Capítulo 49 «Fuego en Cortapisa»

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Hubo algo en el brillo de los diamantes incrustados en plata que lo dejaron embelesado. Eran tres perfectas gemas, una después de la otra, sobresaliendo en un cubículo de plata en relieve. Bill tenía la boca ligera e inconscientemente abierta, mientras repasaba con esmero cada uno de los detalles del anillo.
—¿Tom? —logró gesticular sin apartar la mirada.
—No es lo que piensas —se apresuró a decir Tom.
—¿No? —cuestionó, finalmente mirándolo.
—Bien, sí lo es…pero no cómo lo piensas.
Bill tuvo que detenerse y respirar profundo.
—¿Vas…vas a..tú a…Camille…y ella…vas a…pedírselo?
—Bill, eso ni siquiera fue una frase —refutó Tom. Bill de pronto despertó de su incredulidad e increpó con euforia:
—¡Vas a casarte!
Tom se abalanzó sobre él y le tapó la boca con la mano.
—¿¡Podrías gritarlo más fuerte!? ¡creo que faltó Austria de escucharte!
Bill logró callarse, pero comenzó a dar caminatas en círculo alrededor de la habitación, repitiendo hasta el cansancio “no puedo creerlo”
—Por favor, ¿podrías ser más dramático? Cálmate ya y devuélveme el anillo.
—¡¿Cómo me pides que me calme!? —preguntó irónicamente—. ¡Vas a casarte! Es como…es como si…¡Chuck Norris fuese derrotado!
—¿Y quién carajos es Chuck Norris?
Bill lo tomó de los hombros y lo zarandeó.
—¡Eso no es lo importante ahora! —Su respiración se aceleró, aunque pareciese increíble. Finalmente le soltó—. ¿Has pensado en la fecha? ¿Qué traje vas a llevar? ¡Ah, por favor, nada de blanco! Demasiado pasado de moda, y por favor, quítate esas trenzas, no pensarás ir así peinado ¿o sí?
—Bill…
—¡Nada de trenzas! Es un hecho, yo seré el padrino, Gordon podría serlo. ¿A quién vas a invitar?...
—Joder, Bill…
—¡Camille se verá impresionante vestida de novia!
—¡Bill! ¡Ni siquiera se lo he preguntado! ¡¿Podrías dejar de actuar como un jodido neurótico!? ¡Estás asustándome!
Bill le miró, casi ofendido.
—Oh, bueno…pero has comprado el anillo, eso significa que lo harás ¿no? Además es mejor ir adelantando las cosas.
—Ella podría decir que no —contestó Tom, con cierto temor. Bill torció el gesto, entendiendo a fondo la preocupación de su hermano.
—Oh, vamos, Tom. No pienses eso.
—Sólo no quiero hacerme ilusiones —dijo Tom, encogiéndose de hombros mientras se sentaba a la orilla de la cama—. Además, no quiero casarme tan pronto.
—¿Entonces?
—Sólo…sé que ella es la chica correcta, ¿sabes? Nunca le hubiese pedido que viniese conmigo si no sintiese que realmente la quería. Pero…no quiero casarme aún, sólo quiero que sea como una promesa ¿lo entiendes? Que sepa que…siempre voy a estar a su lado…pero aún no me siento preparado para, tú sabes…
—Oh —articuló Bill—. Entiendo…
Tom cerró la caja que contenía el anillo, y la puso sobre el buró.
—¿Podrías no decirle nada a nadie? —pidió levantando la vista. Bill necesitó un gran esfuerzo para poder responder un simple «sí»

•••
—¿Señor? —murmuró Evan, abriendo ligeramente la puerta con un empujón. Desde la partida de Camille había estado demasiado malhumorado, y hasta con la más mínima cosa podría ser fastidiado.
—Pasa.
Evan se adentró a la oficina de Caleb, con pasos sigilosos, se sentó frente al escritorio. Estaba lleno de hojas con información.
—¿Ha conseguido algo? —preguntó.
 Caleb se limitó a negar con la cabeza.
—Se ha metido en el maldito infierno —contestó mascullando las palabras—. No tenía idea de que mis empleados fuesen tan pésimos rastreando a personas fuera del país.
Evan respondió:
—Bueno, señor…usted bien sabe lo astuta que es Camille. Conoce su manera de pensar, ¿no cree que si se relaja un poco, y lo piensa mejor, podría encontrarla?
La mirada de Caleb ardía de rabia, sin embargo cuando le contestó lo siguiente, ni siquiera se esforzó en gritar.
—No conozco su manera de pensar, Evan —confesó—. Es impredecible, y está entrenada para no dejarnos entrar a su mente. ¿Sabes lo que sucede cuando eres completamente imprudente pero sabes cómo manejar hasta la situación más descontrolada?
Evan sintió la necesidad de no responder.
—Un maldito genio —concedió Caleb, y apartó la mirada. Segundos después, fumando, preguntó:
—¿Tú has encontrado algo?
Evan temió al decir que no.
—Estoy esperando a que Charlotte llegue de sus vacaciones. Tal vez ella sepa algo.
—Lo dudo —increpó Caleb, mientras estrellaba su habano en el cenicero después de dos caladas—. Ten cuidado con la manera en que le hablas, no quiero problemas con Patrick.
—Lo haré, señor.
—Camille le odia. No debe saber mucho de ella.
—Pero Brokelle no tanto, y se han ido juntas.
—Broke es muy inteligente —dijo—. Y bueno, sé que no es tan evidente como Camille, pero Brokelle tampoco le tiene mucha confianza.
—Serán los pequeños detalles los que nos ayuden a encontrarlas. Recuerde señor, lo que me dijo el primer día de mi entrenamiento.
Evan se sentó en la cabecera de la alargada mesa del comedor, completamente asustado. Aún no sabía por qué aquel hombre había sido tan generoso con él, pero estaba seguro de que en su casa estaría mejor que en las calles, además de tener un auto nuevo obsequiado por el señor. Sabía que estaba siendo “contratado” para trabajar con él, pero cuando el señor Novek le dijo que iba a entrenarlo para ser uno de los mejores asesinos del país, lo último en lo que Evan pensó fue en estar sentado con un libro frente a él.
—¿Un libro? —cuestionó—. Lo siento, señor, pero no creo que esto me convierta en un mejor asesino.
—Te sorprendería —respondió con voz condescendiente—. Dale una oportunidad, si no te gusta, podremos pasar a la poesía.
Evan tomó el libro entre las manos y pasó las páginas con rapidez, una mueca comenzaba a formarse en su rostro.
—¿Y de qué trata el libro? —preguntó.
—Habla sobre la historia de un asesino en serie, con un olfato realmente extraordinario. Básicamente se obsesiona con la fragancia del cuerpo, e idea un plan para hacer la fragancia perfecta, tan etérea que lo haría tener el mundo a sus pies.
—Eso es retorcido —comentó Evan, dejando del libro de súbito en la mesa. Caleb se echó una carcajada.
—¿No te gustaría saber si lo logra?
Evan torció el gesto.
—Quiero aprender a disparar y a conducir autos rápidos como lo hace usted, ¿podría enseñarme? ¡Estoy seguro de que eso sí serviría!
Caleb dijo:
—Los rompecabezas están hechos de pequeñas piezas, Evan, que aunque creas que son insignificantes, sin ellas estaría incompleto.
Más tarde, en la noche, cuando Caleb pasó por la habitación de Evan para echarle un vistazo, el joven muchacho ya llevaba la mitad del libro leído, completamente fascinado. Caleb sonrió satisfecho.
El recuerdo se vio esfumado con el estridente sonido del teléfono del escritorio. Caleb puso el altavoz y contestó.
—Señor —habló James —. El señor Patrick ha llegado. Trae noticias para usted.
Caleb le dirigió la mirada a Evan.
—Dile que pase —concedió después de un segundo, se escuchó terminar la llamada—. Será mejor que no sea sobre Charlotte —amenazó al castaño, que le miraba con ojos abiertos. Evan asintió y salió de la oficina al tiempo que Patrick se adentraba.
Después de una sacudida de manos a manera de saludo, Caleb preguntó con jovialidad el porqué de su visita. Patrick sonrió casi de inmediato, mostrando su hilera de perfectos dientes blancos.
—Te tengo buenas noticias —le hizo saber—. Noticias sobre Camille.
A Caleb por poco y el corazón se le salió del pecho.
—¿Qué sabes? —preguntó con ansiedad.
—Las azafatas del aeropuerto me dieron información sobre ella. Es una chica difícil de olvidar, según me dijeron. Aunque claro, para soltar la lengua tuve que darles algo de dinero.
—¿Y…qué han dicho?
—Hermano, no vas a creerlo —Patrick formó una sonrisa maquiavélica con los labios—. Se ha ido a la India.
El alma le volvió al cuerpo, cuando le escuchó decirlo. Caleb sonrió.
La había recuperado.

•••

Camille caminó por el centro de Kolkata hasta el cansancio, completamente sola. Porque así lo quería, necesitaba tiempo para sí misma. El vacío dentro de ella aún no cesaba, y no esperaba que lo hiciese, pero la última vez que lo había sentido…había matado al oficial Luke. Nunca había considerado la idea de hablarlo con alguien, pero sentía que cada día que pasaba el peso se hacía mayor y la obligaba a ahogarse cada vez más y más. De modo que cuando encontró un consultorio de psicología en algún lugar del centro, no dudó mucho en adentrarse y hacerse presente en la recepción del lugar.
—Necesita una cita previa —contestó la mujer de rasgos hindúes, con un inglés inentendible.
—Hágalo, entonces.
Se escuchó teclear algo en una computadora que distaba mucho de la tecnología actual, la mujer llevaba un vestido en color naranja junto a una perforación en la nariz en color oro, mientras en el entrecejo llevaba dibujado un punto en color rojo.
—El Jueves, a las catorce horas, la atenderá la doctora.
Camille frunció el ceño.
—¿El jueves? Disculpe, pero hoy es lunes.
—Sí, lo entiendo, y su cita es el jueves.
—¿Podría tener algún campo para hoy?
—No, lo siento. Tendrá que esperarse al jueves.
—Oh, joder. ¿Hay alguien allí en este momento?
La mujer negó.
—¿Entonces? ¿qué no puede atenderme ahora?
—Está atendiendo unos asuntos.
—Me parece que no debería hacerlo en horas laborales.
La mujer clavó su mirada fulminante en Camille, pero ella no se inmutó.
—¿Quiere la cita, si o no? Porque podría llamar a seguridad.
Camille se echó una carcajada, sabiendo de antemano que la “seguridad” era un hombre con sobrepeso y un palo de madera de cuarenta centímetros. Sacó de su cadera el revólver que siempre cargaba y posó su mano sobre la mesa, sin apuntarle. La mujer perdió el color momentáneamente.
—Hagamos algo ¿está bien? Yo entro allí, me atienden, usted permanece callada y juiciosa, y nadie sale herido. ¿Le parece?—Ella apenas pudo asentir—Bien, hágale saber a su jefe que voy a entrar.
La mujer habló por teléfono a la doctora dentro de su consultorio, y aunque le habló en hindi, Camille pudo distinguir el miedo en cada una de sus palabras. Finalmente terminó la llamada y le hizo saber que podía ingresar. Camille sonrió en señal de agradecimiento.
Entrando la recibió un escritorio, un diván, y una placa que decía con letras doradas “Aisha Krishnan”. La doctora le pidió que tomara asiento.
Tenía una abundante melena de rizos negros que le caía sobre la espalda, los ojos color miel y el rostro con facciones diferentes a lo que usualmente se encontraba en el país. Sin embargo su nombre sí parecía perteneciente a la India, aunque su inglés era perfectamente comprensible y con un acento que, aunque imperceptible, no era definitivamente hindú. Ella hablaba con más delicadeza, como si no supiese que recién había amedrentado a su recepcionista con un revólver cargado.
—Y…¿qué te trae por aquí? —preguntó, con media sonrisa.
—Necesito hablar con alguien.
—Bien, ¿sobre qué?
Camille dudó.
—Cree que si le digo, ¿vaya a asustarse?
La mujer seguía tranquila.
—Espero que no, pero ¿por qué no lo intentas? Si has venido, ha de ser porque crees en que puedo ayudarte.
—No puede —refutó Camille—. Pero necesito hablarlo.
—Bien, entonces dímelo.
Camille le miró fijamente a los ojos, para descifrar su reacción, mientras decía pausadamente:
—Soy una asesina.
La mujer no se inmutó, ni se inquietó. Su cara permaneció con la misma expresión.
—Una asesina a sueldo. No mato porque siento la necesidad, lo hago porque me pagan…aunque últimamente he descubierto que no necesito de dinero para jalar de un gatillo.
—¿Te sientes culpable? —preguntó la mujer.
—¿Debería sentirme? —le devolvió la pregunta, y agregó—: ¿Sería normal?
—Ser normal es algo completamente subjetivo. Lo que a ti parece normal, a los demás podría parecerla extraño.
—Entonces no, no me siento culpable.
La mujer la examinó un momento.
—Te sientes culpable por no sentirte culpable —aseguró, con mirada suspicaz—. ¿Es eso?
Camille sonrió de lado.
—Usted es buena —admitió.
La doctora no se halagó.
—Cuéntame más sobre lo que haces.
—No siento remordimiento de matar a alguien desde…hace mucho. Sólo lo sentí una vez.
—¿Era importante para ti la persona a la que le quitaste la vida?
—Lo era —respondió con cierta nostalgia.
—¿Por qué lo hiciste, entonces?
La mirada de Camille se tornó ida.
—Porque en este negocio, si usted no mata, lo matan—La mujer lo comprendió todo—. Pero, últimamente, algo ha sucedido…es como si me dijese a mí misma ¿qué clase de monstruo eres, que matas a las personas sin remordimientos? Es como si quisiese sentir culpabilidad, pero no hay nada. No siento nada. ¿Podría decirme por qué no siento ni la más ínfima gota de remordimiento?
—Tal vez lo has sentido tanto tiempo, que ya no te das cuenta de que está presente todo el tiempo.
Camille tragó con dificultad.
—¿Y por qué me sucede después de cinco años de hacer lo mismo? ¿qué ha cambiado?
La doctora sonrió ampliamente.
—Ha comenzado —respondió con simpleza.
—¿Qué? —preguntó Camille.
—Algo…alguien. Es el comienzo de algo nuevo…Los sentimientos no son algo que puedes apagar con un interruptor. Y si lo has hecho, hay algo que definitivamente lo está encendiendo de nuevo. Creo que sabes de qué hablo.
Camille sólo pensó en Tom.
—Sé de lo que habla —admitió.
—Tal vez quieras sentirte culpable, porque de esa manera quisieras que se sintiese la persona que se atreva a hacerle daño a alguien importante para ti.
Camille se preguntó si Caleb sería capaz de sentirse así, aunque lo dudó.
—¿Cree que soy un monstruo? —preguntó con seriedad.
—Eres una persona —respondió la mujer—. Eso es lo que creo.
Camille sintió como si un gran peso fuese descargado de su espalda. Toda su vida había pasado cubriendo su verdad con mentiras elaboradas, ser una asesina a sueldo era más que lograr sucumbir a los asaltos de moralidad que se daban cuando se asesina a personas que nunca se ha visto. Tenía que construirse una vida paralela a la verdadera, tener amistades, salir, tener trabajo de vez en cuando y hasta parecer inofensiva ante la mirada de otros.
Siempre pensó en lo caótico que iba a ser cuando sus “amigas” se diesen cuenta que en realidad era una asesina a sueldo y no una “traductora” que era su profesión preferida para jugar el rol.
Pero ahora, que finalmente lo decía a una persona normal, se daba cuenta de que, después de todo, tal vez no fuese tan mal como ella pensaba. Y no era que quisiese delatarse ante sus conocidos, pero era bueno saber que ya que lo había dicho, se sentía bien, y no estaba en prisión.
Camille sonrió.
—Gracias —dijo de pronto.
—Es mi trabajo —repuso la psicóloga con una sonrisa. Camille se levanto y ella también.
La mujer se inclinó sobre el escritorio que tenía, mientras Camille estiraba sus brazos y le correspondía el abrazo.
—Es usted muy buena en su trabajo —dijo Camille, susurrándole al oído. La doctora sintió un escalofrío recorriéndole la espalda—. Pero sabe demasiado.
Su tonó cambió súbitamente de condescendiente a impulsivo. Cuando se separaron, en las facciones de ella se formó la personificación del miedo, mientras Camille la tomaba fuertemente del cuello y se escuchaba el crujir de sus huesos en un movimiento veloz. Su cuerpo cayó inerte en el suelo, un sonido sordo contra el piso alfombrado, no se derramó ni una gota de sangre.
Cuando salió del consultorio, no reparó en matar de un balazo en la frente a la recepcionista que la había atendido. Un poco de sangre nunca hacía mal.
Ya en el centro, buscó algún lugar donde pudiese rentar un auto y lo mejor que consiguió fue un Citroën c2 en color granate, pero prefería eso mil veces a caminar bajo el calor sofocante de cuarenta grados Celsius.

•••

Paul era la única persona que sabía la ubicación de Brokelle y Camille, pero estaba completamente a favor de que hubiesen escapado. Había prometido a su hija no decirle a Caleb sobre su paradero, y aunque Brokelle pidió que ayudase a distraerlo, Paul respondió que no iba a entorpecer los planes de su amigo, pero que tampoco iba a ayudarle. Simplemente se mantendría al margen.
Pero esa tarde, Patrick volvió de Austria y visitó a su amigo para hablarle sobre los nuevos negocios que mantenían allí. Se tomaron un par de tragos, y en cierto momento de la noche, Patrick mencionó el nuevo descubrimiento de Caleb.
—Nada más y nada menos que en la India —contó con una carcajada—. ¿Puedes creerlo? ¡Es increíble hasta donde ha llegado, y todo por un chico!
Paul tuvo que luchar contra la sorpresa por mantener el líquido ingerido en su boca, y no escupirlo al rostro de Patrick al escuchar la veracidad del dato.
—¿En la India? ¿Y tú cómo sabes?
—Venía del avión, ya sabes, y pensé en ayudarle un poco. Les pregunté a algunas azafatas.
—Patrick, joder ¿sabes lo que has desencadenado? —preguntó el rubio indignado.
—¿Por decirle? Sólo estoy siendo un buen amigo.
—Ya conoces el carácter de Camille. Si se ha escapado es por algo ¿no crees? Ya sabes que si la encuentra…puede que no quede mucho de la India.
—Pues que resuelvan sus problemas, ya se veía venir esta discusión desde la muerte de Listing —dijo tomando un trago de Martini.
—¿Discusión? Querrás decir guerra —le corrigió.
—De todos modos se han tardado, y yo sólo cumplí con avisarle sobre lo que sabía. Además, India es un país grande, tardará un poco más en encontrarla.
Paul no estaba muy convencido.
—Esto no será bueno, créeme.
Ambos terminaron de hablar al entrar la noche, cuando Patrick se marchó y Paul aprovechó para hacerle saber a Brokelle sobre la información que había adquirido Caleb. Le llamó por teléfono y le contó con detalles lo que había sucedido. Brokelle reaccionó temerosa y advirtió a Bill de la situación.
—¿Qué haremos? —preguntó, después de terminar la llamada.
—Primero, hacerle saber a Gordon, y segundo…a Camille.
—Bill, si nos encuentran, joder, estamos muertos ¡Todos!
Bill abrazó a Brokelle.
—No debemos entrar en pánico todavía —dijo reconfortante—. Aún no sabe en qué estado estamos. Tendremos tiempo para salir del país en unos días, por mientras nos movilizaremos y los distraeremos.
En ese instante, Camille abrió la puerta.
—¿Qué clase de rostros son esos, eh? —dijo con jovialidad—. ¿Sucedió algo?
—A decir verdad…
—Oh, espera, tengo una buena noticia —le interrumpió—. ¡Rente un auto! No es la gran cosa, pero servirá para movilizarnos dentro de la ciudad. Estoy pensando en que deberíamos permanecer aquí y no trasladarnos a Bombay, ¿qué dicen?
Bill y Brokelle compartieron una mirada de complicidad.
—Ha sucedido algo —se atrevió a decir Brokelle. Camille le miró ansiosa—. Caleb nos ha encontrado.
Camille sintió que el corazón dejó de latirle por un segundo.
—¿Qué? ¿De qué hablas? ¿¡Cómo lo sabes!?
—Papá ha llamado, Patrick le hizo saber a Caleb que tomamos un vuelvo a la India. Ha dicho que no le ha visto en todo el día y que cree que ya tomó un vuelo hacia acá.
—Maldición, ¡maldición! —Camille se peinó el cabello hacia atrás, con la mano—. ¿No sabe Paul, a qué hora supo Caleb sobre nosotros?
Brokelle negó.
—Pero es un vuelo largo —dijo a manera de conforte—. No puede estar aquí, es imposible que haya llegado. Además, no sabe en qué estado estamos.
Camille se mordió el labio y comenzó a caminar en círculos.
—Es un buen punto —concedió a Brokelle—. Será mejor que nos vayamos de aquí lo antes posible—Camille miró su reloj—. Partiremos mañana a la mañana, compraré los tiquetes, ¿algún destino?
Nadie respondió nada.
—Bien, no se quejen si el que escojo no le gusta. Avisen a Gordon y a Tom.
Camille se marchó a su habitación, probablemente a hacer sus maletas. Entre tanto, Bill y Brokelle reparaban en la peligrosa ausencia de Tom. Decidieron llamarlo.

•••

—¿Hola? —respondió Tom al llamado de su celular. Brokelle sonaba preocupada.
—¡Tom! ¿Adónde te has metido? —preguntó, respirando con normalidad nuevamente, con alivio.
—Pues…estoy en el City Centre, comprando algunas cosas ¿ha sucedido algo?
—No —respondió Brokelle—. Pero está a punto de suceder.
—¿De qué hablas?
—Caleb sabe dónde estamos —dijo sin más—. Nos ha encontrado.
Tom tragó con dificultad.
—Mañana partiremos por la mañana, pero será mejor que vengas a casa ahora. No sabemos adónde está Caleb en este momento, de modo que debes tener cuidado ¿entendido?
—Entendido.
—Ven lo más pronto posible —suplicó Brokelle—. Es muy peligroso que estés solo.
—Tomaré un taxi lo antes posible ¿bien?
—Bien, te veo luego.
Tom terminó la llamada con cierto vacío en el pecho, como sintiéndose acechado. Comenzó a caminar rápidamente, a través de las personas, ya se hacía de noche y se sentía aún más expuesto al peligro estando solo. Llegó a caminar tan rápido que parecía más bien estaba corriendo, pero el lugar era tan grande que sentía iba a durar una eternidad saliendo de allí y encontrando finalmente un taxi.
La espera en el ascensor parecía una tortura de antaño, cada segundo se volvió una hora. Finalmente llegó al piso deseado y la concentración de personas disminuyó. Acercándose a la salida, las personas comenzaron a concentrarse frente a una banqueta donde se encontraba un hombre de traje sentado, Tom pensó estar paranoico, de modo que dejó de ver hacia la banqueta y se concentró en la salida. De pronto las personas disminuyeron y pudo tener la vista total de la persona sentada. No estaba paranoico. Estaba muerto.
Caleb le miraba fijamente.






Bittersweet-Apocaliptyca



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1 Response to Capítulo 49 «Fuego en Cortapisa»

27 de octubre de 2011, 8:25 p. m.

Ay jueputa!!! (últimamente esa es la frase de inicio de cada comentario xD)
Que jodido está Tom :s pobresitos, me cago en Patrick!!! Les cagó todo ya!!
Amé a Bill diciendo esto:
"—¡¿Cómo me pides que me calme!? —preguntó irónicamente—. ¡Vas a casarte! Es como…es como si…¡Chuck Norris fuese derrotado!" Reí como media hora!!! Jajajajaja
Y esa psicóloga fue hermosa xD Jajaja yo siempre tan profesional como siempre!! Con mi nombre indú y todo xD
Jajaja y la muy perra esa me mata!! -.-
En fin mae, potente como siempre, uno de los momentos más esperados de todo utopía está por llegar, gosh no puedo creerlo, quiero que pase pero al mismo tiempo no :s
Jajajaja ya quiero que sea miércoles otra vez!!!!