Capítulo 45 «Vicario»

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Allí estaba, frente a él. Sus ojos con un brillo siniestro…un brillo que vio en Camille cuando estuvieron frente a frente por primera vez, pero esta sensación era diferente. Era miedo…tenía miedo. Tom tragó con dificultad.


―Marcell ―llamó Caleb en el silencio―. Llama a Klein, dile que ha despertado.

―Sí, señor.

Tom escuchó los pasos del chico alejándose, y de algún modo, aquello incrementó su temor.

―¿Sabes quién soy? ―preguntó con voz ronca. Tom asintió―Entonces sabes qué quiero ―Levantó la cabeza, mirándole a los ojos…Caleb sonreía.

―No lo sé.

―No me agradan los mentirosos ―replicó, y su voz sonaba tan serena, como si nada pudiese perturbarlo, ese tono de voz que sólo lo ponía más nervioso.

Escuchó otros pasos entrando, la luz seguía directamente en sus ojos, encandilándolo, sin poder ver absolutamente nada. Klein había llegado. Se escuchó un aparato instalándose, y con el mínimo sonido, Tom daba un respingo, y su corazón se aceleraba más. Cada segundo incrementó su tortura, sin saber qué estaban haciendo, o que le harían. Una mano tosca le tomó el pie, sonó un chasquido, lo estaban asegurando con algo metálico alrededor del tobillo. Tom tragó con dificultad, y de pronto, la luz se encendió.

Caleb estaba frente a él.

―Vladimir Pavlov ―dijo, y en su mano tenía un interruptor. Cuando lo presionó, Tom bramó descomunalmente, un grito gutural se escuchó, el cuerpo le ardió por completo, todo en él vibró en convulsiones―. Dos de abril de 2015, dos balazos al pecho, el cuerpo tendido en el suelo, y con él, una nota ―Caleb sacó de su bolsillo un pedazo de papel, y soltó el interruptor. Luego de ver a Tom retorciéndose de dolor, continuó:

―Gregor Hall ―presionó el interruptor, y Tom sintió de nuevo el dolor recorriéndole por completo, un dolor diferente a cualquier otro, el cuerpo se le estaba quemando por dentro, las entrañas le ardían con cada respiro―. 17 de abril de 2015, y otra nota, esta vez más osada.

Se la enseñó, dejando de presionar el interruptor. Tom lo miró, era su letra, su nota, lo que él había escrito…

―¿Lo recuerdas ahora? ―preguntó Caleb―. Déjame refrescarte la memoria; Daniel Poehlke, 25 de abril, Chris Vaughan, 8 de mayo, Craig Wessels, 20 de mayo, Stephan Hürten, 27 de mayo, Alex Gernandt, 5 de junio…

Sus ojos lloraron de dolor, y sus gritos se escucharon haciendo eco en el pequeño recinto. Estaba muriendo, lo sabía, por dentro, aún no se explicaba la magnitud del dolor que su cuerpo era capaz de soportar. Los choques eléctricos eran cada vez más prolongados, con más voltaje, cada vez lo quemaban más y más, pero no lo mataban, porque Caleb sabía muy bien que no le convenía tenerlo muerto. La voz de Caleb se alzaba cada vez más, sobre los gritos de Tom, pero él los sentía como si estuviese susurrándole a los oídos, tantos nombres, las fechas exactas, frases de sus notas…no creía poder soportarlo más.

Caleb se detuvo un momento, y Tom no pudo contener lo que venía desde adentro, las arcadas, el sabor ácido en su boca, las lágrimas mezcladas. Caleb permanecía tranquilo, como siempre.

―Franco Berneri, 16 de octubre…

―Por favor, no más…―suplicó, sintiendo que no podía controlar sus ganas de vomitar de nuevo. Caleb dudó en presionar el interruptor.

―Y el más importante de todos ―dijo con jovialidad, se acercó y lo tomó por el cuello, con fuerza, clavando su mirada en Tom―: 1 de noviembre, Camille Novek.

Y comprendió todo, de repente. Aquellos nombres que Caleb había dicho no fueron más que una cortina de humo, una razón más para descargar su ira contra él, porque a Caleb no le importaba qué tantas misiones arruinara Tom, o cuántas veces lo delatara ante la policía, lo único que le importaba era lo que estaba haciendo con su hija.

Vio directo a sus ojos, ya no estaba tranquilo. Ya no tenía el semblante siniestro, ahora era de ira pura, como si fuese saña lo que recorría sus venas en lugar de sangre, como si fuesen venenos sus palabras. Tom escuchó con atención, el dial del voltaje estaba siendo volteado. Profirió otro gemido cuando su cuerpo comenzó a sacudirse a causa de la electricidad, un calor le vino desde adentro, sintió que la cabeza le iba a estallar.

Y todo se tornó negro.




•••




«Contesta» dijo para sus adentros. Se acercó a la ventanilla y corrió la cortina, el día estaba soleado…demasiado. Miró la pantalla de su celular, Tom seguía sin contestar… ¿adónde se había metido? Se fue dejándole solo una nota que pedía disculpas, sobre su cama, pero nunca dijo si se marchaba, adónde se dirigía, qué haría. Miró su reloj, comenzaba a impacientarse.

Entonces sus pies la hacían caminar en círculos alrededor de la cama, escuchando constantemente la contestadora de Tom. Llevaba dos días sin verlo, el día de la fiesta, y hoy, que ya era la tarde. Bill tampoco sabía nada.

No quería actuar como paranoica ―en realidad no lo era―, pero no contestar el teléfono en el momento en que más peligro corrían, era verdaderamente irritante. Todo se había complicado de sobremanera, y se preguntó a sí misma ¿en qué momento las cosas se tornaron tan desastrosas? Ahora no sólo Caleb sabía quién era Tom, y lo qué hacía, si no que sabía quién era su ayudante…y no tardaría en darse cuenta quién era su jefe. “Gordon” susurró una voz dentro de ella, una voz que sonó tan molesta como el chirrido de las bisagras corroídas de una puerta. No quería pensar en él, era abrumador hacer conjeturas con lo poco que sabía acerca de la vida de Sophia, y no era como si estuviese particularmente emocionada de descubrir de quién era hija biológica, aunque tampoco era como si le importase en esos momentos.

Porque, en ese preciso instante, sólo un pensamiento asaltaba su cabeza con la furia de un huracán, y era el paradero de Tom. Siempre había pensado que las corazonadas no servían para nada, pero no podía evitar escuchar las voces que rondaban en su cabeza, y le hacían sentir un ardor en el estómago; algo no andaba bien, y ella lo sabía.

Se negó a creerlo, “es estúpido” pensó obstinada, lanzando el celular que amortiguó su colchón, no quería pasar por novia fastidiosa.

Decidió bajar los escalones, Brokelle estaba en la sala de estar leyendo un libro, su semblante parecía no estar enfocada precisamente en la lectura.

―No lo soporto ―masculló, tumbándose en el sofá al lado de la rubia. Ella cerró el libro de golpe y le miró.

―Yo tampoco ―convino con voz cansina―. Me mata pensar en que algo puede pasarle.

Camille quiso decir algo como “todo estará bien”, pero sabía que sería inútil. Sólo suspiró. Los tres convinieron en que Bill se mantendría alejado de la casa, al menos por un tiempo prudente, sólo en caso de que Caleb estuviese vigilando, lo cual era demasiado probable.

―Aún no puedo recordar porqué llegamos a esto…―comentó con la mirada ida, Camille.

―Sólo sucedió ―pronunció Brokelle sonriendo―. Y no puedo quejarme, créeme.

Camille se echó una risa. Ella tampoco podía quejarse.

―¿Quieres ir a almorzar? ―preguntó de improvisto―. Me volveré loca si permanezco un segundo más aquí encerrada.

Brokelle miró su reloj de pulsera, y asintió.

―Sólo déjame ir a cambiarme.

Camille aguardó en el garaje, dentro de su auto. Brokelle no se prolongó mucho y bajó al cabo de diez minutos, completamente rejuvenecida. Ambas partieron a un restaurante cerca de la ciudad, donde solían almorzar al menos una vez a la semana, antes de que Camille partiera a Londres por dos años.

El lugar tenía una linda terraza, que daba la vista de la ciudad en su máximo esplendor, los edificios brillando a la luz tenue del sol. Un mesero las encaminó a una mesa para dos, justo en la esquina, cerca del barandal con formas ornamentales, al igual que las sillas, en color blanco. El joven les entregó el menú, y después de echar un vistazo, ambas pidieron su orden.

―Cam…―comenzó a decir Brokelle―. ¿Aún no sabes nada de Tom?

―No ―respondió.

―Es tan extraño…―dijo más bien para sí misma―. ¿La nota que te dejó, no decía otra cosa?

―Nada, absolutamente nada. Pero… no quiero hablar de eso, realmente. No pienso preocuparme si aún no ha sucedido nada.

Brokelle estuvo de acuerdo, y tomó un sorbo de su refresco. Al cabo de unos minutos, trajeron sus respectivas comidas. Ambas disfrutaron del almuerzo sin ser interrumpidas, aunque desde luego asaltadas por conclusiones que sólo las ponían más nerviosas. Para nadie era un secreto que la ausencia de Tom era demasiado extraña.

Volvieron a casa cuando todavía faltaban varias horas para la noche, Brokelle se quedó en casa de Bill y discutieron sobre el paradero de Tom, ni siquiera Gordon sabía en dónde se había metido. Camille, resignada, decidió ir a tomar una siesta, lo cierto era que había dormido si acaso dos horas con el problema de Bill.

Apenas su cabeza tocó la almohada, cayó en un profundo sueño.

Las paredes del laberinto tenían una tonalidad grisácea que se le hacía conocida, cuando reparó en ello, una vaga sensación de malestar la hizo estremecerse. Tenía los pies descalzos, sin embargo, ambas manos las llevaba armadas con revólveres. Algo le dijo que corriera lo más rápido que pudiese, y así lo hizo, sus piernas no le fallaron. Pero aunque corría, y corría sin cesar, no llegaba a ningún lado. Las paredes siempre eran las mismas, con las mismas grietas, el piso con las mismas formas, no estaba avanzando, y no importaba qué tanto corriese, seguía estancada en el mismo lugar. De pronto escuchó una voz, un eco interminable entre el silencio de su respiración agitada, esa voz llamaba a su nombre.


―¡George! ―gritó, con lo que le salió de voz. Y corrió más rápido, pero la marcha se tornó más lenta. La voz la llamó de nuevo, y se impacientó. Seguía llamando su nombre.


―¡George, dime dónde estás! ―pidió, pero la voz le salió como un murmullo. No la podía escuchar. Una puerta apareció al final del laberinto, que ahora sólo se tornaba en un pasillo alargado y oscuro. La voz sonaba cada vez más fuerte.


Finalmente pudo avanzar, cuando abrió la puerta, se encontró con un hombre sentado en una silla, amarrado a las patas de la misma, desfalleciendo. Sintió que el corazón se le rompía cuando reconoció el rostro de aquel hombre; era Georg.


―¡Georg! ―vociferó, la voz quebrándosele. Cuando el rostro se volteó, sus rasgos se transformaron en otro rostro, uno que le causó la misma sensación de culpa, pero a magnitudes diferentes. Era Tom.


Cuando quiso llamar su nombre, un disparo difuminó su todo.

Camille despertó. Se dio cuenta que estaba sudando, y miró el reloj; no habían pasado más de dos horas. Una serie de flashbacks comenzaron a asaltarle la cabeza, enmarañándose cual telaraña.

«―No mataremos a nadie ―respondió con una sonrisa, aún mirando hacia la planta baja ―. Bueno, al menos no hoy.


―Vamos, no seas aguafiestas. Pensé que podrías divertirte ―comentó, mientras alzaba la mano y saludaba a un hombre a lo lejos.


―No hubieses venido ―replicó, luego de darle un trago a su copa


―Oh, vamos Camille. No te hará daño pasar un tiempo con tu padre ¿no?»

Sus ojos se abrieron de sobremanera. Se levantó tan rápido como pudo, tomó las llaves de su auto y bajó los escalones a paso rápido. Brokelle la intersecó en la cocina, camino al garaje, y preguntó:

―¡Oye! ¿Adónde vas tan apurada? ¡Tienes cara de no haber dormido en una semana!

Camille le lanzó una mirada fulminante.

―Caleb tiene a Tom ―aseguró, sin miedo a equivocarse―. Llama a Bill, hoy mismo lo traemos de vuelta.

Brokelle se quedó estática, procesando lo que había escuchado. Mientras, el sonido de un motor rugiendo se perdía entre las calles, la velocidad que alcanzó en menos de una cuadra fue casi irreal.

Tomando el volante con fuerza, comenzó a atar cabos, y a darse cuenta, de que había tardado mucho en realizar lo que estaba sucediendo. Tom había sido raptado mientras ella y Brokelle asistían a la fiesta anual, y Caleb la necesitaba allí, en ese preciso instante, en ese mismo momento, para atacar. Todo tan meticulosamente calculado, sus uñas se clavaron con fiereza al volante mientras tensaba la mandíbula a más no poder, nunca en su vida se había sentido tan traicionada. Otro pensamiento se le vino a la cabeza, ¿y si ya no estaba vivo?...

Nunca se lo perdonaría, aún ni siquiera le perdonaba lo de Georg, ahora sólo le daría una razón más para que su resentimiento se transformase en odio puro. El auto derrapó tomando una curva; se estaba dirigiendo al departamento de Evan.

Cuando llegó al edificio, estacionó el auto y subió los escalones; no podía esperar por el elevador. Tocó estrepitosamente la puerta del departamento, Evan, que estaba dormido, abrió con cara de pocos amigos y ojos somnolientos. Camille sólo alzó su mano y puso la punta de mira del revólver justo en la frente de Evan.

―Dime dónde está ―masculló, mientras sus ojos brillaban de una seguridad inexorable.

―¿De qué hablas? ―preguntó tallándose los ojos―. Baja el arma, maldita sea.

―¡¡Habla!! ―refutó, activando el martillo. Evan vio como la bala se alineaba, y era solo cuestión de segundos para que ella jalara del gatillo―. ¡Dime dónde está Tom, sino quieres que te vuele la cabeza ahora mismo!

―¿Hablas de ese imbécil? ¿Qué no está muerto, ya?

―No es momento para jugar conmigo, créeme. Ahora dime dónde está, porque sé que lo sabes, si no quieres que Caleb se dé cuenta de la pequeña rata que eres.

―¿Me estás amenazando? ―cuestionó con una carcajada.

―Sé lo que tienes con el hijo de puta de Robert, Evan. Te he estado vigilando muy de cerca, ni siquiera tienes una idea. Ahora habla, ¡habla si no quieres que le diga todo lo que sé a Caleb!

―No lo harías ―replicó, con cierto tinte dudoso. Comenzaba a temblar.

―Sólo mírame…

Camille bajó el arma y comenzó a caminar hacia el elevador. Evan le llamó con desesperación.

―¡Espera, espera! ―Ella se volteó―. Si te digo, ¿no le dirás a Caleb?

Camille no dijo nada, ni siquiera asintió. Pero Evan sabía el valor que tenía Tom para ella, de modo que tenía cierta seguridad.

―No podrás llegar.

Ella alzó el arma, y le apuntó. Evan tragó con dificultad.

―Está en La Bóveda.

Las puertas del elevador se abrieron, y ella se adentró. No importaba que Tom estuviese a mil metros bajo tierra, iba a encontrarlo, sin importar a lo que tuviese que enfrentarse. Cuando el elevador bajó y se llevó consigo la presencia de Camille, Evan se vio hundido en una rabieta de odio hacia sí mismo. Pateó y golpeó las paredes, todo se estaba desmoronando, poco a poco, y lo único que hacía era proferir a todo pulmón las mismas palabras:

―¡Maldita sea!




•••




Bill y Brokelle recibieron a Camille en la cocina, ella se apuró a sacar unas cuantas armas que traía en la cajuela del auto, las cuales había sacado del depósito de La Organización. Se acercó a un gabinete de la alacena y cambió su revólver por una pistola, la cual guardó en la parte trasera de su pantalón. Tomó una navaja y la escondió entre su bota, Brokelle hizo lo mismo, y por su parte Bill, comenzó a examinar los rifles que la pelirroja había traído. Los cargó con sus respectivas balas y volvió a meterlos a la cajuela del auto.

―Camille ―dijo Brokelle, sacándola de su ensimismamiento―. Sabemos dónde está Tom.

―No pensarán acobardarse, ¿no?

―No, no es eso…

―¿Entonces?

―Sabes que no puedes entrar allí ―dijo Brokelle.

Camille sólo frunció el ceño.

―Claro que puedo ―refutó, lanzándoles una mirada amenazante a ambos―. Y lo haré, ¿entiendes?

―No podrás hacerlo ―insistió la rubia, y se posicionó frente a ella, para evitar que se moviese.

―Apártate.

―Camille, sólo quiero que escuches…

―¡Quítate de mi camino, maldita sea!

―¡Sabes perfectamente que no podrás hacerlo!

Camille se quedó callada, incapaz de replicar algo. No podría hacerlo, no cuando eran las mismas paredes que amortiguaron el sonido de la bala que mató a Georg, no cuando cada mosaico del piso le recordaba la atrocidad que había cometido. Camille no pudo volver a pisar la bóveda desde aquel incidente.

―¿¡Y qué se supone qué haga!? ¿¡Quedarme aquí esperando noticias!?

Brokelle miró a Bill con complicidad.

―Encontramos a alguien que conoce a la perfección La Bóveda, Camille.

La pelirroja frunció el ceño, con desconfianza, y preguntó:

―¿Quién?

―Yo ―respondió una voz, que reconoció al instante en que resonó en sus oídos.




Soulmates-Placebo

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3 Response to Capítulo 45 «Vicario»

BrendaV.E
30 de septiembre de 2011, 12:26 p. m.

Se me hace que el que dijo yo es Gordon? aaafuck hasta el proximo miercoles :z

3 de octubre de 2011, 4:01 p. m.

:O No puede ser! Caleb se gana mi odio a pulso.
Y claro que el que llega al final es Gordon!!! estoy casi segura...
solo espero que logren llegar a tiempo y que no dañen más a Tom >.<
Espero capi el miercoles

4 de octubre de 2011, 5:08 p. m.

Ouw casi se me rompe el corazón con el hijo de puta de Caleb torturando a Tom :(
Uy uy SAS!! xD Que potente Cam, se le ha cagado a Evan...
Ya muero por el otro!!!