la agobiaba. Aquella tristeza, diferente, que la ahogaba, la azotaba y la quemaba, pero sin embargo no la mataba. Corría, sus piernas dejaron de sentir cansancio cuando repararon en que, no importaba que tantas alarmas le diera su cuerpo, no iban a detenerse, no hasta encontrar…lo que estaba buscando. ¿Pero, qué buscaba? ¿Las palabras nunca dichas? ¿Los sentimientos que nunca logró desarrollar? ¿Los recuerdos que creyó haber perdido?


         Se detuvo. No despacio, sino abrupto. El corazón le latía cual caballo galopando dentro de su pecho. Pero cuando la vio, sintió que la tranquilidad era insaciable, la embriagaba, la hacía sentirse viva, en una realidad que no existía.


         — ¡Mami! — gritó la niña, ofendida y a punto de llorar con los brazos cruzados. Sus ojos grises eran un retrato de su progenitora, sin embargo tenían un brillo diferente. El cabello de un castaño que podría confundirse con dorado, suave y sedoso, lacio y brillante. Caía por su espalda, mientras con sus manos se apartaba un par de mechones del rostro, logrando así que con la pintura que envolvía sus manos, se embarrase las mejillas sonrosadas.


         — Ten cuidado, Camille. — le reprendió. Te estás embarrando toda de pintura. —Sin embargo aquel tono casi angelical era indeleble, aún en su más desgarrador regaño, algo le decía que nunca, nunca iba a dejar de ser aquella madre cariñosa y amorosa. Sophia tomó las manos de la pequeña, con suavidad, luego alcanzó una toalla, la remojó, y procedió a limpiar la pintura color rosa que la pequeña resguardaba en sus manos.


         — Mami, tengo hambre. — murmuró con voz quejumbrosa, haciendo un puchero con sus finas facciones. Sophie soltó una sonrisa de esas maternales, como si el sonido de las quejas de su hija, un tanto berrinchuda, fuera para ella la mejor de las melodías.


         — ¡Caleb! — gritó la mujer, cuyo cabello oscilaba entre el castaño y el rojizo. En la puerta de aquella habitación, con la pared pintada de conejitos rosas, se asomó un hombre apuesto, de cabellos castaños oscuros y ojos verdes como la esmeralda. Al mirar la obra de su hija, lo único que pudo hacer fue sonreír con ternura.


         — ¿Qué sucede? — preguntó adentrándose aún más, mientras se acercaba a la pequeña que alzaba sus brazos añorando que su padre la cargase. Este lo hizo de inmediato, jugando con ella como si fuese un avioncillo.


         — Tiene hambre. — le hizo saber Sophia. — Dale algo, yo me quedaré aquí limpiando el desastre de pintura que ha hecho. — En otro instante, la pequeña Camille se hubiese ofendido, pero estaba tan entretenida tratando de hacer el sonido de aun avión con su lengua, que ni siquiera escuchó el comentario de su madre con respecto a la pintura.


         — Bien, ¿qué quiere cenar la princesa Camille hoy, eh? — preguntaba Caleb mientras salía de la habitación. Sophia podía escuchar su eco entre las paredes, y sonrió, mientras se incorporaba y tomaba unos cuantos papeles arrugados del piso.


         — ¡Helado! — chilló la pequeña, casi extasiada.


         — ¡Ni se te ocurra darle helado, Caleb! — advirtió su madre con un grito, desde la habitación.


         — ¡Lo siento cariño, no puedo desobedecer las ordenes de una princesa! ¿No es así, Cam?


         — ¡Te lo advierto, Novek! — sentenció, casi a punto de ir a verificar que no le diese helado.


         — ¡Muy tarde, mami! — dijo Camille, quien ahora disfrutaba de un tazón de helados de varios sabores.


         — ¡Caleb! — Gritó Sophia, quien en menos de un segundo ya se encontraba en la cocina, con mirada fulminante.


         — No me culpes a mí, cariño. — le dijo en tono meloso, mientras besaba su mejilla. — Yo sólo soy un simple súbdito de esa pequeña.


         — Pues como súbdito, serás tú quien se levante cuando ella se sienta mal por la noche, ¿vale? — Se marchó, más cansada que de costumbre. Escuchó a los lejos como Caleb continuaba jugando con Camille, accediendo a todos sus caprichos.


         Camille sintió que su pecho se oprimía.


         Sophia entró de nuevo a la habitación, tomó una brocha de pintura blanca, y comenzó a esparcirla por la pared, la cual tenía un dibujo de lo más desastroso sobre una casita junto a un árbol. Amaba a su hija, pero de ninguna manera dejaría que su cuarto quedase pintado de esa manera.


         Camille se acercó con pasos temerosos, temblando. Sabía que Sophia no reparaba en ella, ni en su presencia, pero Camille sentía una necesidad inminente por abrazarla, por recordarla. Cuando estuvo a su lado, y contrario a lo que antes pensaba, Sophia se volteó y la miró con desconfianza, como miraría una leona cuando ve a algún predador cerca de sus cachorros.


         — Mamá…— musitó, temerosa y asustada. Sophia frunció el ceño.


         — ¿Y usted quién es? ¿Qué hace aquí? — indagó, con mirada desafiante.


         — Soy yo… Camille. — murmuró, con el anticipo de una sonrisa que pronto se vio borrada al ver la expresión del rostro de su madre.


         — ¡Tú no eres Camille! — Vociferó, retrocediendo completamente en pánico.


         — ¡Lo soy, soy tu hija!


         — ¡Deja de mentir! — gritó. — ¡Tú no eres mi hija! ¡Mi hija no es una asesina!


         Camille sintió que el pecho se le oprimía, y el aire le faltaba. Trató de respirar, pero poco a poco fue desvaneciéndose, como polvo al viento. Sin embargo seguía repitiéndose en su cabeza… “¡tú no eres mi hija!”…. “¡mi hija no es una asesina!”

         Despertó.

         La respiración era agitada, rápida y furiosa. Se incorporó o corría el riesgo de ahogarse entre sus propias cobijas, entre su propia penumbra. Llevó una mano a su rostro, lo tenía húmedo. ¿Había estado llorando? Aquel sueño había sido tan perturbador que sintió que nunca más podría dormir.

         Tal vez exageró, pero tuvo razón en pensar que aquella noche no dormiría, porque así lo hizo.




•••




         — ¿Y bien? ¿Te sientes mejor?

         — Me siento…adolorida. — Brokelle dio un largo bostezo, y miró su brazo. — Demonios, ¡ese yeso no se verá bien ni con un bolso Channel!

         Camile se echó una carcajada,

         — Deja de ser tan dramática y superficial, Zeller. — le reprendió en broma. — Vamos, sólo serán unos meses.

         — ¿Has pensado en que mi brazo quedará asimétrico? — cuestionó, arqueando una ceja.

         — Siempre lo han estado. — Brokelle abrió la boca y los ojos, completamente ofendida. — No, olvídalo, no lo dije de esa manera. — se apresuró a decir Camille. — Todos tenemos los brazos asimétricos, de modo que no perderás nada.

         — Claro, pero ahora se notará más. ¿Crees que estoy feliz sabiendo que mi brazo quedará de la mitad de lo que era?

         — Oh, por favor. — Camille bufó. — Si dejas de quejarte te pagaré cualquier tratamiento engorda-brazos que quieras.

         — JA-JA. — soltó con sarcasmo. — No me vengas con bromitas de ese tipo. Esto realmente me tiene mal.

         — Yo siempre voy a amarte, aunque tengas un solo brazo y ninguna pierna. — Las chicas voltearon su mirada a Bill, quién venía por la puerta con un tazón de sopa para su novia. Camille volcó los ojos ante su comentario.

         — Oh, por favor, ni tú lo crees. — dijo con una carcajada.

         — Claro que sí. — refutó el otro. — estaría con ella aunque quedase completamente mutilada.

         — Cariño, estás alucinando. — intervino Brokelle. — Te amo, pero entendería si quisieras dejarme cuando esté fea y con un brazo notablemente más gordo que el otro.

         — No te dejaría ni aunque estuviese calva. — Bill se acercó y la tomó del rostro para besarla. De pronto Camille sintió que sobraba en la escena.

         — Bien, me voy. Demasiada cursilería para mí gusto. — Brokelle levantó el dedo de medio mientas continuaba besando a Bill. Luego se separó de él, antes de que Camille se fuese por completo.

         — ¡Oye, causante de mis males! — La pelirroja se volteó en el umbral. — ¿Adónde irás? ¿Vas a dejarme sola?

         — Iré a ver a mi tía. — le respondió. — No tardaré mucho, sólo….necesito saber algunas cosas.

         — Bien, ven pronto… si puedes con Sarah. ¡Dile que extraño sus sopas cuando estoy enferma! — Bill la fulminó con la mirada. — Oh, vamos, cielo, ambos sabemos que tu fuerte no es la cocina.

         Camille se fue carcajeándose ante la escena, directo a su auto.

         No sabía porqué tenía esa necesidad de saber sobre su madre, y la única conexión que tenía con ella era su tía Sarah. ¿Quién mejor que la gemela de su madre para ello? Las pocas fotos que había visto de ellas, parecían más bien un par de clones. A excepción de que su difunta madre, Sophia, tenía un discreto lunar en la mejilla derecha. Lo recordaba bien, lo había visto en su sueño.

         Pero a pesar de que sus recuerdos eran casi nulos, de alguna manera, y no sabía porqué, sentía que la extrañaba. Sarah había sido como una madre para ella, pero Camille era terca, y no aceptaba que por mucho que Sarah se pareciese a Sophia, nunca iba a ser su madre biológica.

         — Cam, ¡pero qué cara traes! — le saludó su tía, al recibirla, mientras colgaba en un perchero la gabardina de su sobrina. — ¿Quieres algo de té? ¿O café, tal vez?

         — Estoy bien, Sarah. — le sonrió. — Tal vez más tarde.

         — Bien, bien. Ahora, cuéntame que ha sido de tu vida, no te he visto en años. — Camille dio un largo suspiro, mientras se sentaba en el desayunador a ver como su tía se tomaba una taza de té.

         — Lo mismo de siempre. — dijo Camille. — ¿Tú, cómo has estado?

         — ¡Ah, muerta! ¡Tanto trabajo para un anciana como yo es demasiado! Estoy pensando en jubilarme.

         Camille se echó una risa.

         — No dices lo mismo cuando sales a bailar ¿eh? — Sarah dibujó una sonrisa coqueta. — Anda, apenas tienes 48 años y ya estás pensando en dejar de trabajar.

         — Oh, linda, lo dices porque apenas estás comenzando a vivir. — Camille sonrió. — Pero bueno, dejemos mi caótica vida atrás, y dime que es eso tan importante que quieres hablar.

         Tomó un gran suspiro, y no para prepararse a ella, sino para preparar a su tía. No importaba cuantos años hubiesen pasado tras la muerte de su madre, Sarah seguía sufriéndola como si fuese el primer día de su inevitable ausencia. Camille clavó su mirada en ella, tragó con dificultad, y finalmente le dijo:

         — Quiero saber sobre…Sophia.

         Sarah no pareció asombrarse de mala manera, sino más bien como curiosa.

         — ¿En serio? ¿Qué quieres saber sobre ella? — preguntó, y le dio un sorbo a su taza. Camille supo, que lo que diría a continuación, sería un golpe un tanto fuerte.

         — Quiero saber cómo murió.

         Y en ese instante sólo se escuchó la taza de té haciéndose añicos contra el suelo. Camille dio un respingo.

         — Dios, yo…lo siento… me has tomado por sorpresa. — Sarah se agachó y comenzó a juntar los pedazos de porcelana esparcidos por toda la cocina.

         — ¿Estás bien? Podemos hablarlo otro día, si quieres…

         — No, no cariño, por supuesto que no. Estoy bien… es sólo que… me sorprende.

         — ¿Te sorprende? — cuestionó. — Siempre tratas de bombardearme con información sobre ella…. No es de extrañarse que ahora quiera saber.

         — No puedo creerlo… ¿hablas en serio?

         — Tía, ¿sucede algo?

         — Camille…. — ella clavó su mirada. La mano le temblaba mientras sostenía los restos de su taza. — ¿No lo recuerdas?

         — ¿Recordar qué? — cuestionó la pelirroja, sintiendo como el pecho se le oprimía cada vez más.

         — Oh…por Dios. Realmente no recuerdas. — consternada era un palabra que se quedaba corta al lado de lo que parecía estar Sarah. Y Camille no podía estar más confundida que en aquel instante, al ver la mirada incrédula de su tía.

         — Tía, ¿podrías hablar sin balbuceos?

         Sarah tragó con dificultad. Dejó la taza en el basurero, y se sentó frente a Camille. Allí tomó un de sus manos entre las de ellas. Ambas temblaban, pero Camille se mantenía dura y fría como una piedra.

         — Cariño…yo sé como murió tu madre. — murmuró con voz queda.

         — ¿Y vas a decírmelo?

         —…Lo sé porque…— carraspeó un poco. —…tú…tú me lo contaste…

         Camille soltó de inmediato sus manos, como si le estuviesen quemando. Su rostro se crispó en una mezcla de incredulidad y desgarro mezclado.

         — Eso…eso no es posible.

         — Cammy, tienes que recordar…tú lo viste todo.

         — ¡Eso es imposible!

         — Camille, cálmate…— Sarah trató de tomarla, pero Camille en un movimiento rápido se zafó de sus brazos. Aquellos brazos maternales, de su halo maternal…su ejemplo de mamá…pero no era su madre. Su madre había sido asesinada, y Camille lo había presenciado todo. Simplemente lo olvidó. ¡No pudo haberlo olvidado! ¡Debía ser una broma de muy mal gusto!

         Pero pronto sintió que las sienes le iban a estallar. Ante los gritos de su tía, se fueron haciendo más lejanos, igual que sus fuerzas para mantenerse de pie. En un instante todo se volvió negro.

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6 Response to Capítulo 34 «El arte del engaño.[I/II]»

21 de marzo de 2011, 9:00 p. m.

Ooooohhhhh!!!! Que fuerte!!
Oh Cammy! Me da como lástima, ese sueño por poco me hace llorar, pobresita como la mamá le dice que la hija no es una asecina u___u
Y después con Sarah... tengo tanto que decir, pero no quiero arruinarlo para las demás xD
Jajaja y que cagada de risa con Broke toda dramatica, y Cam como -.-
Jajaja es imposible obviar el parecido...
Y cuando dice:

"— Bien, me voy. Demasiada cursilería para mí gusto. — Brokelle levantó el dedo de medio mientas continuaba besando a Bill. Luego se separó de él, antes de que Camille se fuese por completo."

Que cagada de risa. Amo a broke (una vez más)
Excelente el capi como siempre. ;D

22 de marzo de 2011, 12:30 a. m.

OMG, conque ella no la halla matado ;______;

22 de marzo de 2011, 9:39 p. m.

Oh por Dios!!!!
que pasó?????
como que lo olvidó???

Talvez no sea el mejor lugar ni nada por el estilo pero...de donde eres?

yessy
22 de marzo de 2011, 11:55 p. m.

WOW!!! que mega capitulo estubo intenso ya quiero el otro please bye cuidate

26 de marzo de 2011, 9:06 p. m.

Nooooooooooo puede ser todavía no lo asimilo como no recuerda, no quiero imaginarme lo peor, primero estaba confundida pero de ahí me di cuenta que era un sueño xD y ahí su madre y Caleb ¿? Jamás me imagine que se comportaría así, pero bueno padre es padre, igual para mi sigue siendo un bastardo T_T , casi me pongo a llorar la canción me mata, Cam lo vio y no lo recuerda es imposible porqueeeeeeee le tiene que pasar esto , no se que decir estos capis me dejan muda º_º , el lunes habrá otro muero por saber que pasa aunque tal vez no tenga tiempo x/ puedes pasarme el nombre de esta canción y del capi 33 por fa¡!!!!!!!!
Al fin estoy al tanto y puedo leer *mi vida es una tortura *puf ni que decir… me voy cuando entrare otra vez T_T estos capis y todos te han quedado únicos ♥ * es porque eres única *♥
Te quiero muchisimoooooooo cuidate

16 de abril de 2011, 1:48 p. m.

El otro Capi tan explosivo y éste tan triste u.u
No puedo comentar mucho al respecto porque me puse mal con los recuerdos de Cam cuando era niña.
Recordé algunas cosas y... nada.
Me paso al siguiente capi.
Este me encantó, Sou ♥