Capítulo 46 «Después del Declive»

Categories:




Photobucket



Una sensación abrumadora le recorrió el cuerpo en su totalidad, al escuchar su voz, su piel se erizó de manera instantánea. Sintió la abrazadora melancolía aferrándose a ella, una necesidad de escapar, de perderse en el tiempo, de no tener que afrontar un pasado que estaba dictando su presente. Un presente forjado por una madre puta, egoísta e ingenua a niveles insospechables.
Se volteó despacio, como si quisiese prolongarlo lo más que pudiese. Y cuando encontró su rostro, era exactamente igual a como lo recordaba. El tiempo había cumplido su objetivo, eso era cierto, pero sus facciones no habían cambiado en lo más mínimo. Ahora a su barba tupida se le agregaba las arrugas en las mejillas, a sus ojos rasgados la drapeada piel en las comisuras, y a sus cabellos negros azabache la envoltura plateada de un par de canas.
Mantenía sus ojos con un brillo especial, y su boca se anticipaba a su reacción, una boca cerrada y labios relajados, pero escondían una sonrisa nostálgica. Se quedó mirándole, sin expresión alguna. Lo recordó y él vio el movimiento de la garganta de Camille al tragar, y su semblante seguía imperturbable…tan impasible como el de…
Caleb.
—Gordon —apenas pudo pronunciar.
—Yo…conozco La Bóveda.
Camille se tornó hacia Bill y Brokelle, con mirada fulminante. Ambos se mantuvieron firmes en su decisión, aún con su mirada de reproche.
—Sé cómo llegar, aún lo recuerdo, a menos claro, que Caleb lo haya cambiado. ¿Lo ha hecho? —Nadie respondió—. Imagino que no, entonces —dijo para sí mismo.
—¿Qué tanto conoce La Bóveda? —preguntó ella, sin voltearse.
—Lo suficiente como para sacar a mi hijastro de allí. Fui yo quién hizo los planos —Camille no lo dudó. Parecía ser que en la Organización todos habían sido grandes profesionales, excepcionalmente buenos en sus campos, que se dejaron cegar por el crimen organizado y el dinero fácil. Sabía que Caleb había estudiado Ingeniería aeronáutica, Paul ingeniería Civil y Patrick no lo recordaba, pero ahora se le sumaba a la lista Gordon, que había estudiado Arquitectura.
—Está consciente de que mi padre puede matarlo ¿no?
Lo que en realidad lo estaba matando era que ella estuviese diciendo “mi padre” para referirse a Caleb.
—Sí —respondió.
—Bien, entonces no hay nada más que decir.
Le dolió su frialdad. Él había pasado los últimos veinte años de su vida buscándola y Camille ni siquiera se dignaba a mirarlo. No dijo nada, y estiró los planos sobre la mesa de mármol al centro de la cocina.
La Bóveda era subterránea, una construcción fuerte, dónde se entrenaban los empleados de La Organización, un lugar dónde el miedo no se palpaba, un lugar donde las paredes sepultaban los gritos de algún desafortunado que cometió el error de jugar con Caleb, Paul o Patrick.
Gordon continuaba explicando sobre su estructura, hablaba demasiado, comenzaba a ponerse nerviosa. Finalmente explicó que, La Bóveda se encontraba bajo un gran galerón alejado de todo, casi saliendo del estado. El recinto parecía más un gran estacionamiento, y al final, había un elevador que no tenía muy buen aspecto. Al bajar, se encontraba con una estructura fuerte y resistente, lleno de pasillos, con gimnasio, campo de tiro, farmacia —que no vendía precisamente medicamentos—, y las oficinas de Caleb, Patrick, y Paul. Tenía habitaciones con diferentes dispositivos de tortura, los cuales, todos habían sido usados, la mayoría con…Georg.
Camille recordó cómo llegar a la habitación en la que tenían a Georg, la cual era la preferida de Caleb, eran afortunados de saber que —como Gordon lo había construido— El elevador, cuyo techo no era muy resistente, podía quitarse y ascender sobre él. En las paredes del ducto, habría unos tubos que facilitaban la llegada de oxígeno bajo tierra, lo suficientemente grandes para que los cuerpos pudiesen deslizarse por allí, hasta llegar a un pasillo que daba directamente a la habitación que Camille pensaba, estaría Tom. Si no era allí, las cosas podrían dificultarse un poco, pero estaba dispuesta a correr ese riesgo.
Cambiaron de auto, al de Gordon. Una Range Rover en color negro, blindada, perfecta para la misión. Gordon aseguró no iban a necesitar las armas que habían puesto en el auto de Camille, y al ser el que mayor experiencia tenía, nadie lo cuestionó. Cada uno llevó su arma correspondiente, y partieron. En el camino convinieron —Camille a regañadientes— que ella quedaría afuera, en el auto, ya que era la que mejor conducía.
Después de varias horas de viaje —aproximadamente tres— llegaron al lugar. Camille sintió escalofríos de sólo verlo.
—¿Estamos listos? —preguntó Gordon. Brokelle y Bill asintieron.
A Camille le dio cierta ansiedad verlos salir, introducirse en el mayor de los peligros, por Tom. Los tres caminaban tan despacio —a su parecer—la ansiedad la estaba carcomiendo por dentro. Respiró profundo, trataba de borrar los recuerdos que le traía estar allí. Sus piernas se movieron frenéticamente, mientras jugaba con sus dedos.
—No puedo más —masculló de pronto, y salió del auto.
Gordon escuchó sus pasos furiosos acercándose cada vez más. Los tres se voltearon, el sol les pegó en la cara, de modo que formaron con sus manos una visera para taparse.
—¿¡Qué haces aquí!?  ¡Debes ir al auto!
Por la expresión de Camille, Brokelle supuso que no.
—No voy a quedarme —refutó—. Imposible, iré con ustedes.
Nadie pudo decir más u objetar, no la detendrían.
—¿Quién se quedará en el auto? —preguntó Bill. Brokelle le arrebató las llaves a Camille.
—Yo —respondió, y caminó hasta el auto. Los tres siguieron caminando, el sol quemándolos, el viento revoloteando sus cabellos.  Brokelle los perdió de vista.
Al entrar al recinto, agradecieron, el auto de Caleb no se encontraba. Era algo que sospechaban, pero que no estaban del todo seguros. Sí había unos cuantos autos, probablemente de empleados de Caleb que estaban entrenando, pero no eran de mayor importancia.
A simple vista, el elevador parecía una simple puerta. Ni siquiera tenía a la vista algún botón para hacerlo subir.
—Déjenme ver si recuerdo…
Gordon tanteó un poco las paredes, hasta que dio con el botón. Estaba adherido a la pared, camuflándose con la pintura corroída. Las puertas se abrieron a lo que parecía un mundo diferente al viejo y maloliente galerón. El elevador tenía un aspecto pulcro y algo futurista. Los tres entraron.
Gordon presionó un botón para detenerlo, luego estiró los brazos hacia arriba, con los pies en las puntas de sus dedos, y con un par de golpes logró deshacerse del techo. Se veía oscuro, hacia arriba, como un hueco. La primera en subir fue Camille, con ayuda de Gordon y Bill. Más tarde subieron ellos, Camille alumbró con su celular, mientras buscaban el ducto por el cual entrarían. Estaba del lado de Bill, tenía una rejilla.
Camille sacó una navaja que tenía en la bota, con la cual desatornilló la rejilla y la puso de lado. Gordon se encargó de acomodar el techo, antes de deslizarse por el ducto de metal frío, siguiendo los pasos de su hija y su hijastro. Después de un par de minutos, encontraron de nuevo la salida. Se fijó en que no hubiese nadie, y esta vez, sin tiempo a desatornillar la rejilla, Camille dio dos fuertes patadas y la quitó.
Estando adentro la respiración comenzó a ser dificultosa, pero no iba a dejar que nadie la viese. Cada pasillo se transformaba en un recuerdo distinto, cada sonido le parecía una explosión de nostalgia y arrepentimiento. Lo había matado hace muchos años, y todavía le dolía como el primer día. ¿Quién había dicho que el tiempo curaba las heridas? ¿quién se había equivocado tan irrevocablemente?  Aún no existía día en que no pensase en cómo lo había matado, en recrear la escena una y otra vez en su cabeza. Seguía avanzando.
Se dio cuenta que era la misma habitación. No podía ser otra—pensó.  Cada paso era más furtivo. Bill estaba detrás de ella, y tras él, estaba Gordon. Se puso a pensar inútilmente, mientras la anticipación se le plasmaba en el rostro, en qué haría si Caleb la atrapase. Cuando tuvo el pomo de la puerta en la mano, sus pensamientos se esfumaron.
El corazón se le encogió, cuando la puerta se abrió en su totalidad. Allí sentado, de espaldas, podía ver su cabeza agachada y sus manos atadas. Se apresuró a él, cada paso cargado de adrenalina, y reparó en que estaba inconsciente. Le miró de pies a cabeza, tenía algo amarrado a los tobillos, siguió el cable con la mirada y concluyó; lo habían estado electrocutando. Sintió rabia, pero procuró contenerse, no lograría absolutamente nada haciendo un berrinche si Tom aún seguía amarrado a la silla.
Bill le quitó los amarres, mientras Gordon sostenía el cuerpo inerte de Tom, que se desplomaba conforme soltaban cada uno de sus verdugos. Camille le miró el rostro, inconsciente, golpeado, tenía sangre por toda la ropa. En el piso también había sangre, y en las muñecas y los tobillos tenía raspaduras a causa de la soga de hilos metálicos. Gordon tomó sus brazos y Bill sus piernas, mientras Camille abría la puerta y procuraba Caleb brillara por su ausencia.
No había nadie, dio la señal, y comenzaron a salir con Tom a carga.  Los pasos se tornaron torpes al agregar el peso de Tom inconsciente, y se dieron cuenta que salir de allí tardaría más de lo esperado. Camille seguía atenta a todo, dispuesta a disparar a todos en la Bóveda si era necesario, sin embargo aún no se topaban con nadie.
Respiró tranquila cuando alcanzaron el elevador sin el menor de los problemas. Las puertas se cerraron, un vestigio de mirada la alcanzó antes de subir, pero ya no le importaba, tenía a Tom, estaba subiendo, nada podría detenerla. Hasta que las puertas se abrieron, e incontables puntas de mira se cernieron sobre ella.
Caleb sonrió de lado.
—Astuta —le escuchó decir con cierto sarcasmo.
—Caleb —murmuró, con la vista congelada.
—Nadie te vio. Eso es bueno —replicó él, acercándose con pasos peligrosos—. Significa que te he entrenado bien.
—Un paso atrás —exigió Camille, alzando su arma.
Caleb se echó una carcajada, alzó ambas manos en señal de tregua, y dio dos pasos retrocediendo.
—Estás tensa.
—¡Cállate!
—¿Lo ves? Demasiado. Podrías fallar si disparas, relájate.
A Camille le tembló la mano.
—¿Adónde lo llevas? —preguntó con fingida inocencia.
—Lejos de ti.
—¿Tienes idea de quién es el hombre detrás de ti?¿Te lo ha dicho?
La única respuesta que obtuvo fue su respiración errática. Gordon aún sostenía a Tom, y miraba por sobre el hombro de Camille, con expresión furibunda. Bill sentía tensión, había demasiadas armas apuntándoles a todos.
—Vamos, Camille. Si lo sabes, ¿qué haces aún dentro del elevador?
—Te dije que no dejaría que lo mataras. Estoy cumpliendo mi promesa.
—Cómo te lo enseñé —convino Caleb—. También te enseñe que la verdad siempre puede manipularse. No dejarás que le mate yo, pero podrías hacerlo tú. ¿Qué dices?
Camille alzó la mano y accionó la corredera de la pistola. Caleb ordenó que bajasen las armas.
—Estás en desventaja —comentó—. Y lo sabes.
—Soy capaz de dispararte hasta a ti —repuso ella con tono frío.
Caleb nada más sonrió.
—Gordon —dijo de repente—. Hace mucho que no te veo.
—Hijo de puta.
—Oh, empezando siempre con el pie izquierdo. ¿Qué has hecho con tu vida, eh? Claro, aparte de acosar a mi hija.
—No es tu hija —masculló Gordon.
—Lo es, así como Sophia fue mi esposa. ¿Siempre has sido así, tan envidioso del bien ajeno?
—Tal vez fue tu esposa, pero me amó a mí, y eso te mata.
A Caleb se le borró la sonrisa.
—¿Qué haces aquí? ¿No fui claro la última vez que nos vimos?
—¡Maldito, quédate conmigo pero deja ir a Tom y a Bill!
—Oh, claro. Bill. ¿Dónde estás, Billy? —Bill tragó con dificultad—. He oído que tienes buena puntería, ¿no es así?
—Déjalo, Caleb —masculló Camille.
—Ah, ¡tonterías! —se carcajeó—. ¿Bill? ¿Sigues ahí? ¿Qué hay de Paul, eh? ¿Le conoces ya?
—¡Déjalo, maldita sea!
Caleb ordenó que las armas volviesen a apuntar.
—No me gustan los gritos, Cam —dijo con rostro impasible—. No seas impetuosa.
De pronto el silencio inunda el gran recinto, cuyas paredes son débiles, y no apartan el sonido de afuera. La tensión sigue palpable, Tom aún no despertaba. Había seis hombres junto a Caleb, tres de cada lado, sus mejores tiradores. Seguía con la misma sonrisa triunfante, y Camille con el mismo semblante de derrota. No quería rendirse, pero parecía no haber más salida.
Bill sintió su declive, la manera en que su mano menguaba. Se acercó a ella y susurró:
—No te des por vencida.
—No tenemos salida, Bill —dijo resignada, con la voz quebrándosele.
—Sube el arma —casi que ordenó.
—¡Maldición, Bill! ¡Hemos perdido, tú, Tom y Gordon no vivirán más de este maldito galerón!
Cale aún no apartaba esa sonrisa arrogante. Bill le arrebató la pistola a Camille, alzó firme el brazo, se posicionó frente a ellos. Las armas de Caleb sonaron al unísono, el chasquido de una muerta anticipada. Gordon lanzó un grito ahogado, Camille estaba paralizada.
—Hazle caso a Camille, Bill —inquirió Caleb con voz condescendiente.
—Púdrete —alcanzó a decir, y los dedos índices se posicionaron en el gatillo.
Hubo un silencio tétrico, en el que nadie imaginó lo que pasaría a continuación. Las paredes comienzan a vibrar, mientras afuera, a la lejanía, se escucha el rugir de un motor. Caleb se volteó, justo en el instante, la pared se descomponía en diminutas partes, y por sobre los escombros, las luces delanteras de un Range Rover colisionaban con fuerza y se adentraban al lugar.
Las llantas rebotaron con una fuerza indescriptible, un movimiento brutal, mientras los empleados se lanzaban a los lados, y Caleb, con expresión de pánico, saltaba con precisión fuera del camino del automóvil. Se escuchó el chillido de las llantas, mientras derrapaba, y quedaba frente a Bill en el justo momento en que se detenía. Las puertas se abrieron, y allí, en el asiento de piloto, estaba Brokelle con sonrisa triunfal.
No hubo tiempo para procesar lo que sucedía, el polvo comenzó a inundar el galerón. Gordon, con ayuda de Camille, subió a Tom al auto, más tarde todos estaban a bordo, Brokelle verificaba que no faltase nadie, presionaba el embrague, movía la palanca, y las llantas otra vez chillaban, esta vez virando. El auto dio un salto en los escombros, finalmente saliendo a toda velocidad, mientras en el suelo, únicamente Caleb se incorporaba tosiendo.
Miró a su alrededor, sus hombres, todos yacían inconscientes. Su brazo estaba lastimado, pero no podía hacer otra cosa que pensar en lo que recién había sucedido, aquel espectáculo del cual había sido testigo. Lejos de mortificarlo, lo hizo reflexionar. ¿Qué mejor trabajo pudo haber hecho, que haberlas entrenado? Eran valientes, impetuosas en las magnitudes necesarias, e impredecibles en todos los sentidos. Había hecho de ellas las mejores asesinas a sueldo existentes, y se sintió orgulloso de ello. De cualquier manera, atrapar a Tom había sido demasiado fácil. Lo haría de nuevo, esta vez junto a Gordon, y cumpliría su promesa. Se agachó y tomó una piedra que había quedado de la pared, entre la montaña de polvo.
—Te dije que te quemaría vivo —dijo mientras veía el auto alejándose a una velocidad considerable—. Y yo siempre cumplo mi palabra.



•••


—¡Por dios! ¿¡Estás bien!? —vociferó Camille, en el asiento trasero. Brokelle seguía con la misma sonrisa, mientras rebalsaba a los autos en la carretera.
—¡Claro que lo estoy! —dijo con jovialidad—. ¡No iba a permitir de ninguna manera que le hicieran daño!
—¡¿Pero cómo demonios se te ocurrió hacer eso!?
—Pues, resulta que mi queridísimo Bill, tuvo la grandiosa idea de llevar un micrófono. Entré en pánico cuando escuché la voz de Caleb, pero cuando oí a Bill diciendo “púdrete” supe que iban a matarlo. ¡De ninguna manera iba a permitirlo!
Camille respiró, casi aliviada. Brokelle tomó la mano de Bill.
—Joder, casi me matas de un susto —bufó Camille.
—¡Siempre quise hacer eso! —profirió Brokelle, refiriéndose a la hazaña —. ¿Crees que maté a alguien?
—A Caleb, desde luego no. Lo vi saltar —respondió Gordon—. Por sus hombres, no puedo hablar.
—¿Tú no te lastimaste? —preguntó Camille, con genuina preocupación.
—No lo sé, pregúntame cuando esté sobria.
Todos se carcajearon, mientras Camille se apoyaba en el asiento y cerraba los ojos, controlando su respiración. Sus labios se curvearon.




•••



La humeante taza de té aún esperaba un sorbo de su parte, mientras ella continuaba mirando su cuerpo siendo examinado. En los ojos del médico, intentando en vano descifrar alguna expresión concerniente al estado de Tom. Pero no decía nada, le revisaba la respiración, los signos vitales, las heridas en las manos, las quemaduras, los hematomas y las rasgaduras. Cada segundo incrementaba la penumbra, un silencio que no decía nada, que la estaba matando de expectativas.
—Camille —dijo una voz. Se volteó, era Brokelle.
—¿Sí?
—Gordon está en la biblioteca —le anunció—. Está esperando por ti.
—No creo que sea el mejor momento…—dijo como excusa, pero pudo ver en la expresión de Brokelle, no le creía.
—Nunca lo será —fue lo único que dijo, y con eso bastó para que accediese. Asintió con cierto temor, mientras comenzaba la caminata a la biblioteca. Los pasillos de su casa, el lugar que mejor conocía, ahora se transformaban en laberintos sin salida, mientras cada paso se hacía cada vez más vago y débil, y cada acercamiento aumentaba la adrenalina que estaba sintiendo. Finalmente, abrió la puerta.
Las bisagras chillando anuncian su tan esperada llegada, Gordon estaba mirando a la ventana, cuando se volteó y al vio llegar. Camille adivinó, ambos corazones podían estar latiendo a la misma peligrosa velocidad. No fuerte, sino despacio, demasiado despacio, podían escucharse, con intervalos tan largos como un invierno, uno después del otro, latidos vagos.
—Hola —dijo apenas la vio. ¿Después de 20 años de no verla, lo que dice es un “hola”? «Vaya, qué elocuente» pensó Camille.
Parecía que le estaba leyendo la mente.
—Eso no sonó muy…oportuno —agregó, después. Camille no dijo nada, mientras se acercaba, la taza de té le está quemando las manos, pero no se da cuenta.
—Quisiera hablar de algo —anunció.
—Adelante.
—Yo… —tragó con dificultad, antes de continuar—: Lo siento, muchísimo.
—Podrías especificar —sugirió Camille.
—Por todo —inquirió—. Nunca tuve derecho a intervenir en tu vida como lo hice…como lo estoy haciendo. Fue egoísta de mi parte pensar por un segundo, que podría volver a formar parte de tu vida.
Camille lo recordaba todo. Lo recordaba claramente, las tardes de verano, en el parque, tal vez por eso odiaba esa estación. Pero recordaba su compañía, —mi tío— le dice una voz de niña, tal vez es ella misma. Recuerda verlos besándose, y no entender porqué mamá lo hacía con el tío Gordon y con papá. De pronto se vio a sí misma debatiéndose entre un sí y un no. ¿Debía quererlo? ¿Debía aceptarlo? ¿Debía odiarlo a él, u odiar a Caleb? ¿Debía, si quiera, odiar a alguien? ¿Acaso existían culpables? Siguió recordando, esta vez a su madre. Se preguntó si por la cabeza de Gordon también pasaban los recuerdos cual película, asumió que sí.  Las noches en que dormía junto a Sophia, cuando le quitaba los miedos con un simple abrazo, recordó de pronto que alguna vez tuvo una madre que la quiso, pero que había cometido muchos errores por el hombre que amaba.
¿Y quién era ella para juzgarla, si estaba haciendo exactamente lo mismo? Estaba rompiendo paredes, traicionando la confianza de su padre, matando a gente inocente, involucrando a sus seres queridos, y todo por puro egoísmo.
—Algún día vas a comprenderlo —murmuró Gordon.
—Lo comprendo ahora.
Él se queda en silencio, sólo mirándola.
—Pero también comprendo algo —añadió—. Sé que no todo en la vida es amor, y al menos yo he intentado alejarme de él. ¿Tú lo intentaste, Gordon?
—No —respondió—. Sabía que era inútil, no podría hacerlo. Vivir sin ella significaba…simplemente no vivir.
—Pero encontraste una familia.
—Sí, lo hice.
—¿Es Tom tu hijo? —preguntó. Y aunque sabía de antemano la respuesta, sólo quería estar segura. Gordon se echó una risa.
—No —respondió—. Pero lo amo como si lo fuese.
—¿Soy yo tu hija?
Gordon tardó varios segundos en responder. Camille reflexionó entonces, si realmente quería saberlo. Y si lo descubría, ¿cambiaría el curso de las cosas? Lo dudaba. No importaba cuanto resentimientos y aversión sintiese hacia Caleb, no podía dejar de quererlo. Y Gordon era… un recuerdo, simplemente. Un recuerdo de una persona a quién quiso mucho, pero que ahora apenas recordaba.
—No lo sé —respondió finalmente—. Pero te amo como si lo fueses.
Notó en sus ojos cierto brillo cristalino, y sabía que si hablaba, su voz iba a quebrarse.
—¿Puedo…?
—No —se negó, antes de que sus brazos la rodearan—. No estoy lista.
—Entiendo—La voz le temblaba. Se alejó de ella, y Camille se marchó.





•••


Cuando la fila acabó sintió que algo dentro de ella estaba rompiéndose. Cada paso que daba cerca del mostrador incrementaba el estado de incredulidad en el que se encontraba, pero debía ser fuerte. La mujer le atendió con marcada amabilidad, mientras ella se limitaba a responder en monosílabos.
—Quisiera un boleto de avión, primera clase, ¿algún vuelo para mañana por la mañana?
—Eso depende del destino, señorita.
Se quedó pensando. Caleb tenía poder sobre prácticamente todo Europa, de modo que pensó algún lugar de Asia. La mujer continuaba esperando su respuesta, mientras ella veía hacia los lados y se encontraba con una gran cantidad de etnias; un hombre con turbante llamó su atención.
—A la India —dijo finalmente.
La mujer hizo un par de trámites. Después de unos minutos, le dijo, finalmente, lo que debía pagarle. Camille sacó su tarjeta de crédito y la extendió a la mujer, que pronto se cobraría una cantidad considerable por un boleto de avión a algún lugar de algún país muy lejos de aquí.
—Aquí tiene, que tenga un buen viaje.
Al tomarlo sintió que le quemaba las manos. Lo guardó rápidamente en su cartera, lo cierto era que no quería mirarlo, le dolía hacerlo. Y no creía poder aguantar más en un día, de modo que caminó rápido hasta su auto, y partió a casa con rapidez.
Brokelle la recibió con olor a comida recién cocinada.
—Tom ha despertado —le hizo saber—. ¿Quieres algo de comer?
—No, gracias —respondió—. Iré a verlo.
Camille caminó hasta su habitación, dónde él se encontraba. Se podía ver, antes de llegar, la puerta semi-abierta, y a Tom rondando por todos lados, caminando dificultosamente. Al verla entrar se le iluminó el rostro.
—Cam…—bramó, al caminar para abrazarla.
Ella le correspondió, mientras se prolongaba más de lo que esperaba. Aspiró su aroma, el de su cabello, mientras recordaba como creyó que nunca más iba a poder verla o sentirla. La abrazó con fuerza, como si no quisiera dejarla ir, y ella sólo suspiraba, y cerraba los ojos con ímpetu. Se separó para mirarle a los ojos, la tomó de ambos lados del rostro, y la besó.
—Creí que nunca iba a verte —decía, casi sin despegar sus labios de ella. Camille los separó, y se sentaron.
Apoyó su cabeza en el hombro de él, y le tomó ambas manos. Sus manos con ampollas y quemaduras. Lo palpó con las suyas suaves y níveas.
—Te quemaron —dijo casi para ella misma, tragando con dificultad. Sintiéndose culpable.
—Eso no importa ahora —dijo él—. Ya no importa…
—Lo siento…
—No digas eso —pidió, besándole la cabeza, mientras ella seguía descansando en él y tomando sus manos.
—¿Te dolieron mucho los choques eléctricos? —preguntó.
—No…
Camille alzó la vista, mientras a Tom se le formaba una traviesa y torcida sonrisa.
—Me desmayé después de dos segundos —dijo, y se rió. Camille intentó hacerlo, pero no podía en esos momentos. Apenas sus comisuras se alzaron de a pocos.
—Quiero decirte algo —dijo de súbito.
—¿Sobre qué? —Por la expresión de su rostro, adivinó de inmediato, Tom no tenía ni la más mínima idea de lo que haría. Camille se levantó.
—Prométeme que no dirás nada hasta que terminé de explicarte.
—¿Qué sucede? ¿Es algo malo?
—No, Tom. Es algo bueno. Promételo.
—Lo prometo.
Apenas él dijo esas palabras, ella soltó de improvisto:
—Quiero que te vayas.
La expresión que se formó en el rostro de Tom fue imposible de ignorar. Todo en él se iluminó de incertidumbre y suspicacia.
—¿De qué…?
—Lo prometiste —le acalló, y continuó—: Es lo mejor para los dos. Para ti, para Brokelle, para Bill, y…para mí.  He comprado un boleto —Camille lo sacó de su cartera, y se lo extendió—. Puedes cambiar el destino, saldrá mañana por la mañana, a primera hora. Escogí Asia, porque será difícil encontrarte. Podrías ir a Suramérica, si te gusta…sólo no escojas ningún lugar en Europa, o Norteamérica.
—¿Terminaste?
—No —dijo—. Solo piénsalo, por favor, hazlo. Es lo mejor para ambos.
—Es lo mejor para ti —masculló Tom—. Y no voy a pensarlo, ¡por dios! ¿¡cómo me pides que haga algo como esto!?
—¡No seas terco, maldita sea!
—¡Lo seré si se trata de algo como esto! —replicó con severidad—. Vamos, Cam, no puedes hacer esto… sabes que…
—Lo sé, lo sé, ¡lo sé! ¡Pero no puedo permitir que te hagan daño por mi culpa! —vociferó—. ¡Entiéndelo! ¡Caleb va a encontrarte y va a matarte!
—¡Estoy dispuesto a correr ese riesgo!
—Pero yo no —sentenció—. Toma el tiquete, por favor.
—No lo haré.
—Si no te vas tú —dijo con la voz pendiendo de un hilo—. Me iré yo.
—Piénsalo mejor, Camille, no nos hagas esto ¡por favor! ¡¿Cómo me pides que deje mi familia!? ¿¡Qué hay de Bill, y de Gordon!? ¡¿Qué hay de mi ciudad, mi idioma, mi lugar!? ¿¡Cómo pretendes que me vaya a un país desconocido, sin trabajo ni nada!? —Tom esperó respuesta, no hubo—. ¿Qué hay de ti? —preguntó, tomándola de la mano.
—Son sólo excusas —repuso ella—. No me quedaré a verte morir.
—Bien, no me iré.
—Lo haré yo —dijo, y tomó el boleto para marcharse.
—¡Cam, Cam! —gritó Tom—. ¡Camille, por favor! ¡Piénsalo bien!
Camille tomó el pomo de la puerta, dispuesta a irse, y Tom sintió que la perdía. La llamó una última vez:
—Cam, por favor…—Ella iba a marcharse—. Camille, lo haré…
Se detuvo, con el pomo en las manos.
—¿Lo harás? —preguntó sin voltearse.
—Sí —respondió con voz dificultosa. Camille se volteó.
Algo dentro de ella, la llama que la mantenía viva, se había apagado. Como si una brisa fría lo hubiese soplado y la hubiese hecho desaparecer. Ya nada alumbraba en su interior, lo había perdido.
—Me iré, con una condición —añadió él—. Ven conmigo.


 



After the fall-Two steps from hell

Spread The Love, Share Our Article

Related Posts

2 Response to Capítulo 46 «Después del Declive»

6 de octubre de 2011, 5:39 p. m.

Uuuuhhhhh!!!!! Maee que potente!!!! Uno de los mejores sin duda alguna dijo Yu... xD
Broke estubo genial "pregúntame cuando esté sobria" Jajajajaja.
Y Tom, que cosita tan linda, ahora si se va a poner bueno!!!!!
Gosh no puedo esperar por lo que va a pasar.
Y Gordon, pobresito :( y Cam tampoco tiene la culpa, la única culpable es Sophia por puta...
Pd: Si, la canción casi me vuelve loca -.-

10 de octubre de 2011, 2:35 p. m.

Buenisimo el capitulo.
Aunque a veces me saca canas verdes Camille >.< me gustaría darme una buena cachetada de vez en vez, para ver si le aterrizan las buenas ideas verdaderas.
Pero bueno, los que de a poco se ganan mi amor son Brokelle(que le he perdonado que tenga el corazón de Bill en sus manos xD), Bill -claro está- y ahora Gordon ^^

Espero que Caleb no vaya a cometer locuras...aunque empiezo a dejar de victimizar a Sophia, esa mujer...
si no hubiera abierto las piernas otra cosa hubiera sido u.u