Capítulo 35 «El arte del engaño.[II/II]»

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          Aquella tarde de invierno, la pequeña Camille se encontraba sentada sobre su cama con edredones en color rosa pálido y dibujos de mariposas. Hacía seis meses había cumplido sus cuatro años de edad, pero ya hablaba tan fluidamente como si tuviese diez. Sus pies no alcanzaban el suelo, de modo que se dispuso a mecerlos, jugando con sus pulgares, a la espera de algo totalmente desconocido a su edad. Miraba hacia el suelo, sentía algo extraño, no sabía exactamente qué, aún era muy joven para entenderlo o saberlo, sin embargo sentía la antecedencia de algo malo.




         Alzó la mirada cuando escuchó a su madre entrar con pasos abruptos a su habitación. Tenía los ojos cristalizados y rojos, se mostraba apurada, se acercó rápidamente al mueble de madera en color blanco con gabinetes, sacó un par de prendas de ropa, y las lanzó a la cama de Camille, junto a ella.


         — Mami ¿adónde iremos? — preguntó, mientras su madre se adentraba bajo la cama y sacaba una valija.


         — Iremos a dar un paseo, cariño. — le dijo tratando de sonar tranquila, pero era obvio el nerviosismo dentro de ella. — ¿Te gustaría ir de vacaciones, Cammy?


         — Quiero ir al parque. — respondió con ingenuidad. — ¿Iremos al parque, mami?


         — Iremos a donde quieras, cariño. Pero debemos apurarnos. — Camille dio un saltó y bajó de cama.


         — ¿Irá papi con nosotros? — preguntó mientras buscaba algún juguete que la acompañase en su travesía.


         — No, Cam. Papá no irá con nosotros. — Sophia se levantó y comenzó a meter la ropa de Camille dentro de la maleta. — No debes decirle a dónde iremos, cariño. Será nuestro secreto, ¿vale? ¿Puedes guardar un secreto?


         — Pero yo quiero que papi vaya. — objetó, volteándose para encarar a su madre. Sophia se agachó hasta su altura y la tomó de los hombros delicadamente.


         — No puede ir, Cam. Es nuestro paseo, y papi no irá. Pero papi querrá saber dónde vas a estar, pero no puedes decirle, ¿entiendes?


         — No quiero ir si papi no va. — replicó, a punto del llanto. A aquella edad se deliraba y se armaban historias sin coherencia, Camille pensaba que nunca más volvería a ver a su padre, y aquello le aterraba. Sin embargo, tal vez sus creencias no estaban tan alejadas de la realidad.


         — Vamos, Cam, volverás a ver a papi dentro de unos días. Tienes que ser fuerte, cariño. ¿Serás fuerte por mami?


         Camille no pudo evitar curvar su boca hacia abajo.


         — ¿Prometes que volveremos a ver a papi? — preguntó, con ojos cristalizados. Sophia la abrazó con fuerza y contuvo su llanto.


         — Lo prometo, cariño. Volverás a ver a Caleb. — Se separó de ella y le besó la frente. — Ahora ve y toma un par de juguetes, el viaje será largo. — Camille obedeció, secó las tímidas lágrimas que habían salido de sus ojos, y volvió a su mueble de juguetes para escoger sus preferidos. Sophia continuó armando su maleta, con las manos temblándole y el alma pendiendo de un hilo.







Dos semanas atrás.




         — ¡Caleb, haz algo! ¡Haz algo ahora! — Gritó con la garganta hecha un nudo. Había derramado tantas lágrimas que ahora era casi imposible llorar. Pero aquel dolor seguía allí, inquilino de su pecho, atormentándola por las noches, sintiendo que el aire le faltaba y asimismo las ganas de vivir.


         — Tranquilízate, por favor, mi amor, estoy en eso. La recuperaremos pronto. — Caleb se acercó para abrazar a su esposa, sentía que las lágrimas, amenazantes y traicioneras, pronto saldrían clandestinas y ajenas a su permiso. Él debía ser el fuerte, la roca de la familia, no podía permitir que Sophia lo viese llorar, no cuando ella era un manojo de nervios en aquellos momentos. En su pecho la escuchaba sollozar, llorar a lágrima viva, gritar de ira y de impotencia, pero sobre todo de dolor. El dolor de la ausencia de su única hija, la pequeña Camille.


         Caleb sabía como actuaba aquel hombre. No mataría a su hija tan fácilmente, lo haría, pero esperaría a que la angustia de Caleb fuera en aumento. Tener a su hija en su poder había sido el plan más magnifico y maquiavélico que su mente retorcida había construido. Aquel dolor no podía compararse con ninguno físico, iba más que eso.


         Había logrado su cometido vilmente. La familia Novek pasó el día entero del secuestro en la penumbra, Sophia llorando a lágrima viva todo el día, y en sus manos la manta que Camille usaba para dormir, aspirando su aroma de niña y llorando, llorando, y llorando.


         Caleb maldecía a todo pulmón, encerrado en su estudio. Maldiciendo en aquel momento el curso de su vida, la persona que se había tomado la osadía de secuestrar a lo único que le daba importancia a su vida, delegando a todos y cada uno de sus empleados que buscaran a su hija hasta debajo de las rocas. Y cada vez que el secuestrador llamaba para poner al teléfono los llantos de su hija, Caleb lo amenazaba a más no poder, prometiéndole una muerte lenta, dolorosa y agonizante. Sentenciándolo a partir de este mundo de la manera más vil y retorcida, como la asquerosa rata que era. Caleb se encargaría de eso, y de traer a su hija viva.


         Su mirada se clavó en el teléfono apenas este dio el primer timbrazo.


         — ¿¡Diga!? — Preguntó ansioso por escuchar la voz de hasta ese momento, su empleado más leal.


         — Señor. — dijo Wolfgang. — La tenemos. ¡La tenemos! — Caleb sintió que todo en él se embriaga de una felicidad casi inexplicable. — Está bien, sólo un poco nerviosa. El desgraciado ese no se atrevió a hacerle daño.


         — Oh, Dios, Wolfgang, no sabes lo feliz que estoy. Dime que atraparon al hijo de puta de Stephan.


         — Lo tenemos, señor. De él se encargó el señor Paul.


         — Bien, bien, ¡Joder, voy a matarle! Pero primero pásame a Camille, quiero hablar con ella. — pidió, saliendo de su estudio. Se dirigió hacia la sala de estar, donde se encontraba Sophia. Le sonrió con lágrimas en los ojos, al tiempo que escuchaba la voz de su hija por el auricular.


         — ¿Papi? — la escuchó decir con voz temblorosa.


         — ¡Camille!, mi amor, dime como estás. — pidió, abrazando a su esposa, que continuaba llorando, pero ahora de felicidad.


         — ¡Papi, estoy en una camioneta! Wolfgang me dio un poco de helado, a mami no le importará ¿no? — Caleb sonrió, con un nudo en la garganta.


         — No le importará, cariño. Puedes comer todo lo que quieras. ¿Estás bien? ¿No te hicieron daño?


         — No, papi. Estoy bien. Te extrañé.


         — Yo también, mi pequeña, te extrañé muchísimo. Tu mami también te extrañó, ¿quieres hablar con ella?


         — Primero dile que no me regañe por comer helado. — repuso Camille. Caleb sonrió de nuevo, y le pasó el teléfono a su esposa.


         — ¡Cammy, princesa! ¿¡Cómo estás!? ¡Mami te extrañó!


         — También te extrañé, ma. Comí un poco de helado, ¿no te molesta? ¡Wolfgang me dio!


         — No me molesta, cariño, en lo absoluto. Pero dime que estás bien, por favor.


         — Estoy bien, mami. Me duele el brazo, pero fue porque Broke me ha botado cuando estuvimos en el parque.


         — Oh, mi vida, te extrañé tanto. — Sophia no pudo evitar llorar de nuevo. De tanto llanto, se le hizo imposible hablar de nuevo.


         — Mami, ¿estás bien? ¿Por qué lloras? ¡Yo estoy bien!


         — Yo…— Sophia volvió a sollozar. — Sólo te amo, mi bebé. Te amo muchísimo. Nunca lo olvides.


         — También te amo, Ma.


         Sophia dejó caer el teléfono, mientras se lanzaba a los brazos de su esposo y ambos lloraban acompañados. Caleb un poco más discreto, pero a final de cuentas, lloraba de felicidad. Un par de segundos después, Caleb escuchó la bocina de una de sus camionetas, ordenó abrir los portones, y salió impaciente para ver como su hija bajaba los escalones de la van y corría a sus brazos para abrazarlos.


         Sophia la llenó de besos por todo el rostro, Camille se abrazaba del cuello de su madre, y después con su pequeña mano se quitaba las lágrimas del rostro que Sophia le dejaba cada vez que la besaba. El siguiente fue el turno de Caleb, quién la abrazó por un minuto tan prolongado y reconfortante que sintió ganas de nunca más soltarla. Era su hija, su pequeña, la razón de su vida, la persona que más amaba en el mundo. Su pedazo de cielo en aquel infierno terrenal que vivía día con día…







Una semana después.




         — Caleb, amigo, ¿cómo está la pequeña Camille? — preguntó Paul, mientras sacudía la mano de su compañero.


         — Está bien. Casi no recuerda nada del secuestro… supongo que debo agradecerlo.


         — Sabes que sería traumático si lo recordase. — le dijo el rubio. — Pero me alegra que esté bien. Brokelle la extrañó.


         — Lo sé, me ha dicho que quiere quedarse a dormir en casa tuya…pero sigo un poco escéptico, ¿sabes? Es como si...


         — Tienes miedo a que suceda de nuevo. — terminó la frase por él. — Lo entiendo, claro.


         — Sólo no quiero descuidarla… Sophia ha estado más nerviosa y sobreprotectora desde que llegó. A veces despierta en la noche, está teniendo pesadillas muy serias.


         — Imagino que debe ser terrible. — comentó Paul. — No puedo imaginar que suceda lo mismo con Broke. Me volvería loco.


         Caleb se echó una risa amarga y le dio un trago a su whisky.


         — Loco y un tanto más, amigo. No sabes lo horrible que es.


         — Pero puedes quedarte tranquilo, sabes que mi casa es segura. Además la pobre Camille no sale desde hace una semana.


         — Ayer Anette y Charlie fueron a verla. — mencionó. — ¿Sabes que Anette planea llevarse a Charlotte a Francia?


         — ¡Vaya, no lo sabía! ¿Qué ha dicho Patrick?


         — Aún no lo sé, pero dudo que le agrade la idea. — se quedó pensativo mirando a la ventana. — Yo no dejaría por nada del mundo que se llevasen a Camille lejos de mí.


         — Ni que lo digas, al menos yo no tengo ese problema con Brokelle. — repuso Paul.


         — ¡Ah, Sabine era un puta que nunca se interesó por Broke! — comentó Caleb. — Pero Anette es diferente, se preocupa por Charlotte y… lo peor de todo es que le está metiendo ideas a Sophia.


         — ¿Qué le ha dicho?


         — Pues… la escuché hablar por teléfono con Sophia. Le ha dicho que debe cuidar mejor a Camille, porque está en peligro constante. ¿Te imaginas? La pobre Sophia por poco se deprime pensando en que la secuestrarían de nuevo.


         — No puedo creerlo, ¿y qué ha dicho Sophia?


         — Pues estuvo de acuerdo, y discutió conmigo. — admitió.


         — Deberías hablar con Patrick para que controle a la demente de Anette. Terminará llenándole la cabeza de basura a Sophia.


         — Ya lo ha hecho. — replicó bufando. Se acercó a su escritorio y se sirvió más whisky. — Ayer Sophia me “consultó” la posibilidad de llevarse a Camille fuera del país. Dice que quiere viajar con Anette, así Camille no se sentiría tan extraña. Le dije que lo que proponía era ridículo, desde luego, correría más peligro lejos de mí. Se ha puesto completamente histérica diciendo que era mi culpa que Camille llevase esa vida, terminó amenazándome con llevarse a Camille a escondidas, y por último durmió en otra habitación.


         — Joder, está peor de lo que pensé. — Paul frunció el ceño. — ¿Crees que se la lleve realmente?


         — No lo sé, Paul. — dijo con cierto tono enigmático. — No lo sé… pero si se atreve, no sé de qué sería capaz. — Paul le palmeó la espalda.


         — Tranquilízate hermano, habla con Patrick, y prohíbe la entrada de la loca de Anette a tu casa.


         Caleb se echó una carcajada.


         — Me parece que debo hacerlo.


         Terminaron hablando de un par de negocios más, Caleb habló varias veces a casa para hablar con su hija. En realidad amaba a su esposa con todas sus fuerzas, pero desde que Camille había nacido, su relación fue decayendo de una manera impresionante.


         Camille había cambiado su vida, y por mucho que amase a su esposa, debía admitir que su relación había terminado casi de manera irreversible. Pero por nada del mundo permitiría que alguien alejara a su hija de él, sin importar quién fuese.






         Pasó una semana desde aquella discusión. Sophia estaba más distante que nunca. Pero Caleb decidió no hacer nada más, descubrió que por más que intentase revivir su relación, Sophia simplemente ya no quería.


         Pensó en la posibilidad de una tercera persona, pero lo veía completamente ajeno. Sophia no se atrevería. O bueno, al menos quería refugiarse en esa negativa. Aquel día partió a trabajar con un dolor en el pecho muy constante, inadvertido de lo que pasaría aquella tarde.












•••







         — Cariño, ¿Estás lista? — preguntó el hombre al otro lado de la línea.


         — Estoy alistando las cosas de Camille. — Respondió Sophia. — Tengo miedo...


         — No estés nerviosa, Soph. Todo saldrá bien.


         — Es que…— no pudo evitarlo. De nuevo estalló en lágrimas. — Tengo miedo de lo que pueda hacerme... si se da cuenta… si llega temprano. Oh, dios, ¡va a matarme!


         — ¡No digas eso ni en broma, Sophia! — le reprendió. — No permitiré nunca que te haga daño. Deja las cosas de Cam, es una niña por Dios. Yo le compraré lo que sea.


         — No, no. No puedo permitirlo. Estaré lista en un par de minutos, sólo espera en la línea, ¿sí?


         — Bien, apresúrate.






         Caleb introdujo la llave de casa en la cerradura. Su casa era grande, una mansión a las afueras de Hamburgo. Probablemente Sophia se encontraba arriba, o había salido con Camille a dar un paseo. No se escuchaba nada en la planta baja, de modo que subió los escalones al encuentro con su esposa, si es que estaba. Pero en lugar de ello encontró algo que nunca hubiese imaginado.


         — ¿Soph? ¿Estás aquí?


         No recibió respuesta. Sin embargo unos murmullos llamaron su atención en la habitación de Camille, la cual tenía la puerta semi abierta. Se acercó, tratando de descifrar lo que decía la voz de su esposa, sonaba nerviosa, la conocía muy bien. Esperó afuera, haciendo el menor ruido posible, Caleb tenía la presencia de un felino cuando así lo quería, casi imperceptible, se mantuvo atento a aquella conversación.


         — Yo también te amo, lo sabes. Sólo estoy nerviosa, Caleb podría llegar en cualquier momento. — Caleb sintió que le clavaban una estaca no sólo al corazón, sino también una puñalada a la espalda. — Camille está feliz, ya sabes cómo es ella contigo. Eres como su tío. — Ahora se sentía aún peor. La rabia lo inundó a una velocidad incalculable— Pontoise me gusta, pero podríamos mudarnos a París, para que Camille esté junto a Charlotte. Me encantaría, sabes que iría contigo hasta al rincón más escondido del mundo. Tal vez allí Caleb no nos encuentre.


         Algo en él se había quebrado, y no estaba seguro de qué. Lo único que sabía era que en ese momento la odiaba y la aborrecía, ¿cómo se atrevía a tanto? Una cosa era ser el infiel, y aquello lo hubiese entendido, ¿pero llevarse a su hija a escondidas, siendo ella consciente del amor casi exagerado que le tenía? No se lo perdonaría nunca.


         Abrió la puerta de golpe. Sophia dejó caer el teléfono y se paralizó.


         — ¿¡Qué demonios crees que estás haciendo!? — Vociferó la pregunta, mirándole con odio desbordándole de sus ojos verdes. Sophia tenía mucha voluntad, y en aquel momento, valentía. Respiró hondo, no dispuesta a quedarse callada.


         — ¡Lo que debí hacer hace mucho tiempo! — Increpó, mientras lanzaba la última prenda de Camille a la valija.


         — Deja eso ahora mismo. — le masculló pausadamente, pero amenazante.


         — No me dirás qué hacer, Caleb. Lo hemos hecho a tu manera toda la vida y no ha servido. ¡Deja de ser egoísta por una vez en tu vida!


         — ¡Deja la maldita valija o vas a arrepentirte toda tu vida! — le rugió, con un nudo en la garganta. Camille miraba sentada en su cama, sin decir una sola palabra. Sentía miedo. Cada vez que su padre gritaba sentía mucho miedo.


         — ¡No me grites en frente de Camille! — replicó en un grito. — No vas a quitarle la posibilidad a tu hija de vivir una vida normal. ¡No te dejaré que le arruines la vida a ella también!


         — ¡No te hagas la víctima, y deja la puta maleta en este instante! — Caleb se acercó a Sophia, quién ya había cerrado la valija y la había tomado del asa. Caleb se la arrebató y la estrelló contra la pared.


         — ¡Piénsalo bien, Caleb! ¿Qué estás haciendo de tu hija? ¿La convertirás en un monstruo como tú? ¿¡Qué dirá cuando le pregunten en la escuela en qué trabaja su padre, eh!? ¿¡Responderá que es un mafioso!? ¡Respóndeme Caleb! ¡Admite que es lo mejor para ella!


         — ¡No es lo mejor para nadie, maldita sea! ¡No te la llevarás, Sophia! ¡Escúchame bien, NO TE LA LLEVARÁS! — La había acorralado en la pared, y con tal de no golpearla, dio un puñetazo a la pared, ahuecándola, justo al lado de la cabeza de Sophia. A ella la recorrió un miedo inexorable.


         — ¡Papi, no la golpees! — Camille se aferró a la pierna de su padre, llorando. Al escuchar su voz, Caleb sintió que su corazón se desprendía en mil pedazos. Su hija era la única cosa en el mundo, que había logrado conmoverlo de aquella manera. Se volteó casi de inmediato, Camille se soltó de su pierna y lo miró tratando de ser severa. Sophia aprovechó su momento de debilidad y corrió a tomar la valija de Camille, que aunque golpeada, había permanecido cerrada.


         — Camille, nos vamos ahora, despídete de tu padre.


         Caleb se levantó con una rapidez casi inhumana, le miró con ojos llameantes de ira. Sacó una pistola que tenía en su pantalón, pero antes de apuntar, dijo una última cosa.


         — Métete bajo la cama, Cam. — masculló tratando de sonar cariñoso. Camille temblaba, y Sophia sentía que el miedo le calaba hasta el alma.


         — Pero papi…


         — ¡Hazlo ahora, Camille! — rugió. No quería gritarle, nunca lo había hecho, pero sería necesario. Camille estalló en llanto silencioso, pero se metió bajo la cama como su padre le había ordenado. Allí se mantuvo atenta a lo que sucedería a continuación.


         No pudo ver a su padre jalar del gatillo, sin embargo, pudo ver como su madre caía al suelo con un impacto de bala en la frente. En aquel momento no lo comprendió, sólo lloró aún más. Después su padre se asomó, con ojos lloroso, le extendió la mano y ella la tomó. Cuando estuvo afuera, Caleb la cargó y la abrazó, mientras trataba de contener el llanto que se atoraba en su garganta.


         — Lo siento, cariño… perdóname. — Camille continuó llorando, mientras veía por el hombro de su padre el cuerpo inerte de quién, alguna vez, fue su madre.


         — No debes verla. — le dijo, volteándose. Pero ahora era él quién la veía. — No debiste, Sophia. Nunca debiste.










Un mes después.







          — ¿Te gusta la casa, Camille? — Preguntó mientras la dejaba en el suelo, para que ella misma la examinara. Le dio una rápida mirada a todo a su alrededor, era más grande que la casa anterior.


         — Me gusta, papi. ¿Puedo tener una casa yo y vivir con Broke? — preguntó. Caleb y Paul soltaron una carcajada, mientras la pequeña rubia se unía a su mejor amiga y ambas lo miraban con seriedad. Aquello no había sido una broma, en ningún sentido. Las dos se cruzaron de brazos.


         — Oh, vaya, yo…— Caleb paró de reírse súbitamente, al ver la seriedad con la que hablaba su hija. Le dirigió una mirada a Paul. — Bien, si así lo desean, pueden vivir solas. ¿Quieren vivir en mi jardín trasero?


         — Pa, ¿qué dices? — preguntó Brokelle a Paul.


         — ¿Planeas dejarme solo, hija? ¿Qué hará papá sin los emparedados de Broke, eh?


         — Podría visitarte. Te haré muchos emparedados hoy para que tengas estos días.


         Paul y Caleb se miraron sonriendo.


         — Bien, Broke, si así quieres. Pero promete que irás a visitarme.


         — Lo haré, papi. — Brokelle se acercó y le abrazó la pierna.


         — Vamos, Broke, debemos hacer los dibujos de la casa. — Camille le llamó. Luego se dirigió a su padre. — Pa, ¿tienes crayones y hojas?


         — Ve y pídele a James. Luego me las muestras y podremos construirla, ¿si?


         — Bien. — Dijeron al unísono ambas, para después salir corriendo gritando el nombre de “James” a todo pulmón.


         — Vaya, ha pasado todo muy rápido. Ella está mejor, ¿no?


         — Lo está, ya casi no recuerda a Sophia. — respondió Caleb, con sonrisa nostálgica. — Pero… por alguna extraña razón, a veces simplemente se resiente conmigo. Le he preguntado el porqué, y simplemente me responde que no lo sabe. Me duele, Paul, es mi hija, no quiero que me odie.


         — No te preocupes, algún día lo entenderá. — Paul palmeó su espalda. — ¿Qué hay de…?


         —Ni lo menciones. — Le interrumpió. — Lo dejé ir. No tuve corazón para hacerle daño…era como mi hermano.


         Paul simplemente torció el gesto.


         —Estrenemos la casa con un par de tragos, amigo. — Caleb le guió hasta la biblioteca, donde más tarde haría su propia oficina. Se sirvieron un par de tragos de whisky y brindaron.


         — Brindemos por… una nueva ciudad, un nuevo comienzo. — propuso Paul.


         — Así, es, hermano. Por Frankfurt.


         — ¡Por Frankfurt! —dijeron al unísono, y sus copas tintinearon.






         Camille y Brokelle continuaban coloreando la casa que habían dibujado. Ambas estaban acostadas en el suelo, boca abajo, con las hojas en el piso de madera de la habitación de Camille. Brokelle torció un poco la cabeza para acomodarse mejor, y le comentó a Camille con inocencia:


         — Sabes, Cam, ahora las dos no tenemos mamá. Podemos decir que somos gemelas…— Camille sonrió. Toda la vida había querido tener una gemela.


         — Un día diremos que nuestro padre es papi, y otro día que es Paul. ¿Vale?


         — Vale. — convino Brokelle. — ¿Extrañas a tu mami? Yo no.


         Camille se quedó pensativa unos segundos, mientras escogía otro color para el tejado de la casa. Finalmente respondió con simpleza, y sin mucha importancia:


         —…Yo tampoco.



         Sintió que volvía dentro de sí. Que la realidad la halaba del alma y la obligaba a volver. Abrió los ojos lentamente, con pesar. Se sintió mareada, y tenía la vista borrosa. Cuando finalmente se estabilizó, escuchó a los lejos el sonido de una máquina de hospital. A su lado una enfermera inyectaba alguna sustancia en la intravenosa.

         — Cam, ¿te encuentras bien? — preguntó la única voz que quería escuchar en ese momento. Pronto pudo ver su rostro cerca de ella, tomándola de la mano.

         — Estoy bien, Tom. — le respondió con media sonrisa. — ¿Qué sucedió?

         — Fuiste dónde tu tía…estaban hablando sobre tu madre. — Tom se sintió incómodo. — Yo… Sarah me contó todo, Cam. Es mejor que no lo recuerdes…

         — Lo recuerdo. — dijo ella con simpleza. No sintió dolor, ni pena, ni nostalgia. Pero peor que eso era no sentir nada, y ella sentía precisamente eso. Tom tragó con dificultad.

         — Estoy bien. — inquirió al ver el rostro de Tom crispándose de preocupación. — ¿Cuándo podré irme? Sabes que odio los hospitales.

         Tom le sonrió.

         — Tendrás que permanecer aquí unos días, Cam. Te han hecho exámenes, no has comido en días… ¿estás bien?

         Camille tragó con dificultad.

         — No sentía hambre… lo siento, debes creer que soy una estúpida.

         — No lo creo. — se apresuró a decir él. — Sólo…no quiero perderte. De ahora en adelante comerás conmigo todos los días, y si no lo haces, me veré obligado a darte de comer yo mismo.

         Camile trató de reír, pero se sentía muy débil. Le miró directo a los ojos.

         — Te extrañé. — murmuró, tomandole más fuerte la mano. A Tom se le oprimió el pecho, de nuevo.
       
         — También te extrañé, Cam. — Y le besó en la frente, mientras ella cerraba los ojos y disfrutaba de su breve contacto.




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3 Response to Capítulo 35 «El arte del engaño.[II/II]»

29 de marzo de 2011, 11:24 a. m.

OMG, que vida la de Cam, D: amo como la ama su papa 8-) es un amor tan aw, haria lo que fuera para que camille siempre este con el :s

30 de marzo de 2011, 4:22 p. m.

Ohhhhhhhhhhhhhhhh
Me encanto
Asi que Caleb mató a Sophia :O
Pobre Camille, se debio haber sentido tan terrible en ese momento :(

16 de abril de 2011, 2:19 p. m.

Estos dos últimos capítulos en verdad han removido algunas cosas muy personales mías así que no comentaré las típicas cosas locas y sin sentido que suelo poner.
Aún no puedo creer que Caleb haya sido el que matara a su propia esposa. Pobre Cam, debe ser terrible recordar algo como eso, en parte la entiendo tanto. Pero como siempre Tom esta a su lado para reconfortarla, se me ha hecho tan lindo.
Broke y Cam de niñas eran unos soles, las amé.

Me paso al siguiente capi, me encantó este Sou. ♥