Capítulo 47 «El día que nunca vendrá»

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El mundo de pronto se detuvo. Las manecillas del reloj parecieron ceder, las cosas de alrededor dejaron de moverse, el viento dejó de soplar. El aire comenzó a sentirse como barrotes de una jaula, sus fuerzas empezaban a menguar. «Ven conmigo» escuchó de nuevo en su cabeza, no se lo estaba preguntando.
—¿Cam? —dijo con vehemencia, susurrando.
—Tom, no…por favor…
—Cam…podemos hacerlo. Sé que sí.
—No lo hagas más difícil, por favor.
—No me iré sin ti…
—No sabes lo que estás diciendo —replicó con la voz pendiendo de un hilo—. Eres demasiado impulsivo, y lo sabes. Por favor, no compliques más las cosas y vete.
—¡Las complicaré lo suficiente como para que confíes en mí una vez!
—¡No pienso seguir con esto! —gritó—. ¡No pienso quedarme a ver cómo te matas solo!
Tom le miró directamente a los ojos, y dio un paso acercándose.
—Me está matando tu decisión.
Camille increpó después de un segundo:
—¿¡Tú crees que para mí es fácil dejarte!? ¿¡Crees que tomé esta desición por puro egoísmo!? ¡Yo sé que te estoy matando, y que me estoy matando a mí! ¡Pero lo prefiero mil veces así, a verte en un maldito ataúd por mí culpa!
—¡No será así!
—¡Siempre dices lo mismo! —vociferó—. ¿Qué hay de la vez de Alaric? ¿Y ahora Caleb? ¿¡Tienes siquiera una idea de lo fácil que es rastrearte!?
—¿Tan fácil que no lo lograste en seis meses? ¿Y que no lo hubieses hecho hasta este momento de no ser porque yo me di a conocer?
Camille se quedó callada, pensando furtivamente en como su ego de asesina había sido recién golpeado. Sus ojos miraban como látigos azotando.
—Caleb te encontró cuando estuvimos en Francia. Siete meses después de comenzar a atentar contra la Organización. ¿Eso es lo que quieres vivir? ¿Siete meses?
—Si es contigo, sí.
—Suenas patéticamente romántico.
—¡Y tú patéticamente cobarde!
Camille le miró y su respiración comenzó a acelerarse, peligrosamente furiosa.
—Púdrete —fue lo que dijo antes de marcharse. Y Tom no pudo evitar ver que no se marchaba sola, llevaba el boleto de avión en la mano.
Después de aquella discusión, la rabia le embelesó los más escondidos confines de su mente y, azorado, comenzó a patear todo lo que se interpuso en su camino. Se tomó de los cabellos y los jaló con saña, con el puño golpeó la pared y con el pie pateó el sofá de cuero negro que se encontraba cerca de la cama de Camille.
Y después de reparar en que estaba destruyendo una habitación que no le pertenecía, tomó sus cosas y cojeando, salió de allí. Bill lo intersecó abajo en los escalones.
—¡Oye! ¿adónde vas? ¿sucedió algo con Camille?
—¡Sucedió todo, Bill! —increpó sin detenerse, dirigiéndose a la puerta principal.
—¡Tranquilízate, joder! —Bill trató de detenerlo tomándolo del hombro, pero Tom se zarandeó y lo fulminó con la mirada—. ¡Oye, Tom! ¡Vamos, lo que sea que sucedió puede arreglarse! ¡No te vayas así, estás herido!
Tom sacó el dedo del medio y abrió la puerta, saliendo de allí, se escuchó un estruendo cuando azotó la puerta. Bill se quedó allí de pie, mirando, y acto seguido, la puerta volvió a abrirse. Era Tom.
—¿Me das las llaves de tu auto?
Bill se carcajeó internamente. Luego se las lanzó y Tom salió de allí igual de irascible a cómo había bajado los escalones anteriormente.
—¿Sucedió algo? —preguntó Brokelle, quién había llegado a la sala de estar al escuchar el estruendo de la puerta. Bill se volteó.
—Creo que tuvo problemas con Camille —respondió torciendo el gesto. Brokelle frunció el gesto.
—¿Qué tan malo?
—Lo suficiente. Estaba completamente fuera de sí.
—Creo que iré a ver qué sucedió —le hizo saber—. ¿Podrías cuidar de la sopa por mí?
Bill asintió y Brokelle subió los escalones en busca de Camille. Al pasar por la habitación de la pelirroja, la puerta estaba semi-abierta y podría deducirse había pasado un huracán por ella. Le asombró ver tanto desorden, pero siguió el pasar de las habitaciones hasta encontrar la silueta de Camille en el balcón. A pesar de que las puertas de vidrio sonaron al deslizarlas, anunciando su llegada, Camille no se volteó.
—¿Sucedió algo con Tom? —preguntó en voz baja. Se acercó al barandal y apoyó los antebrazos en el, tomando la misma posición que Camille. No pudo evitar ver un cigarrillo revoloteando entre sus dedos.
—Sí —se limitó a responder.
—¿Es por ello que estás fumando? —cuestionó la rubia.
Camille se llevó el cigarrillo a la boca y le dio una calada profunda. El viento sopló, comenzado a secar el rastro que habían dejado las lágrimas que antes se le escaparon . Un viento frío, que acompañaba a la luna.
—Sí —volvió a responder.
—Anda, cuéntame —le incentivó—. No haces nada bueno guardándotelo.
Camille liberó el humo de sus pulmones. Brokelle le examinó el semblante; estaba ansiosa. Y recordaba entonces la razón por la cual Camille había comenzado a fumar; la muerte de Georg. Más que la muerte su ausencia, y un poco en parte la culpabilidad. Y comprendía que si volvía a su viejo vicio, era porque todo parecía estarse repitiendo, aunque de manera diferente. Camille sabía que estaba perdiendo a Tom, y sabía que era su culpa.
—¿Alguna vez te has odiado a ti misma? —preguntó en un murmullo.
—Todos lo hemos hecho —respondió Brokelle.
—Yo me odio a mí misma ahora —dijo—. Y le odio a él por hacerme odiarme.
La risilla de Brokelle resonó sobre el silencio de la noche.
—Le he dicho que se vaya. Compré su tiquete y le he pedido que se largue de aquí. No quiso hacerlo. Es tan testarudo, maldita sea —Le dio otra calada—. No quiero que lo maten por mi culpa, Brokelle. ¿Cómo hago para que lo entienda?
—Tal vez no estás viendo las cosas desde su perspectiva.
—Lo hago, créeme que lo hago. Me sentiría feliz de saber que todavía está vivo, y que aunque no está conmigo, podrá hacer su vida con alguien que realmente lo ame. Sólo quiero que sea feliz, Brokelle. Y no lo será conmigo.
—Si amas algo, debes dejarlo libre. Si vuelve es tuyo, sino, nunca lo fue. Tú lo dejaste y él volvió. Es tuyo ahora, y lo ha sido siempre. No puedes abandonarlo.
—Está cometiendo el peor error de su vida, Broke. Tú deberías entenderlo, Bill está corriendo el mismo peligro que Tom ahora.
—Pero no pienso separarme de él, porque lo amo. ¿Tú le amas, no?
Camille no respondió.
—No soportaría perderlo —confesó—. No otra vez. No a él. No de la misma manera.
—Lo perderás de cualquier modo.
—Pero tendré la certeza de que está fuera de peligro —refutó.
—¿Crees poder separarte de él por completo? ¿Desligarte sin más?
—No lo sé —respondió—. Pero al menos debo intentarlo.
—Piénsalo mejor…
—Lo he pensado bastante —dijo, después de apagar el cigarrillo y liberar la última calada de humo—. Llevo meses haciéndolo. De alguna manera, guardaba la esperanza de que Caleb desistiera de su idea. Pero ahora que sabe de Gordon… si sólo yo… si las cosas hubiesen sucedido de manera diferente, tal vez habría descartado la idea. Pero ahora que Gordon está involucrado, sé que no hay más alternativa. Si se queda aquí van a matarlo, lo sé, no tardarán más de dos semanas en rastrearlo de nuevo.
Brokelle sintió un vacío en el pecho. Comprendió su posición, y comprendió la de Tom. Eran dos almas que habían luchado contra todo para estar juntas, pero que ahora realizaban en que no importaba cuanto lo hicieran, el resultado siempre iba a ser el mismo. Camille encendió otro cigarrillo.
—Me iré yo —dijo de repente.
—¿Te irás? ¿Adónde?
—Sólo me iré. No quiero que lo sepas, estoy segura de que le dirás si te lo pide.
Brokelle bajó la cabeza, sabiendo que lo que aseguraba Camille era verdad, y que objetar algo sería completamente vergonzoso.
—¿Cuánto tiempo te irás?
—No lo sé —respondió Camille.

Brokelle entró al pent-house que compartía con su mejor amiga, en el centro de Frankfurt. La casa despedía un aire lúgubre, y solitario, tan diferente al que tenía hasta hace unos meses que resultaba abrumador. Subió los escalones, repitiendo el nombre de Camille en voz alta, sin obtener respuesta alguna que el silbido de la brisa otoñal golpeteando las ventanas. Cuando se adentró a la habitación de Camille, le resultó extraño ver todo vacío. Sobre la cama había un sobre, a lo lejos se diferenciaba su letra manuscrita y prolija. Brokelle lo abrió y lo leyó en voz baja:
“Brokelle;
Me iré de la ciudad un tiempo.  Vuelvo en un par de semanas. Cam”
Brokelle nunca supo que aquellas semanas se irían convirtiendo en meses, y aquellos meses en años. Dos años, para ser exactos. Ni siquiera habían tenido una despedida. Aquello había sucedido apenas dos días después de la muerte de Georg.

—No serán solo “un par de semanas” ¿no? —quiso asegurarse.
—Nunca me disculpe por eso ¿no? —Camille sonrió de lado—. Si te decía que me iba por tanto tiempo te iba a dar un derrame. Además, aún no estaba segura.
—Si te decides, por favor avísame. No es normal que un vuelo se retrase por más de un año.
Camille finalmente le miró, sonriendo.
—Te voy a extrañar.
Brokelle sintió un nudo en la garganta, sabiendo de antemano que aquello significaba sólo una cosa; se marcharía de verdad. Se acercó a ella y extendieron sus brazos, abrazándose. Sin sollozar, ambas cerraron los ojos, un par de lágrimas se habían escapado.




•••

Aquel día, Sarah había despertado con demasiada nostalgia adjunta como para pasar un buen día. Como siempre hacía por las mañanas, se preparó un té. Se sentó en la sala de estar y tomó un libro para leer. Aquel día era el aniversario de la muerte de su hermana Sophia.
La idea le rondaba la cabeza y no la dejaba concentrarse en la lectura. Los días posteriores a la muerte de su hermana siempre habían sido relativamente normales, pero no importaba cuantos años habían pasado, los aniversarios siempre tenían un sentimiento diferente. Era como si le doliese todavía más. Solía ver fotografías de ambas juntas, la mayoría de veces con Camille, pero ahora que estaba sola…no podía evitar llorar. Siempre trataba de hacerse la fuerte frente a su sobrina, pero ahora que no estaba ¿qué sentido tenía? Lloró en cada rincón, recordándola, a veces sonreía, escuchaba la canción preferida de su hermana, odia por ratos a Caleb, y por ratos a Gordon. E imaginaba como sería su vida si estuviese viva. Luego lloraba un poco más.
Por la tarde, tocaron la puerta. Se secó las lágrimas y se apresuró a la puerta, cuando abrió, encontró a Gordon en su pórtico cargando una caja.
—¿Qué haces usted aquí? —preguntó con hostilidad. Gordon parecía no tener ganas de pelear.
—Sólo quería darle esto —respondió. Sarah miró la caja, decía con letras grandes “Sophie”
—¿Qué es? —cuestionó con desconfianza.
—Son sus cosas —dijo—. Tenía algunas cosas en mi casa, antes de morir. Nunca las he visto…me lo pidió poco antes de su muerte. Me dijo que en caso de que… le sucediese algo, se las diera a Sarah si venía a reclamarlas. Nunca supe de usted hasta ahora, de modo que…creo que usted debería tenerlas. Yo no lo soporto. Es como si cada vez que las viese…el dolor aumentase. No quiero tenerlas más conmigo.
Sarah tragó con dificultad.
—Gracias —repuso con voz temblorosa. Tomó la caja y Gordon se quedó allí en el pórtico, sin moverse. Ella tampoco lo hacía. Se miraron por segundos prolongados, Gordon veía en ella a Sophia, y aunque le dolía, le daba cierta satisfacción. Era como si…estuviese con ella. Como si nunca hubiese muerto.
—Será mejor que se vaya.
Gordon asintió y con pasos torpes se acercó a su auto, marchándose. Sarah pensó que aquel día podría calificarse como el peor de su vida. Cerró la puerta y luego se deslizó paralelamente a ella, hasta quedar en el piso con la caja sobre las piernas. Se preguntó a sí misma si sería buena idea ver lo que contenía.
 La curiosidad le ganó y terminó abriendo la caja. Sabía que sería más doloroso que cualquier otra cosa, pero estaba dispuesta a correr ese riesgo.
La caja tenía su mismo aroma, algo que soltó un par de lágrimas casi de inmediato. La primera cosa que había era un álbum de fotos, decía con letra grande “MÁS QUE HERMANAS”, Sarah le echó un vistazo.
Cada una de las fotografías era sobre momentos memorables de ellas, contenían un comentario ingenioso por parte de Sophia en la parte trasera, las risas se mezclaron con el llanto en cuanto terminó de ver todas las imágenes. Su infancia, adolescencia, y lo que pasaron juntas de la juventud, todo plasmado allí… y sintió que no podía soportarlo. La extrañaba tanto que no podía creer, existiese un sentimiento como aquel. Podía escuchar el crujir de su corazón desgarrado, el llanto silencioso de su alma.
Lo demás fueron prendas de ropa, joyas y algunos objetos personales. Sarah quiso saber si allí se encontraba el relicario de su hermana, y se dio a la tarea de buscarlo entre las cosas de la caja. Cuando llegó al fondo lo único que encontró fue un sobre, tenía su nombre en letras doradas. Se secó las lágrimas con el dorso de la mano, y desdobló la hoja para leerla con cuidado:
Sarah;
He tomado una decisión, y por eso te escribo esta carta. Si sabes la magnitud de mi amor por Gordon, comprenderás entonces el porqué de mi decisión. He decidió irme con él y con mi hija fuera del país, quisiera decirte adónde pero no quiero que corras peligro frente a Caleb.
Entiendo el peligro al que me estoy exponiendo, y no podría ser tan tonta como para pensar en que nada malo va a sucederme, por eso, en caso de que eso suceda, espero que esta carta llegue a tus manos lo antes posible.
Si las estás leyendo, en este momento probablemente ya no esté con vida. He guardado muchos secretos contigo y en esta carta quiero hacerte saber el que más me preocupa. Antes que todo, quiero que te encargues de Camille. Sé que lo que te diré a continuación tal vez no tenga sentido, pero es lo quiero. No permitas nunca, si he muerto, que Gordon se acerque a Camille. La razón por la cual te pido esto, viene anexa a esta hoja, lo verás al terminar la carta. Caleb es un excelente padre y no merece que aleje a lo único que él ama de su vida. La gente que trabaja en la Organización son inescrupulosas y frías, pero todos allí tienen algo que aún los mantiene humanos. Algo que sería lo único que los haría dudar antes de jalar del gatillo. Sé que si aparto a Camille del lado de Caleb, él se convertirá en un monstruo sin sentimientos.  Camille es el pilar de Caleb, y no quiero que eso cambie nunca.
La hoja que está detrás de esta carta es el resultado de una prueba de paternidad que le hice a Caleb apenas Camille nació. Cuando la veas, espero que entiendas porque quiero por sobre todas las cosas que Camille esté alejada de Gordon.
Le amo demasiado y no quiero que viva en una mentira, pero soy demasiado cobarde para hacérselo saber ahora.
Te amo, y nunca permitas que Camille olvide que la amo a ella también. Ustedes son lo más importante en mi vida. Estoy segura que las extrañaré.
Me despido, Sophia.
Sarah lloró con todas y cada una de las palabras en aquella carta, pero al voltear la hoja y encontrar el resultado de la prueba, parecieron que sus lágrimas se habían secado para dar paso al desconcierto. Después de leerla varias veces, cayó en cuenta de la realidad, una realidad que nunca hubiese imaginado…Camille era hija legítima de Caleb.
Tom bajó los escalones de su casa al escuchar el estrepitoso sonido del timbre sonar una cantidad de veces casi insuperable en un intervalo de tres segundos. Sarah estaba de espaldas cuando la puerta se abrió, luego se volteó y encontró el rostro malhumorado de Tom.
•••

—¿Sarah? —cuestionó el pelinegro.
—Tom —dijo ella—. ¿Está Gordon?
—No…creo que ha salido. Puedo dejarlo un mensaje, si quieres…
—Oh, Dios…—A Tom le pareció que estaba demasiado nerviosa—. ¿Podrías darle esto?
Tom tomó la carta y miró fuera del sobre.
—Seguro…
—No permitas que se extravíe —advirtió Sarah—. Es importante que Gordon la lea.
—Claro, me aseguraré de que lo haga. ¿Sucede algo malo?
—No… en realidad no lo sé. Sólo dale la carta ¿sí? Adiós.
Sarah se marchó tan rápido de allí que Tom se quedó varios segundos en la puerta tratando de descifrar que había sucedido. Luego simplemente frunció el ceño y cerró la puerta, dirigiéndose a su habitación.
Había pasado mucho tiempo desde que habló con Camille la última vez, pensó para sí mismo Tom, mientras yacía en su cama. Y no era como si hubiesen tenido una conversación amena. Tom se levantó de repente, de un salto, y se acercó a la ventanilla para marcar el número de Camille. Después de varios intentos fallidos, decidió ir a su casa. No sabía que iba a decirle, ni siquiera lo estaba planeando. Sólo sentía la necesidad de verla, sin importar como había terminado su conversación la última vez. Aún guardaba la esperanza de que ella se marchase con él, estaba seguro de que podrían lograrlo…sólo era cuestión de hablarlo mejor, sin gritarse, sin alterarse. Tal vez lo que ella necesitaba era tiempo, tal vez sólo estaba azorada por el secuestro, que aún era demasiado reciente. Tom pensó que su preposición había sido imprudente, pero que las cosas se dieron de manera demasiado precipitada por parte de los dos. No sabía porqué, pero algo le decía que Camille aceptaría partir con él.
Bajó del coche con ansiedad plasmada en el rostro, una sonrisa que no era sonrisa, pero que lo sentía como si lo fuese. Al tocar el timbre la mano le temblaba de nervios, quién abrió fue Brokelle.
—¿Tom? —dijo ella, como siempre.
—Dime que ella está aquí —pidió Tom.
—Oh, Tom…—Algo en su rostro le dijo que las cosas no irían bien—. Ella…
—No…—susurró. Lo sabía antes de que Brokelle lo dijese.
—Tom, ella no está…
—¿Volverá, cierto? Dime que volverá…
El semblante de Brokelle se transformó en pena.
—Yo no…
—Vamos, Broke, no me hagas esto. ¿Volverá, no? ¡Dime que volverá, por favor!
—Tom…
—Dios, no, por favor, ¡no!
—Ella…se ha ido. No creo que…vuelva.
—¡No, maldición, no!
—Lo siento, Tom…
—Por favor, dime que no es verdad…
—Se ha ido para bien, Tom.
—¡Dime dónde está, por favor!
—Yo no lo sé. No quiso decirme. Sólo sé que…no debes buscarla.
—¡No, no, no! —Tom ahuecó el rostro entre sus manos, la garganta estaba hecha un nudo.
—No la busques más, Tom. Es por el bien de ambos.
—No, no, esto no puede estar sucediendo, por favor, dime que no es verdad…
—Lo siento, Tom.
El aludido le miró a los ojos, rogando por la verdad. Brokelle sólo negó con la cabeza, y Tom lo supo de repente.
La había perdido para siempre.
Se marchó de allí sumergido en un dolor que no creyó poder experimentar nunca. Porque ahora estaba seguro de que la había perdido para siempre, que nunca la volvería a ver y que era todo culpa de él. Mientras conducía no podía evitar que las lágrimas acudiesen a sus avellanados ojos, mientras dentro de él, el pecho parecía quemarse con llamas tan vivas como las de una hoguera. Anduvo sin rumbo por muchas horas, hasta tarde en la noche, cuando se detuvo en un callejón y lloró todo lo que su cuerpo le permitió. Todo en él se estaba consumiendo bajo un manto de dolor tan abrumador que sentía no iba a poder soportarlo.  Era un dolor que no podría curar con pastillas, medicamentos ni cualquier otra cosa. Era un dolor que le calaba los huesos, le rompía el alma a pedazos y le quemaba el corazón sin mostrar piedad alguna. Podía sentir como si su cuerpo se deslizase por un abismo que no tenía ni la más mínima intención de tocar fondo, como si su espíritu levitase desde su cuerpo y se viese a sí mismo desde afuera, como un alma flotante, con la cabeza apoyada del volante y escuchando los sollozos ahogados por las ventanillas blindadas, el llanto que podría confundirse con el de un niño al que han abandonado, un corazón a la que la sangre le había dejado de fluir, y ahora agonizaba lentamente, retorciéndose de dolor, tratando de calmar el vacío que lo está consumiendo, para finalmente darse cuenta que ni siquiera el tiempo va a poder curar esa herida.
Llegó como zombie a su casa, con unas ruedas negras bajo sus ojos y la boca seca, con labios agrietados. La mirada estaba tan vacía como él mismo por dentro, dejó las llaves del auto en la mesa del comedor, subió los escalones y encontró fuera de la habitación de Gordon unas maletas. A pesar del dolor del que estaba siendo víctima, por un momento la desolación se mitigó y se acercó a Gordon para averiguar el porqué de las valijas.
—Me voy —fue lo que respondió Gordon, a la pregunta de Tom.
—¿Adónde?
—Aún no lo sé. Pero no puedo permanecer más tiempo aquí.
—¿De qué hablas? —preguntó.
—Camille no es mi hija —dijo, con la voz quebrándosele—. Lo he descubierto hoy.
—Joder, Gordon… ¿estás bien?
—No —respondió—. Por eso me voy. No quiero permanecer más tiempo aquí… luché tanto tiempo por algo que nunca fue mío, que siento que me voy a romper en pequeños y miserables pedazos. No puedo creer que Sophia me engañó de esa manera tan vil…
—Lo siento mucho, Gordon.
—Me iré mañana por la mañana.
Tom se quedó mirando a las valijas, e imaginó la huida de Camille, pasando por el aeropuerto, abandonándolo en aquella ciudad sin importarle nada. Sintió que iba a romper a llorar de nuevo, pero logró contenerse.
—Quiero irme contigo —dijo de repente. Gordon le miró.
—¿Qué hay de Camille? —preguntó desconcertado.
—Ella…se ha ido.
—¿Se ha ido? —repitió Gordon, frunciendo el ceño.
—Me dejó —especificó con voz temblorosa, apartando la mirada para que no viese sus ojos cristalizándose.
Gordon vio en el rostro de Tom que era mejor no seguir hablando de eso. Fue entonces cuando notó sus ojos hinchados y cansados de llorar. Simplemente se acercó y le dio un abrazo. Ambos sufrían por la misma mujer, aunque de maneras diferentes. Él había perdido a su hija, Tom había perdido al amor de su vida.
Aquella noche ninguno de los dos pudo dormir

•••

—A la India —fue la respuesta de Tom, cuando Gordon preguntó a dónde se irían.Estaba seguro de que era lo que Camille habría querido, y Gordon no objetó absolutamente nada. La mujer les entregó los boletos de avión, y esperaron entre gestiones y procedimientos habituales de un aeropuerto, a finalmente llegar a su destino. No sabían porqué, ambos estaban demasiado ansiosos. Tal vez sólo querían huir de una ciudad que no les había traído más que desgracias, que lo único que hacía era recordarles lo patéticamente ingenuos que habían sido al haber creer que la vida siempre tenía finales felices.

La hora finalmente llegó, una de las azafatas les tomó el boleto de avión y les saludó con cordialidad, Tom fingió su mejor sonrisa y se adentró al avión. Era bastante amplio. Habían decidido viajar en primera clase, tal vez sólo para poder beber cuanto se les ocurriese y quedar prácticamente inconscientes e incapaces de recordar porqué tomaban ese avión y escapan de sus propios demonios.
—Iré al baño —informó Gordon, dejando su equipaje de mano sobre su asiento junto a Tom. El aludido asintió y prometió acomodar el equipaje de ambos en los estantes sobre los asientos. Gordon se marchó y Tom deslizó la puertecilla del compartimento para introducir su equipaje, en ese momento alguien tocó su hombro.
—Disculpe, ¿está ocupado ese asiento?
Algo en el corazón de Tom hizo que se detuviera de latir. Él se volteó, y la vio de pies a cabeza, sin dar crédito a lo que sus ojos veían. Allí, de pie frente a él, sosteniendo entre sus manos una maleta pequeña, con la sonrisa de lado y los ojos cristalizados como los de él, con la garganta moviéndose de nerviosismo. Allí estaba ella.
—Camille…—dijo tragando con dificultad. Ella no pudo controlar sus lágrimas, y él tampoco.
Se abalanzaron el uno sobre el otro, sintiéndose, perteneciéndose, añorándose y amándose. Porque ahora entendían que aunque la baraja era marcada por el destino, eran ellos mismos quienes jugaban las cartas. Porque sucumbir ante el destino era para mediocres, y ellos no estaban dispuestos a serlo. El futuro estaba en sus manos, y lo manejarían a su antojo, porque se tenían a ellos mismos, y era todo lo que necesitaban. Él aspiró su exquisito aroma, el que no estaba dispuesto a perder, y ella sintió sus brazos aferrándose a todo su cuerpo, mientras una sensación de seguridad la invadía por completo.
—Te amo —susurró, esta vez provenía de la boca de ella. Y aquella llama, la que se había apagado con la brisa del miedo, ahora se encendía con la fuerza de la hoguera que antes quemaba a Tom.





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1 Response to Capítulo 47 «El día que nunca vendrá»

13 de octubre de 2011, 6:03 p. m.

¡ ¡P O T E N T E ! !

Jajaja que bueno, mae se lució!! Que cosita tan linda es Tom *-*
Y que puta es Sophia (he dicho eso en cada comentario los últimos diez capítulos)
Ya muero por los otros... Hoy no tengo ganas de comentar xD Jajaja
Pd: La mejor canción de todo utopía *-*